NUEVA YORK – Nadie parece saber cómo reaccionaría Estados Unidos si China invadiera Taiwán. Durante décadas, los líderes norteamericanos hicieron todo lo posible para evitar esta cuestión. Luego, en septiembre del año pasado, el presidente Joe Biden pareció haber puesto fin a la política de “ambigüedad estratégica” de Washington cuando dijo que las tropas estadounidenses defenderían la isla en caso de “un ataque sin precedentes”. Pero casi inmediatamente después de que hablara Biden, los funcionarios de la Casa Blanca se retractaron e insistieron en que la política de Estados Unidos hacia Taiwán no había cambiado.
Mientras que el Tratado de Seguridad de Estados Unidos y Japón de 1960 obliga a Estados Unidos a entrar en guerra si el territorio japonés es atacado, Estados Unidos no tiene un tratado semejante con Taiwán. Si China decidiera atacar la isla, tendría que adivinar cuál sería la respuesta de Estados Unidos. Pero si bien la ambigüedad estratégica está destinada a servir como un factor de disuasión, la verdadera interrogante es si todavía sigue siendo suficiente. Después de todo, China es mucho más poderosa ahora de lo que era cuando intentó “liberar” a Taiwán de los nacionalistas de Chiang Kai-shek bombardeando las islas de Kinmen y Matsu durante la Crisis del Estrecho de Taiwán de 1958. En aquel entonces, Estados Unidos todavía tenía un tratado de defensa mutua con Taiwán, y los líderes militares norteamericanos presionaron para lanzar un ataque nuclear en territorio continental.
Hoy, China tiene el ejército más grande del mundo en términos de personal y un arsenal nuclear sustancial. El presidente chino, Xi Jinping, sabe que Estados Unidos no puede correr el riesgo de una guerra nuclear, razón por la cual no ha intervenido directamente en Ucrania, y eso lo envalentona. Después de todo, si Estados Unidos no quiere combatir contra Rusia, un país mucho más débil, ciertamente no entrará en una contienda con China.
Un giro político en las elecciones presidenciales de 2024 en Estados Unidos podría fomentar las esperanzas de China de tomar Taiwán por la fuerza. Un presidente republicano, ya sea el expresidente Donald Trump o una figura afín, podría optar por aislar a Estados Unidos de disputas en países lejanos. Es un buen motivo para sellar un compromiso de seguridad con Taiwán hoy.
Ahora bien, ¿vale la pena, realmente, defender a Taiwán, aún a riesgo de una guerra devastadora? Creo que sí. Un ataque a Taiwán también sería un ataque a Japón y a Corea del Sur. Si se le permitiera dominar el Mar de la China Meridional y el Mar de China Oriental, China tendría un dominio sobre las economías de ambos países. Si Japón y Corea del Sur pierden la confianza en la capacidad o el compromiso de Estados Unidos para defender su seguridad, tendrían que someterse al dominio chino o empezar a adquirir armas nucleares -y rápido-. Ambas opciones podrían tener consecuencias desastrosas.
Luego está la cuestión de la importancia estratégica de Taiwán como productor de más del 90% de los semiconductores avanzados del mundo. Una toma del poder por parte de China en Taiwán y una absorción de su industria de chips ayudarían a inclinar la balanza del poder global a favor de China, con implicancias económicas y estratégicas de amplio alcance.
Nada de esto sería un problema serio si China fuera una democracia liberal, o al menos una sociedad relativamente abierta. Desafortunadamente, no lo es, y esa tal vez esa sea la razón más importante para defender a Taiwán.
Irónicamente, cuando Estados Unidos se vio obligado a defender a Taiwán en los años 1950, la isla todavía estaba gobernada por un régimen autocrático opresivo. No era la democracia que es hoy. Sin embargo, en aquel momento, el apoyo a Chiang Kai-shek por parte de Estados Unidos tenía sentido: la China de Mao Zedong era mucho peor. Afortunadamente, aunque el maoísmo fue popular entre los revolucionarios por un tiempo, principalmente en los países poscoloniales pobres y en los campus universitarios occidentales, las tácticas sangrientas de Mao ejercieron poco atractivo a nivel global.
