En este lado de la isla La Española, en el este, aún nos asombramos por el estado de depredación de la cobertura boscosa y la capa vegetal que sufre nuestro vecino al otro lado del río internacional, la República de Haití.

No estaría mal la mirada a aquella tragedia aun sea por montarse en el carrito de la moda, siempre que también veamos la paja en nuestro ojo.

Esa nación ha perdido cerca del 97 de su cobertura boscosa. La tala y quema para sembrar o hacer carbón vegetal ha matado los ríos y ha dejado las tierras haitianas  esterilizadas, sin posibilidad de parir frutos. La escasa producción agropecuaria allí es uno de los factores determinantes de la hambruna que hace huir a sus habitantes.

Cierto. Pero República Dominicana ha perdido el 60%, a causa principalmente de la tala para carbón, la agricultura, el crecimiento demográfico y la expansión urbana, consta en el artículo “La Isla Española: un cofre del tesoro de diversidad arbórea en el Caribe”, colgado en el portal del estatal Jardín Botánico Nacional.

O sea, como Haití, aquí estamos bajo amenazas.

Nuestra isla, enfatiza el mismo artículo, es la segunda más grande del Caribe, después de Cuba, y alberga alrededor de la mitad de las especies de plantas de la subregión, el 34% de ellas, endémicas (sólo existen aquí). Los hábitats forestales brindan diferentes servicios ecosistémicos que son esenciales para la vida humana, como la regulación del clima, el almacenamiento de carbono, así como el acceso a alimentos, medicinas, aire limpio y agua potable.

Urge entonces un tratamiento integral a este pedazo del planeta de 650 kilómetros de largo, 241 kilómetros de ancho y superficie de 76 mil kilómetros cuadrados, habitado por cerca de 20 millones de seres humanos e impactado por 10 millones de turistas y visitantes.

Para la naturaleza, no hay fronteras. Los seísmos, los ciclones, los desbordamientos de ríos y tsunamis son ejemplos.

Entretanto, hasta que se resuelva la dramática situación socioeconómica y política haitiana, en RD debemos apostar a controlar las variables que determinan la deforestación. Y una de ellas es la expansión urbana anárquica. La siembra de cemento.

En Pedernales, extremo sudoeste del territorio nacional, frontera con Haití, ese mal adquiere ribetes preocupantes.

El Gobierno ejecuta un proyecto de desarrollo turístico desde Cabo Rojo, que ha apellidado sostenible e integral. Allí construye hoteles y puerto de cruceros, y a menos de media hora hacia el este, en el paraje Tres Charcos, Oviedo, el aeropuerto internacional.

Las expectativas inducidas por la publicidad y la propaganda han provocado una epidemia de invasiones, compra y venta de terrenos y una alocada actividad constructiva que ya comienza a convertir al pueblo en insufrible y amenaza con llevarse hasta lo poco que queda de áreas agrícolas irrigables en el llano del municipio: Los Olivares.

Es probable que los parceleros quieran vender al primer postor y vean intrusos en quienes apuesten a conservar ese lugar simbólico de la comunidad en tanto conjuga sinergias de fundadores y elementos de la cultura dominicana. Y tienen razón. No ven luz en el túnel.

El mismo Gobierno les ha construido el desencanto en su imaginario con la falta de incentivos y seguimiento técnico al proyecto agrícola (mangos, cítricos, víveres), más la falta de gestión de canales de comercialización libres de abusos y la negación a instalar una agroindustria para procesar frutas y vegetales.

En el país ya tenemos la Ley 368-22 sobre Ordenamiento Territorial, Uso de Suelo y Asentamientos Humanos. La pieza crea el Sistema Nacional de Información Territorial.

Y en Pedernales tenemos el Plan de Ordenamiento Territorial Turístico de Pedernales-Zona Urbana (POTT), hecho por el Ministerio de Turismo para la Alcaldía.

O sea, herramientas hay. El problema está en cuándo y en qué se aplicarán si, al ritmo que va el asunto, pronto ya todo estará perdido.