1. Introito

Haití no es una tautología.

Es más que su propia metáfora, mucho más diversa que la yuxtaposición de todos sus clichés o la duplicación de sus múltiples logros y fracasos.

Por ahí anda su revolución épica, gloriosa y singular, en medio de una historia universal que alegadamente solo ha vivido en paz, en la memoria de nuestra civilización, el primer 25 de diciembre.

Ella sigue siendo mucho más trascendental que la deuda externa que hubo de pagar por el reconocimiento francés de su independencia.

Y más dramática que el subsecuente sacrificio humano de un grandísimo porciento de la población, una vez liberada de la esclavitud.

Aunque siempre trágica, cuantas veces llega el fin de otro año sumido por una oblación que llega al increíble salvajismo -sin osamentas ni entierros comunitarios a la vista- de alrededor de 180 personas, masacradas en Cité Soleil, Puerto Príncipe. Amén de que, para colmo del mismísimo Job, como si se tratara de una publicitada novela de terror colectivo, ese deplorable evento precede otra matanza de al menos 70 personas, en el poblado de Petite Rivière de l’Artibonite.

En síntesis, puesto que Haití no es una tautología, no se ahoga en ninguna pena, ni siquiera en la de su propia sangre.

II. La cotidianidad

Haití -nueva vez- no tiene tregua. Necesita paz, dominio de sí misma y sostenibilidad. En particular, luego del magnicidio del finado Jovenel Moïse (1968-2021) y del subsecuente auge y descontrol de bandas criminales -nada que ver estas con la memoria del alegórico Robin Hood- y terroristas.

Allá, bandas y grupúsculos armados han existido siempre. Incluso, manejados no solo por señores de la supuesta élite haitiana, sino desde la Presidencia de la República, pues no hay por qué desconocer, entre otras, la experiencia de los Tonton Macoute, verdadero modelo de una fuerza paramilitar.

En la actualidad, aquellas bandas mantienen el control territorial, -léase con mucho detenimiento: no de todo el territorio haitiano, pero sí de alrededor del 80% de Puerto Príncipe y de varias zonas rurales aledañas, particularmente en la región del Artibonite. Las áreas más afectadas incluyen Cité Soleil, Martissant, Delmas y parte de Carrefour, entre otras barriadas en los alrededores de la capital.

Cierto, algunos reportes advierten el establecimiento de puntos de apoyo en ciudades como Cap Haïtien, Gonaïves, Les Cayes, Jérémie. Pero, en esa cruzada divisoria de índole semi feudal o tribal del territorio haitiano, a pesar del terror infundido, no por ello llegan a controlar ni siquiera a Jacmel y, tampoco intervienen por ahora, de manera continua y efectiva, en el norte, noreste y sureste del país.

Según algunos informes de inteligencia, en el área metropolitana de Puerto Príncipe  operan 23 cuadrillas, aunque en otros el total sube a 95. Independientemente de la definición última de esas cifras, lo relevante es que están divididas en dos grandes coaliciones: el G-Pèp, liderado por Gabriel Jean Pierre, también llamado Ti Gabriel, y el G9 Famille et Alliés, liderado por el archi publicitado Jimmy Cherizier, alias Barbecue. Una tercera banda que goza de notoriedad y parece ser la más numerosa es la denominada 400 Mawozo, que ha consolidado su poder en torno a la comuna de Croix-de-Bouquets, en la periferia noreste de la capital.

¿Ideología, tendencia, doctrina política o mera justificación de los desalmados bandoleros? ¡Quién lo sabe! Por ejemplo, el ya publicitado Jimmy Chérizier, un día declara, desde el modesto, pero bien fotografiado albergue que ocupa en la cima de una colina en Delmas 6, que no reconocerá ningún gobierno establecido en Haití por el Consejo de Transición Presidencial y, al siguiente día, que con ellos hay que negociar; además,  no deja de repetir, para que no quede en los tinteros de la prensa internacional, que las pandillas buscan cambiar el sistema actual y crear un nuevo Haití.

Aquellas bandas y demás grupúsculos armados suman unas 200 agrupaciones que se nutren de niños, adolescentes y adultos. Sus efectivos no llegan a 10 mil individuos, por más que se quiera exagerar en la farándula el número activo de sus miembros.

Como ha de comprenderse, aunque todos los miembros estuvieren bien entrenados, apertrechados y organizados, en medio de más de 11 millones de personas, es absurdo admitir que dicho reducto de maleantes e imberbes, paraliza, en Haití, toda la actividad socioeconómica e institucional, dados los intereses que allí se cuecen.

Así, pues, en medio de la escalada de violencia e inseguridad que padecen “los de abajo” en ese país, se descubre por fin la respuesta a la pregunta crucial que resta por develar.

III. Los titiriteros

Con tanto absurdo y tan publicitada barbarie, a Haití le llega su Hora 25. El tiempo mayéutico de descubrir, y dejar en evidencia, los serios pugilatos que enfrentan a los actores principales de esa estructura de poder que incita y permite que, en medio de un vertiginoso caos, la población haitiana subsista, por más que malviva y, así, se reproduzca luego de más de tres años de cotidiano agobio y fastidio.

Los indicios yacen en abundantes contradicciones.

Al tiempo que el portavoz de la misión keniana asegura que los días de los líderes de las pandillas "están contados", el Partido Fanmi Lavalas, uno de cuyos miembros, Leslie Voltaire, preside el CPT, elabora una crítica mordaz de los ocho meses de transición. En un comunicado de prensa publicado el 12 de diciembre de 2024, señaló que el Consejo Presidencial de Transición (CPT) y el gobierno continúan en el camino del fracaso. “Fracasaron porque la inseguridad empeoró. Las masacres van en aumento…”

En ese aparente fracaso, asoman dos realidades complementarias. La primera salta a la vista. No obstante tanto protagonismo del emblemático Barbecue, la Policía haitiana ya le pisa los talones, pues mató a Kendy, conocido como Jeff Mafia, hombre de su más estricta confianza. Si tanta realidad fuera efectiva, con un poco más de esfuerzo y balas, la luz al final del túnel estaría al alcance de algunos fusiles.

