Si uno trabaja en una empresa generalmente si es pequeña o mediana conocemos al dueño, don Pedro, que no sube los sueldos ni por recomendación del médico, pero si es muy grande o de esas gigantes internacionales entonces se complica ya que puede tener como propietarios-as muchos-as accionistas y difícil conocer al o los papaupas de la matica.

 

Pero hay muchos otros casos que no sabemos no solo para quién trabajamos sino cuánto tiempo trabajamos para él. Por ejemplo si usted gana un sueldito de 200 pesos la hora, 32.000 al mes, y compra una botella de whisky de 1.600 pesos ya sabe que debe laborar ocho horas, una jornada completa para el señor Mcqeen, dueño de la marca, un escocés que muy posiblemente esté paseando en estos momentos en un lujoso yate con amigos y amigas dándose una jartura de langosta y caviar y tal vez bebiendo un whisky mucho mejor que el que él elabora. Y eso que es una simple botella.

 

Si usted compra una nevera de esas tan chulas que tienen un paquete de funciones con un esquimal, Anuk, un oso polar y una foca integrados y hasta le da un hielo más puro que el de Alaska con siete versiones de dureza y formas diversas, y en este caso también suponemos que usted gana un poco más, digamos 300 aldabas por hora o 48.000 al mes entonces tendrá que trabajar esos treinta días enteritos o una ñapa más para John Murray, el dueño de la fábrica que se está construyendo su décima mansión en Rich Hills Camp. Y eso que es un simple nevera.

 

Si usted compra un automóvil  de categoría media que le cueste un millón seiscientos mil pesos, y otra vez supongamos que gana 500 toletes por hora, o sea 80.000 al mes, tiene que trabajar para el señor Tanaka de Japón que en estos precisos momentos está jugando golf con unos fabricantes europeos los cuales quieren comprarle la nueva patente de frenos por un paquetón de millones de euros, nada menos que un año y medio de su vida dándole cada uno de los pesos y cheles que usted gane, y eso si lo paga cash, de un solo fuetazo, que si debe acudir a un financiera entonces son dos añitos. Y eso que es un simple carro.

 

Si usted compra una apartamento no muy lujoso de tres habitaciones que ya están en los 12 milloncitos de lágrimas, y usted gana 100.000 al mes, ahí va a tener que trabajar diez años, uno tras otro, para el constructor Pérez que ahora mismo está descansando en su hermosa villa de La Romana agotado de contar tanto dinero grueso, y si se tiene que financiar -al igual que el carro- la mitad o más del precio de compra, entonces tendrá que bajar el lomo en la oficina o en el negocio con suerte hasta su jubilación o mucho después de que lo entierren. Y eso que es un simple apartamento.

 

No seguiremos con el yate de cincuenta pies de eslora, o el helicóptero, o el avión jet ejecutivo, seamos piadosos puesto que ya no son cosas simples mortales. Pero si echamos un vistazo a todo lo que tenemos que pagarle a otros el televisor, la nevera, la estufa, el aire acondicionado, la energía, el apartamento, el carro, la vajilla, la camisa de marca, los zapatos pedidos por Amazon, las mountan bike del niño y la niña, y cuchucientas mil cosas más, nos damos cuenta que el tiempo que nos queda libre para nosotros mismos después de trabajar para no se sabe quién o quiénes apenas da para tocarnos las narices o hacer con mucha prisa algún hijo que otro

 

¿Y los señores Maqueen, Murray, Tanaka, Pérez y los mil otros? Bien, gracias, ahora no los moleste porque están trabajando duro con sus asesores de marketing para que usted trabaje aún más duro para ellos ¡Lo que tenemos que pagar por aquel el tiki-tiki ilegal de Adán y Eva en el paraíso terrenal!