El modelo chino actual tiene mucha más credibilidad en estos días. A diferencia de la Unión Soviética, el Partido Comunista Chino ha logrado desbaratar las expectativas liberales al alcanzar un éxito económico considerable manteniendo al mismo tiempo una dictadura leninista. Los liberales antes suponían que la combinación de una clase media creciente y una economía de libre mercado inevitablemente resultaría en democracia. La transformación de Corea del Sur y Taiwán de dictaduras militares en democracias liberales parecía sustentar esta tesis. Pero ahora sabemos que el capitalismo puede prosperar en “un socialismo con características chinas”.
El éxito de China ha inspirado a muchos autócratas en los países en desarrollo, donde grandes inversiones chinas en infraestructura han impulsado la imagen del régimen como un socio más eficiente, más poderoso y más confiable que las democracias occidentales, muchas veces desordenadas y entrometidas.
Es una tendencia peligrosa, particularmente en un momento en que las democracias liberales están siendo atacadas internamente por populistas radicales. Una victoria de Trump en 2024 galvanizaría a los dictadores y autoritarios en todo el mundo, incluyendo a Xi.
Una forma perniciosa de propaganda cultural ha venido impulsando, desde hace tiempo, un régimen autócrata en China y en otras partes de Asia. Su idea central, promovida de manera eficiente por Lee Kuan Yew, fundador y, durante muchos años, primer ministro de Singapur, es que los “valores asiáticos” son incompatibles con la gobernanza democrática. En las sociedades confucianas, dice el argumento, los intereses individuales deben estar subordinados al interés colectivo, la obediencia a la autoridad es sacrosanta y el orden social se impone a la libertad.
Los miembros de la clase media de China, cada vez más rica, muchas veces suscriben a esta visión. Los chinos comunes y corrientes, se suele escuchar en ciertos círculos de Beijing y Shanghái, todavía no están preparados para una gobernanza democrática y siguen necesitando que la mano firme de la autoridad los mantenga en línea.
Es por eso que Taiwán es importante. Más allá de su actitud nacionalista, las autoridades chinas parecen obsesionadas con Taiwán porque su propia existencia refuta la premisa del modelo autoritario chino. Como la democracia taiwanesa podría infundir ideas “equivocadas” en la población china, China quiere aplastarla, como lo ha hecho en Hong Kong. Biden ha prometido, en muchas ocasiones, proteger a la democracia de la amenaza de la autocracia. Si habla en serio, debe garantizar que Taiwán siga siendo libre.
Mientras que el Tratado de Seguridad de Estados Unidos y Japón de 1960 obliga a Estados Unidos a entrar en guerra si el territorio japonés es atacado, Estados Unidos no tiene un tratado semejante con Taiwán. Si China decidiera atacar la isla, tendría que adivinar cuál sería la respuesta de Estados Unidos. Pero si bien la ambigüedad estratégica está destinada a servir como un factor de disuasión, la verdadera interrogante es si todavía sigue siendo suficiente. Después de todo, China es mucho más poderosa ahora de lo que era cuando intentó “liberar” a Taiwán de los nacionalistas de Chiang Kai-shek bombardeando las islas de Kinmen y Matsu durante la Crisis del Estrecho de Taiwán de 1958. En aquel entonces, Estados Unidos todavía tenía un tratado de defensa mutua con Taiwán, y los líderes militares norteamericanos presionaron para lanzar un ataque nuclear en territorio continental.
Hoy, China tiene el ejército más grande del mundo en términos de personal y un arsenal nuclear sustancial. El presidente chino, Xi Jinping, sabe que Estados Unidos no puede correr el riesgo de una guerra nuclear, razón por la cual no ha intervenido directamente en Ucrania, y eso lo envalentona. Después de todo, si Estados Unidos no quiere combatir contra Rusia, un país mucho más débil, ciertamente no entrará en una contienda con China.
Un giro político en las elecciones presidenciales de 2024 en Estados Unidos podría fomentar las esperanzas de China de tomar Taiwán por la fuerza. Un presidente republicano, ya sea el expresidente Donald Trump o una figura afín, podría optar por aislar a Estados Unidos de disputas en países lejanos. Es un buen motivo para sellar un compromiso de seguridad con Taiwán hoy.
