En días pasados una colaboradora de este medio escribía cómo pudo superar un momento difícil gracias a una amiga. Hizo referencia a la canción de Alberto Cortez “A mis amigos”.

Si entramos a Google encontraremos setecientos millones de títulos que tratan sobre los amigos y la amistad, por lo tanto, ya debe haberse dicho todo.

Pero a pesar de eso, quiero rendir culto a una gran amiga que ha sido mi compañera y cómplice de aventuras y proyectos por años, mi amiga Idalia.

Ella les cuenta a sus hijos, al igual que yo, que si sobrevivimos a la pandemia fue gracias a que cada día nos llamábamos por teléfono, de esa forma no perdimos la facultad de hablar. Temprano nos poníamos de acuerdo sobre lo que íbamos a cocinar. Lo más simple posible, ya que ella al igual que yo, vive sola. A veces cuando la “jaraganería” nos acompañaba, freíamos huevos con pan o arroz blanco y listo.

Esa costumbre de conversar por teléfono a diario la mantenemos. Generalmente yo la llamo temprano, ella maleducada al fin, me dice que está muy ocupada y que no puede sentarse a conversar conmigo, no obstante, y ustedes se sorprenderán, somos capaces de conversar hasta una hora. En esos momentos es que aprovechamos para hacer planes. Nos preocupamos de los mínimos detalles, analizamos los pro y contras.

Durante cerca de diez años hemos ido al balneario de Boca Chica, con mucha frecuencia, nos vamos en guagua, nos juntamos en la Av. Las Américas.

Acostumbramos ir a protestar las dos con una pancarta de cartón al Parque Independencia, por cualquier cosa. Eso en varias oportunidades de acuerdo al momento y las necesidades.

Nos hemos pasado muchos fines de semana en resorts.

Hemos puesto una sala de tareas, como ex maestras que somos, ya que ella es bióloga y yo alfabetizadora.

Hicimos un programa de televisión de cocina, esto algo no raro, porque en el cable hay dos viejas que han tenido mucho éxito.

Escribimos un libro sobre las costumbres del campo y las plantas medicinales.

Tenemos un canal de YouTube analizando la farándula nacional e internacional.

En otro horario diferente al programa de cocina, analizamos la política de nuestro país y del mundo.

Con mucha frecuencia nos paseamos por la Zona Colonial, nos la conocemos de memoria, yo vivo en ella e Idalia fue profesora por años en un liceo también de la Zona. Pero siempre lo disfrutamos y descubrimos cosas nuevas.

Hemos ido a varios cruceros por las islas del Caribe.

Tuvimos una gira en el metro, de aquí pa’llá y de allá pa’cá.

Como tenemos a una amiga ex compañera de trabajo que se está candidateando para diputada por su pueblo, al sur, enseguida armamos el viaje para ir y darle apoyo. Yo averigüé el transporte, el hotel y todo lo relacionado con nuestro viaje, pero ¡qué va! la dicha del pobre dura poco. Norma opinó y me bajó de la guagua, dijo que si yo no sabía dónde quedaba eso y que yo no podía estar cuatro o cinco horas sentada sin caminar. De chismosa, llamó a mi hijo Luicho y le contó mi propósito y el viaje quedó frustrado.

Nuestro último proyecto se trata de participar en un voluntariado, aunque yo le advertí que en uno, en especial las voluntarias en un hospital, de acuerdo a su categoría, tenían uniformes de diferente color, ella me dijo: “si no es de las que están cerca de las jefas, mejor no voy”.

Fuimos a Jerusalén a recorrer los pasos de Jesús en el Vía Crucis. Subimos al Pico Duarte y disfrutamos Machu Pichu.

Algunos proyectos todavía no lo hemos podido realizar, pero están en lista, como es el caso de ir a disfrutar de la “Ruta del Cacao” y hacer un curso de plomería porque hemos visto lo mucho que nos cobran los plomeros y al final todo queda como antes.

Lo más interesante es que de todos esos proyectos y aventuras no hemos realizado el primero. Pero de que nos divertimos, nos divertimos; y de que nos reímos, nos reímos, porque al planificar nos vamos imaginando cómo sería y de esa forma hacer más llevadera la soledad.

El único proyecto que ha sido una realidad es mi jardín en mi azotea pues ella me ha motivado ya que tiene un hermoso jardín en su patio que era motivo de envidia para mí.

Ojalá todo el mundo pudiera contar con un amigo o amiga cómplice de esas fantasías que hacen que se le pueda “dar sabor a la vida”.