La otra realidad requiere enfocar la atención más allá de las redes sociales y de los indispensables noticieros del momento, hasta dar con los titiriteros de la actualidad histórica de Haití. Ese grupo de instigadores de la peor calaña.

Analícese, por ejemplo, el revoltijo de capos del narcotráfico, beneficiarios del desorden y ausencia de control territorial de las autoridades haitianas. Capos que comparten la misma mesa de complot con instigadores al servicio de reconocidos países, menos y más ajenos a Haití. Y, ahora, lo más visceral y significativo de todo lo habido y por haber en la República de referencia: nuevos grupos de poder emergen fuera del control de la élite tradicional. En efecto, la pujante nueva clase empresarial negra, en su proceso ascendente, de hecho, emprende un feroz arrebato, sin cuartel, en procura de reemplazar a la tradicional élite mulata, mientras que esta, en franca retaguardia, sobrevive transpuesta fuera del revuelto país.

Aquellos y estos -incitados por lo bajo por lo que denomino en otro escrito como “la inanición y la autofagia cultural del haitiano”- buscan pescar en río revuelto. Los unos y los otros, en procura de conformar un nuevo orden de cosas bajo sus respectivos designios.

IV. Los terroristas

El tiempo es el mejor testigo de que la comunidad internacional, como dice la fanaticada del béisbol, no trajo nada en la bola durante su última entrada al montículo haitiano. Sus aportes, dicen los que saben, “no están funcionando”. La violencia continúa y los servicios humanitarios empeoran por segundos.

Para obviar una lista interminable de atrocidades, solo en noviembre 2024, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) reportó que unas 41,000 personas tuvieron que abandonar sus hacinados techos y refugiarse, en el lapso de 10 días, en 23 campamentos improvisados, debido a la escalada de la violencia en Haití. Durante el año en curso, la OIM reporta más de 700,000 refugiados. Y, según cifras de Naciones Unidas, el número de muertos durante los primeros once meses del año -pese a la presencia de efectivos de la Misión Multinacional de Apoyo a la Seguridad- es de al menos 4,544, mientras que los heridos se elevan a 2,060.

En tal contexto, la pregunta de cualquier mortal es la misma. ¿Qué hacer?

Desprovisto de cualquier tipo de bola de cristal, respondería, primero, dotar a los actores más responsables de tomar cartas en el asunto de paciencia, tacto y buen juicio, como condición indispensable para iniciar largas negociaciones.

Segundo, restablecer cierto orden y seguridad en el país, probablemente a sangre y fuego.

Para eso, un paso inicial sería que la misma comunidad internacional de los últimos 75 años, desde el por ahora dividido seno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, declare las bandas haitianas de “terroristas”. Como terroristas, sí, por quebrantar todo lo habido y por haber en Haití, comenzando por su forma de gobierno, siguiendo con la sobrevivencia de toda la población y también, debido al éxodo poblacional consecuencia de tanto entuerto, el quebranto a la paz y a la armonía del resentido ordenamiento regional.

En consecuencia, tercero, los miembros de la comunidad internacional concernidos por “la guerra contra el terrorismo”, se valdrán de los recursos que estimen más idóneos para corregir -de manera directa o mediante al equivalente grupal de lo que en singular sería  interposita persona- el desorden que perjudica y atenta sus propios intereses y los más generales.

Con posterioridad a los tres pasos anteriores, procuraría sin desfallecer, por último, lo más adecuado para subsanar y recuperar el cuerpo social haitiano; a saber, que los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU convengan en lanzar una misión de seguridad a gran escala en Haití. Esa incursión implicaría que esa organización no solo ‘respaldaría´, sino que ´dirigiría´ una presencia en Haití de más largo aliento y envergadura que la que actualmente cuenta con el liderazgo de Kenia y el sufragio básico de Estados Unidos.

Debido al cambio de propósito, la misión ‘en mientes’ haría frente a dos de cuatro inconvenientes de relieve.

Primero, superaría los límites propios a cualquier intervención de una fuerza militar en territorio haitiano. En palabras de Pierre Esperance, de la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos de Haití, dicho tipo de intervención, “por sí sola no puede proporcionar a Haití estabilidad a largo plazo, y las necesidades de los haitianos deben estar en el centro de cualquier esfuerzo militar”.

Segundo inconveniente a mitigar, el hecho de que una misión como la actual, al no estar financiada por la ONU, permanece más expuesta a los cambios políticos de los países miembros.

De ser así, solo le quedarían por superar

Las previsibles objeciones de miembros permanentes de aquel Consejo con poder de veto, tales como China y Rusia, con los que habría que negociar sin cartas marcadas y de conformidad con los intereses que sean barajados sobre el tapete.

Y, aún más difícil, ante los ojos de los lugareños, allanar la impopularidad e ineficacia de las misiones de la ONU en Haití.

Ahora bien, no obstante la persistencia de esas dos dificultades que quedarían por ser resueltas, no hay por qué desfallecer. Una vez pacificado el país, lo realista idealmente sigue siendo proceder a la aprobación de la aludida misión a largo plazo dirigida por la ONU, a modo de salvataje de Haití. Para avalarla, en cualquier escenario que sea, se cuenta con el cuerpo social e institucional de los haitianos, inerte como está, en las manos de sus victimarios, los reconocidos terroristas y titiriteros.