Ahora bien, ¿vale la pena, realmente, defender a Taiwán, aún a riesgo de una guerra devastadora? Creo que sí. Un ataque a Taiwán también sería un ataque a Japón y a Corea del Sur. Si se le permitiera dominar el Mar de la China Meridional y el Mar de China Oriental, China tendría un dominio sobre las economías de ambos países. Si Japón y Corea del Sur pierden la confianza en la capacidad o el compromiso de Estados Unidos para defender su seguridad, tendrían que someterse al dominio chino o empezar a adquirir armas nucleares -y rápido-. Ambas opciones podrían tener consecuencias desastrosas.
Luego está la cuestión de la importancia estratégica de Taiwán como productor de más del 90% de los semiconductores avanzados del mundo. Una toma del poder por parte de China en Taiwán y una absorción de su industria de chips ayudarían a inclinar la balanza del poder global a favor de China, con implicancias económicas y estratégicas de amplio alcance.
Nada de esto sería un problema serio si China fuera una democracia liberal, o al menos una sociedad relativamente abierta. Desafortunadamente, no lo es, y esa tal vez esa sea la razón más importante para defender a Taiwán.
Irónicamente, cuando Estados Unidos se vio obligado a defender a Taiwán en los años 1950, la isla todavía estaba gobernada por un régimen autocrático opresivo. No era la democracia que es hoy. Sin embargo, en aquel momento, el apoyo a Chiang Kai-shek por parte de Estados Unidos tenía sentido: la China de Mao Zedong era mucho peor. Afortunadamente, aunque el maoísmo fue popular entre los revolucionarios por un tiempo, principalmente en los países poscoloniales pobres y en los campus universitarios occidentales, las tácticas sangrientas de Mao ejercieron poco atractivo a nivel global.
El modelo chino actual tiene mucha más credibilidad en estos días. A diferencia de la Unión Soviética, el Partido Comunista Chino ha logrado desbaratar las expectativas liberales al alcanzar un éxito económico considerable manteniendo al mismo tiempo una dictadura leninista. Los liberales antes suponían que la combinación de una clase media creciente y una economía de libre mercado inevitablemente resultaría en democracia. La transformación de Corea del Sur y Taiwán de dictaduras militares en democracias liberales parecía sustentar esta tesis. Pero ahora sabemos que el capitalismo puede prosperar en “un socialismo con características chinas”.
El éxito de China ha inspirado a muchos autócratas en los países en desarrollo, donde grandes inversiones chinas en infraestructura han impulsado la imagen del régimen como un socio más eficiente, más poderoso y más confiable que las democracias occidentales, muchas veces desordenadas y entrometidas.
Es una tendencia peligrosa, particularmente en un momento en que las democracias liberales están siendo atacadas internamente por populistas radicales. Una victoria de Trump en 2024 galvanizaría a los dictadores y autoritarios en todo el mundo, incluyendo a Xi.
Una forma perniciosa de propaganda cultural ha venido impulsando, desde hace tiempo, un régimen autócrata en China y en otras partes de Asia. Su idea central, promovida de manera eficiente por Lee Kuan Yew, fundador y, durante muchos años, primer ministro de Singapur, es que los “valores asiáticos” son incompatibles con la gobernanza democrática. En las sociedades confucianas, dice el argumento, los intereses individuales deben estar subordinados al interés colectivo, la obediencia a la autoridad es sacrosanta y el orden social se impone a la libertad.
Los miembros de la clase media de China, cada vez más rica, muchas veces suscriben a esta visión. Los chinos comunes y corrientes, se suele escuchar en ciertos círculos de Beijing y Shanghái, todavía no están preparados para una gobernanza democrática y siguen necesitando que la mano firme de la autoridad los mantenga en línea.
Es por eso que Taiwán es importante. Más allá de su actitud nacionalista, las autoridades chinas parecen obsesionadas con Taiwán porque su propia existencia refuta la premisa del modelo autoritario chino. Como la democracia taiwanesa podría infundir ideas “equivocadas” en la población china, China quiere aplastarla, como lo ha hecho en Hong Kong. Biden ha prometido, en muchas ocasiones, proteger a la democracia de la amenaza de la autocracia. Si habla en serio, debe garantizar que Taiwán siga siendo libre.