En psicología se conoce como apego al proceso mediante el cual el niño logra desarrollar las capacidades de vincularse a sus padres o cuidadores, lo cual es de vital importancia para su desarrollo físico, cognitivo, afectivo y conductual.
No es algo exclusivo de la especie humana; ya la psicología comparada lo había estudiado en animales permitiendo establecer comparaciones. El zoólogo y etólogo austríaco, Konrad Lorenz, describió la existencia de patrones fijos de conductas, que estudió en animales y pudo extrapolar al hombre. Lorenz descubrió que los animales al nacer y durante la etapa crítica inicial de su desarrollo, tienden a realizar una impronta o “imprinting”, mediante la cual, se identifican y siguen a la primera figura a la que se ven expuestos, que usualmente es la madre.
Es importante señalar que, en el proceso evolutivo, para que un individuo de cualquier especie pueda sobrevivir, se requiere que se adapte de forma adecuada a la realidad en la que vive. La selección natural será el juez y verdugo inexorable, que descartará o eliminará, a aquellos que no sean capaces de adaptarse, por lo que la adaptación es un proceso de vital importancia.
Debido al prolongado tiempo requerido para llegar a ser un adulto humano, ya desde edades muy tempranas, el niño comprende que para sobrevivir depende de unas buenas relaciones con los que lo cuidan, por lo que, si considera esa relación como deficiente, se llenaría de una ansiedad comprensible. Su primer reto en la vida es lograr que mamá le garantice su subsistencia.
El psicoanálisis planteó que nuestros años de la infancia son decisivos para el desarrollo no sólo de nuestros patrones visibles de conductas, sino también para el desarrollo de las fortalezas y debilidades que llevamos de manera inconsciente. Estas experiencias tempranas son necesarias para nuestra inteligencia y madurez emocional y como sabemos, el impacto de la inteligencia emocional en el éxito de una persona es fundamental.
El psiquiatra y psicoanalista John Bowlby después de la segunda guerra mundial, estudió la situación de muchos niños huérfanos o sometidos a condiciones de mucha inseguridad. Se esperaba determinar cómo esta experiencia afectaba a los niños. Bowlby planteó la importancia del desarrollo del apego, como un constructo desde el cuál se podría tener la seguridad y estabilidad, que permitiese una vida familiar tranquila y feliz, pero también la suficiente confianza para que el niño pueda apartarse de sus tutores para explorar y aprender del mundo que le rodea.
En el proceso del apego, mediante la dinámica de necesidades, estímulos y respuestas, el niño va reconociendo que se encuentra seguro. Aprende a identificar su cuidador primario, a confiar en él o ella (generalmente es la madre), a preocuparse cuando se aleja, alegrarse cuando regresa y sentir que comparten el afecto. Así sucede en condiciones normales e ideales.
Un patrón de apego seguro contribuye a que el niño tenga un buen desarrollo cerebral, favorece el aprendizaje de todas las competencias que requerirá para la vida adulta, permitiéndole desarrollar modelos mentales y conductuales satisfactorios, manteniendo un adecuado proceso de mentalización, estabilidad emocional, desarrollo afectivo y patrones de conductas adaptativos correctos.
La psicóloga Mary Ainsworth continuó los estudios de las diferencias individuales de los estilos de apego y analizó sus repercusiones en la vida adulta.
Además del Apego Seguro, tenemos diferentes tipos de apegos Inseguros, que son: Evitativo (en que el vínculo creado es menos firme), Ambivalente-Resistente o en el Ansioso (el apego frena la exploración que el niño hace de su entorno) y el Desorganizado (que se presenta en los niños que han tenido condiciones muy desfavorables para su desarrollo, generando patrones erráticos de conducta).
El intercambio con la madre permite al niño conocerla y conocerse, sentirse amado y amante. El sentirse seguro, le da la oportunidad de conocer su mundo, estimulando el desarrollo cerebral. El niño con fuertes carencias se mantiene centrado en sus necesidades vitales o en atarse a las figuras de su apego primario, lo que limita su capacidad de aprendizaje.
En la actualidad, a la madre podría resultarle difícil atender personalmente las necesidades de su hijo, teniendo que delegar en alguna empleada estos cuidados. Una madre podría sentirse conforme si el niño recibe comida, agua, aseo y es supervisado, creyendo que ya no tiene necesidades, pero olvidar su necesidad de afecto, puede tener serias repercusiones en la salud mental tanto del hijo como de ella. Cuando estos niños crecen, tienden a no mostrar afecto hacia sus madres ni a los demás (especialmente sus parejas e hijos). Pudiendo tener respuestas desproporcionadas o inadecuadas ante los retos que se les presenten en la vida, aunque algunos podrían desarrollar habilidades adultas que les permitan superar las limitaciones que arrastran desde la niñez. No es fácil, pero sí posible.
El trato y cuidado que les proporciones hoy a tus hijos posiblemente sea el trato y cuidado que tú y sus futuras familias, recibirán de ellos cuando sean adultos.