Caminando-por-las-montanias-728x519
José Manuel Armenteros en la época en que trabajaba en el Pirineo.

“Se busca un hombre honesto”, escrita en 1964 a raíz del derrocamiento de Trujillo, es considerada por muchos la obra cumbre del dramaturgo dominicano Franklin Domínguez. En ella se retrata al país “Sálvese quien pueda”, donde los representantes de los partidos “Todo para mí”, “Todo para nadie” y “Todo por la fuerza” están en conflicto mientras andan afanados buscando un hombre honesto.  En el momento actual sospecho que además de la honestidad hace falta la sabiduría de personas capaces de comprender puntos de vista involucrados y conciliarlos en una solución aceptable a todas las partes. Afortunadamente, hay precedentes exitosos en este terreno.

En el año 1950, en la frontera entre España y Francia había una discusión sobre el uso de las aguas, asunto que era especialmente delicado porque desde el lado oriental se estaba usando el cauce para la producción de electricidad.   Guardando las distancias, era una situación similar a la que se vive actualmente en la frontera entre la República Dominicana y Haití.  Al igual que los actuales ciudadanos de la primera república negra del mundo, en el año 1950, los herederos del imperio donde no se ponía el sol eran mucho más pobres que sus vecinos y migraban en masa hacia el oeste buscando oportunidades laborales, como se evidencia en la expresión “la bonne espagnole” (la mucama española) o en la divertida película “Las chicas de la sexta planta”, protagonizada por Carmen Maura y Fabrice Luchini.  En esa década, aunque Francia venía de haber padecido grandes calamidades durante la Segunda Guerra Mundial también había sido beneficiaria del Plan Marshall lo que le había permitido recuperarse más profundamente que España de su guerra civil.

En esa delicada situación internacional, el hombre que encontró la manera de solucionar el conflicto entre ambos países fue un dominicano que todavía vive: José Manuel Armenteros Rius. Hijo de padres provenientes del Reino de España, él nació y pasó su primera infancia en San Pedro de Macorís.  Por las singulares situaciones civiles y políticas que se vivieron en todos los países donde él pasó las primeras décadas de su vida, él estaba más capacitado que muchos a la hora de presentar informaciones que pudieran ser útiles para dirimir en la litis entre los gobiernos español y francés por el uso del glaciar del Aneto, el más alto y, hasta que el calentamiento global se lo trague, todavía el más grande de todos los glaciares de esa cordillera.

José Manuel Armenteros era estudiante en Barcelona cuando el cónsul dominicano les facilitó documentación oficial a sus padres para poder extraerlo a él y a su hermano Enrique de ese territorio.  Como tantos otros en el año 1936, él y su familia cruzaron la frontera casi como polizontes y de ahí en adelante y durante el resto de su vida ha continuado considerando que Francia y su idioma son experiencias de refugio.  Él y Enrique apenas llevaban dos años viviendo en París cuando los alemanes hicieron una entrada triunfal que incluyó despliegue militar en los Campos Elíseos, la ocupación de la mitad del territorio francés y la necesidad de volver a migrar.

El haber vivido todas estas experiencias y haberse sentido valorado en estos y otros territorios, le permitió en su época de joven ingeniero hacer las mediciones acuíferas necesarias y presentarlas de manera que a ambas partes les parecieran justas. Más importante aún, ese trabajo fue útil para el juez externo que realizó el dictamen final gracias al cual se mantuvo un ambiente de colaboración respetuosa en esas montañas.

Esas y otras experiencias lo llevaron a poder contribuir a solucionar conflictos en otros terrenos. Hoy día es muy mayor para poder tener una participación tan activa como la que tuvo hace más de setenta años en el Pirineo, pero a sus casi cien años sus precedentes pueden servir para concebir una configuración que permita abordar más felizmente la situación que hoy enfrentan dos países que también le son muy cercanos.