Aunque echo de menos un abordaje más integral de la epidemia y mayor participación comunitaria, vacunarse, junto a las medidas de prevención y protección individual, constituyen derechos y deberes ciudadanos. Invito a vacunarse, sin temor, según los protocolos vigentes.

Hasta fines del 2021, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha autorizado el uso de emergencia de 9 vacunas. Según sus informaciones, todas reportan haber realizado estudios de Fase 3, sobre inmunogenicidad, protección y seguridad. Otras 128 vacunas están en proceso de ensayos clínicos.

De las 9 vacunas autorizadas, 2 son de ARN mensajero (COMIRNATY de Pfizer-Biontech y PIKEVAX de Moderna); 5 son recombinantes (VAXZEVRIA de Astra Zeneca, COVISHIELD de Serum Institute de India, COVID-19 de Janssen-Cilag,  NUVAXOVID de Novavax y COVOVAX del Serum Institute de India); y 2 son de virus inactivados (CORONAVAC de Sinovac China, COVAXIN de Bharat Biotech, India).

Según la OMS, hasta el 11 de enero 2022, el 59.4% de la población mundial había recibido al menos una dosis de estas vacunas y se habían aplicado 9,530 millones de dosis. Pero en los países considerados de bajos ingresos solo el 9.5% de su población había recibido al menos una dosis, evidenciando la cruel inequidad contemporánea. Las vacunas, unas más y otras menos, han mostrado efectividad para reducir el riesgo de gravedad, internamientos y fallecimientos y, aunque en menor proporción, el riesgo de contagiarse. En esta gigantesca experiencia mundial, los efectos adversos reportados han sido muy infrecuentes y predominantemente leves o muy leves.

Los países que reportan mayor proporción de su población vacunada son: Emiratos Árabes Unidos (99%), Cuba (93%), Portugal (91%), Chile (91%), Singapur (88%), China (87%) y Canadá (84%). Dos países latinoamericanos entre ellos. Aunque los informes no lo especifican, parece evidente que han vacunado en todas las edades.

La República Dominicana, para 11 de enero (Boletín MSP 664) había reportado 476,504 casos confirmados y 4,259 defunciones confirmadas, acumulados desde marzo 2020.  Las autoridades nacionales y los servicios de salud han hecho un importante esfuerzo para garantizar la disponibilidad de vacunas (en un contexto internacional altamente competido) y su aplicación; inicialmente una cantidad limitada de Astra Zeneca, producidas en la India; luego CORONAVAC de China, la más empleada en el esquema inicial nacional de dos dosis, y más recientemente COMIRNATY de Pfizer-Biontech, utilizada en adolescentes a partir de 12 años y como tercera y cuarta dosis (opcional)  en personas de mayor vulnerabilidad.

Se han aplicado más de 12 millones de dosis, 52.2% de la población total ha recibido uno de los esquemas de vacunación completo y 11.23% adicional ha recibido al menos una dosis.  Si consideramos que, hasta ahora, la población blanco ha sido de 12 años o más, el 69.2% habría recibido un esquema completo y 14.9% al menos una dosis. Es decir, que el 84.1% de la población blanco ha recibido al menos una dosis. Recuperar estos 1.23 millones que recibieron una dosis, para completar las dos dosis del esquema básico nacional, parece una importante tarea. Importa conocer la distribución por edad y vulnerabilidad de los no vacunados, y de quienes han recibido solo na dosis. Vacunar las personas de 60 años o más y a quienes podrían tener mayor vulnerabilidad, debe ser prioritario.

Ante el propósito de vacunar la mayor proporción de la población posible, sobre todo los más vulnerables, comprensible si consideramos que las vacunas reducen el riesgo de internamientos y fallecimientos y son de muy bajo riesgo, es muy importante comprender por qué algunos segmentos poblacionales no acuden a vacunarse y algunos incluso lo rechazan. Movilicemos a los científicos sociales (psicólogos sociales, sociólogos, antropólogos, trabajadores sociales, entre otros), para producir estos conocimientos clave.

Estudios realizados en otros países han encontrado que no solo se trata de las campañas de desinformación circulantes, hay factores más estructurales que condicionan y favorecen la actitud dubitativa o de rechazo. Se ha encontrado que es más frecuente en personas y poblaciones marginadas, de bajo nivel de ingresos y educativo y en territorios menos desarrollados. Un estudio realizado en Holanda encontró que una de las variables más asociadas a ese comportamiento fue la poca credibilidad en las instituciones y autoridades públicas.

Culpabilizar a las víctimas no nos ayudará. Infundir temor puede generar respuestas paradójicas. Tampoco es asunto de mero “marketing” y publicidad. No basta opinar. Necesitamos comprender mejor sus procesos de valoración, priorización y decisión. Estudiar con rigor, metodologías y técnicas adecuadas, cuantitativas y cualitativas, cuáles son sus informantes de mayor credibilidad y confianza, como se organizan y conforman sus comportamientos sanitarios, cuales son las barreras de acceso.

Rompamos el cerco intelectual y disciplinario. Atrevámonos a impulsar los estudios sociales necesarios, indispensables para completar la tarea de inmunizar a la población que aún nos falta y rescatar a quienes necesitan completar su esquema de vacunación.