Orlando el Sucio endureció su mirada tramposa, como de gato, para regañar a Pancho: «Usted tiene aspecto de no hacerle un gol a nadie». Había llegado desde Buenos Aires con la convicción de encontrar a la mujer que lo había abandonado, pero necesitaba unos cuantos pesos para vencer a la resignación (y continuar su búsqueda) así que se puso a entrenar a los muchachos de aquel equipucho perdido de la pampa.

De pronto los regaños se transformaron en metáforas polvorientas: «Un goleador debe ser preciso como un relojero y ágil como una liebre». Y cómo debería ser el presidente de la FIFA. ¿La respuesta estaría en este relato de Osvaldo Soriano? ¿Tendría que ser también ágil como una liebre para pedirle dinero a las grandes corporaciones, (cocacola, mcdonalds, budweiser) cuyos productos «ayudan» en demasía al rendimiento del atleta o a los gobiernos, ansiosos e impacientes por organizar un campeonato mundial y luego ser veloz con ese dinero que les saca, moviéndolo de un lado a otro, escondiéndolo para recuperarlo después, con la puntualidad de un relojero, o mejor dicho, de un reloj suizo, lugar donde, por cierto, tiene su bunker esta asociación sin fines de lucro, pero que lucra con cada decisión que toma.

 

El entrenador fue enfático: «Hay que darle un pinchazo», pero al arquero no se le puede tocar en el área chica, alegaron Pancho y su compañero. Con esto, insistió Orlando El Sucio y sacó unas espinas de cactus. «Aquí, ¿ve? […] a la altura de las nalgas?» Estaba dispuesto a ganar como fuera, por eso se servía de esas mañas… Como lo hace la FIFA, que a todos sorprende con sus maneras de coquetear con los autócratas, aunque deberíamos de estar acostumbrados.

 

Pinchazos circulares: en 1978, 2018 y hoy en 2022. Un pinchazo al buen juicio, a la rectitud. Juntarse con Videla quien quería lavarle la cara a su gobierno represivo con goles. La Escuela de Mecánica de la Armada, la terrible ESMA, estaba tan cerca del estadio que los torturados podían escuchar la algarabía de la afición. La exitosa fórmula se repitió, lo sabemos, en Rusia y ahora en Qatar, pinchazos para reventar el saco de los millones…

 

El entrenador se pasó la mano por su pelo grasiento y miró la nariz del otro delantero, había que hacerla sangrar y culpar al mejor de los rivales para que el árbitro lo echara. Esa era su táctica, su peculiar manera de ganar: «En la pensión donde él vivía, Orlando el Sucio me revisó la nariz con una linterna, encontró la vena adecuada y me explicó cómo debía hacerlo».

 

Orlando el Sucio no encontró a su mujer, pero si a otro goleador en Mendoza, con el que se cansó de ganar finales. Así pasa a veces, los FIFA-jerarcas que se pasean por el mundo tampoco se cansan de ser tratados como embajadores, como presidentes, como sultanes. Vuelan en jets privados, reciben medallas y condecoraciones. Ellos controlan más países que las Naciones Unidas y obvio, exudan más autoridad: No hay federación de fútbol que ose desoír sus órdenes.

Sin embargo, la pelota no se mancha, como decía Maradona, aunque los jefes que controlan el juego… Cuando la pelota rueda, las ilusiones se renuevan. Así están muchos ahora, atentos a recuperar la alegría de la infancia que el fútbol, dicen otros, les transmite.

 

En fin, los temas de siempre, los que cuestionan la gestión de este deporte tan popular, agravados hoy por las leyes del país organizador, que prohíbe todo o casi, desde una cerveza hasta las faldas cortas o la dicha homosexual, estos temas, se irán al banquillo. Y el espectador soñará cándidamente, aunque el sueño sea breve. Como Orlando el Sucio que, un día al despertar se dio cuenta de que el arco (y la esperanza) se había vuelto más chico…