Hace tres décadas, el filósofo israelí Avishai Margalit publicó un texto titulado La sociedad decente. Con el concepto principal de este libro, Margalit se refería a una sociedad donde las instituciones no humillan a la ciudadanía.

El concepto de humillación remite a una conducta que justifica, con razones plausibles, el sentimiento de ser irrespetado o agraviado como persona.

Margalit aclara no confundir a una sociedad decente con una sociedad donde las personas no se humillan entre sí, o lo que denomina una “sociedad civilizada”. Aunque el concepto es problemático, lo importante aquí es distinguir que podemos vivir en una sociedad donde las relaciones entre los individuos sean respetuosas, pero carece de decencia, por el irrespeto a la dignidad proveniente de las instancias de poder.

Como aclaró nuestro invitado para conversar sobre el tema, en nuestro programa D' Ética TV, el Director de la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Edickson Minaya, el problema de una sociedad decente implica trascender la temática meramente jurídica, pues, aunque las leyes sean respetuosas de la dignidad humana, son los agentes sociales que desempeñan funciones de autoridad que, con sus acciones, respetan o humillan a la ciudadanía. (https://www.youtube.com/watch?v=nkQjv4O3zKw).

Las sociedades autoritarias se configuran sobre la base de la humillación sistemática. En ellas, el funcionario público se ve a sí mismo como “jefe” y no como servidor. La noción de “jefe en el imaginario de estas sociedades está asociado a una figura casi demiúrgica, que se enseñorea sobre sus subordinados sometiéndolos al capricho arbitrario de su voluntad.

Como producto de la referida cultura autoritaria, las instituciones se desnaturalizan y, en vez de servir como instancias para la resolución de problemas, se convierten en lugares de vejación constante y de violación a los derechos ciudadanos.

Cuando la situación se hace sistémica, las personas naturalizan las prácticas humillantes y no se comprenden como sujetos de derecho. Entonces, se agudiza el problema de las inequidades sociales con la conformación de unos imaginarios que dificultan visualizar relaciones sociales alternativas.