Mientras el mundo avanza hacia la celebración del Día Internacional de la Mujer, el reloj de los derechos de las mujeres retrocede. Y todos y todas estamos pagando el precio.
Las crisis en cascada de los últimos años han puesto de manifiesto que el liderazgo de las mujeres es más determinante que nunca.
Las mujeres han afrontado heroicamente la pandemia de COVID-19 como médicas, enfermeras y profesionales de la salud pública y la atención social.
Pero, al mismo tiempo, las mujeres y las niñas han sido las primeras en perder el empleo o las oportunidades de educación, al asumir más trabajo de cuidados no remunerado, y al enfrentarse a niveles exorbitantes de violencia doméstica y ciberacoso y al aumento vertiginoso del matrimonio infantil.
La pandemia ha puesto de relieve con más crudeza si cabe una antigua verdad: el patriarcado está profundamente arraigado en nuestras sociedades. Seguimos viviendo en un mundo dominado por los hombres y en una cultura de dominación masculina.
Por ello, tanto en los buenos momentos como en los malos, son las mujeres las que tienen más probabilidades de caer en la pobreza: su atención sanitaria se sacrifica y su educación y sus oportunidades se ven cercenadas.
Y en los países en conflicto – como vemos en Etiopía, en Afganistán o Ucrania – las mujeres y las niñas son las más vulnerables, pero también las voces más fuertes para la paz.
De cara al futuro, una recuperación sostenible e igualitaria solo será posible si es una recuperación feminista, en cuyo centro se sitúe el progreso de las niñas y las mujeres.
Tenemos que progresar económicamente con inversiones selectivas en la educación, el empleo, la formación y la creación de trabajo decente para las mujeres. Las mujeres deben encabezar el acceso a los 400 millones de puestos de trabajo que están llamados a crearse de aquí a 2030.
Tenemos que progresar socialmente con inversiones en los sistemas de protección social y en la economía del cuidado. Este tipo de inversiones arrojan enormes dividendos, ya que crean puestos de trabajo ecológicos y sostenibles, al tiempo que apoyan a los miembros de nuestras sociedades que necesitan asistencia, como los niños y las niñas, las personas mayores y las personas enfermas.
Tenemos que progresar financieramente para reformar un sistema financiero mundial en quiebra moral, para que todos los países puedan invertir en una recuperación económica centrada en las mujeres. Esto incluye el alivio de la deuda y sistemas fiscales más justos que canalicen parte de la inmensa riqueza mundial hacia quienes más lo necesitan.
Necesitamos una acción climática urgente y transformadora, para revertir el imprudente aumento de las emisiones y las desigualdades de género que han dejado a las mujeres y a las niñas en una situación de vulnerabilidad desproporcionada. Los países desarrollados deben cumplir con urgencia sus compromisos de financiación y apoyo técnico para una transición justa hacia el fin de los combustibles fósiles. Para garantizar su éxito y estabilidad en el futuro, las economías deberán ser ecológicas, inclusivas en materia de género y sostenibles.
Necesitamos más mujeres en puestos de liderazgo en los gobiernos y las empresas, entre ellas ministras de finanzas y directoras generales, para elaborar y aplicar políticas verdes y socialmente progresistas que beneficien a toda la ciudadanía.
Sabemos, por ejemplo, que la presencia de más mujeres en los parlamentos está relacionada con compromisos climáticos más firmes y mayores niveles de inversión en sanidad y educación.
Tenemos que progresar políticamente con medidas específicas que garanticen la igualdad de liderazgo y representación de las mujeres en todos los niveles de adopción de decisiones políticas, aplicando con audacia mecanismos como las cuotas de género.
La desigualdad de género es, esencialmente, una cuestión de poder. Erradicar siglos de patriarcado exige que el poder se reparta con igualdad en todas las instituciones y a todos los niveles.
En las Naciones Unidas hemos logrado que, por primera vez en la historia, exista paridad de género entre el personal directivo superior, tanto en la Sede como en las oficinas de todo el mundo. Esto ha mejorado notablemente nuestra capacidad de reflejar y representar de forma más adecuada los intereses de las comunidades a las que servimos.
En cada paso del camino, podemos inspirarnos en las mujeres y las niñas que impulsan el progreso en todas las esferas y en todos los rincones de nuestro planeta.
Las jóvenes defensoras del clima lideran los esfuerzos mundiales dirigidos a presionar a los gobiernos para que cumplan sus compromisos.
Las activistas que luchan por los derechos de las mujeres exigen valerosamente igualdad y justicia, y construyen sociedades más pacíficas como integrantes de misiones de mantenimiento de la paz, mediadoras y trabajadoras humanitarias en algunas de las zonas conflictivas del mundo y en otros contextos.
En las sociedades donde los movimientos por los derechos de las mujeres son dinámicos, la democracia es más fuerte.
Cuando el mundo invierte en ampliar las oportunidades de las mujeres y las niñas toda la humanidad gana.
Por una cuestión de justicia, igualdad y moralidad, y por simple sentido común, hay que hacer avanzar el reloj de los derechos de las mujeres.
Necesitamos una recuperación sostenible y feminista centrada en las mujeres y las niñas e impulsada por ellas.