Mis pretensiones sistemáticas como escribidor de estas notas, me exigen iniciar con una breve caracterización del panorama en el cual sucederán las próximas elecciones. Atendiendo a ese rigor, este primer artículo se concentrará en  algunos aspectos relevantes que marcarán el proceso electoral venidero.

Tomo nota, como me recordaba un investigador social, que todo punto de vista es la vista desde un punto. El que comparto a continuación corresponde a la mirada desde mi butaca, no necesariamente bien situada. Por limitaciones que me son propias, me mantengo colocado en una esquina del salón, que no siempre me permite acceso a las perspectivas más acertadas.

La República Dominicana ha vivido en los últimos 30 años un desierto ideológico.  La última vez que se observó un debate electoral en el que emergió algo parecido a una confrontación de ideas fue en el 1996. Consignas como el “Nueva York chiquito” o “De que se van, se van” han devenido en contenido y continente del discurso político dominicano.

El pragmatismo como único sustento fue destruyendo toda posibilidad de diferenciación en base a programas, narrativas, propuestas e interpretaciones de la sociedad. Por su parte, el neoliberalismo como plataforma de abordaje del Estado/Nación (o el espectro de lo que debería ser un Estado) homogenizó la políticas públicas y se constituyó en el lugar común de todas las expresiones partidarias hegemónicas.

El conservadurismo ha obtenido en el siglo XXI su más alto nivel de legitimidad en la historia dominicana. Algunos hitos como el envío de tropas a Iraq y declarar abiertamente que en RD los chinos tenían vetada las inversiones estratégicas a favor de los intereses de EEUU, han sido apenas dos expresiones conchoprimescas de la sumisión extrema a los gringos manifestadas en estas últimas décadas. La sentencia 168-13 de la Suprema Corte y el masivo apoyo que generó en los sectores conservadores, la votación abrumadora en el Congreso en contra de las Tres Causales y la obligación de la lectura de la Biblia en las escuelas son apenas 3 expresiones simbólicas del dominio de una corriente conservadora que se expresa, además, en una “apoliticidad” de la cultura pop, desmovilización y derechización de la sociedad.

La Plaza de la Bandera fue el punto más luminoso de esa tríada de movilizaciones en las cuales, sin trascender la crítica cosmética, pone el dedo en la llaga.

No menos grotesca ha sido la carrera de relevo de las políticas económicas a favor de un sector del empresariado cuyo santo y seña de competitividad ha sido su capacidad de beneficiarse de la bien llamada economía del poder. Desde el punto de vista clasista hay dos indicadores que objetivamente confirman el peligroso giro conservador de nuestra sociedad. El primero es la casi desaparición de las luchas populares que trasciendan algún territorio o localidad del interior. El segundo es la participación cómplice del sector sindical  (muy diezmado, pero aún existente) en el bochornoso espectáculo de la instalación de un sistema de seguridad social cuyo mérito fundamental es beneficiar al sector privado dueño de las AFP y las ARS.

Marcha Verde fue una primera manifestación de resquebrejamiento de ese poder establecido. En su esencia, es una manifestación moralista conservadora, que desviando la atención al tema central del modelo económico, canaliza su cuestionamiento al fenómeno de la corrupción pública. Marcha Verde no moviliza las masas con una consigna ni una demanda cuestionadora de las políticas de desatención al ciudadano, no lo hace desde una tribuna que busque superar el desmembramiento del estado como garante de derechos humanos, ni que rompa con una administración de la cosa pública cuyo indicador de éxito (crecimiento sostenido del PIB)  evidencia que el propósito de nuestros gobernantes es favorecer la expansión de un modelo rentista y excluyente de acumulación de riquezas.

Marcha Verde con su predecesor, la lucha del 4%, fueron manifestaciones funcionales y orgánicas al modelo privatizador, individualista y de neoliberalismo aplatanao que se ha instalado en el país. Sin embargo, desde una lectura ingenua, ambas jornadas evidenciaron descontentos de la clase media. Sacaron a flote insatisfacciones.  Le dijeron al país y se autoreconocieron con vocación de pinchar la burbuja de éxito que se estableció de forma coherente bajo la éjida del leonelismo.

La Plaza de la Bandera fue el punto más luminoso de esa tríada de movilizaciones en las cuales, sin trascender la crítica cosmética, pone el dedo en la llaga. Fueron un par de semanas de gloria donde la juventud se manifestó hastiada en contra de la amenaza al sistema democrático y a la degradación política de la sociedad. Como gran mérito fue que el perfil etáreo y social se correspondía con el mismo que inició las luchas democráticas del final de la dictadura y el inicio de la democracia: jóvenes de sectores medios.

El triunfo de Abinader Corona en las pasadas elecciones reafirma una tendencia de abandono de la socialdemocracia del perredé y sus remanentes. El solo análisis de la sucesión del liderazgo blanco delinea de forma clara la degradación ideológica de esa parcela política: Peña Gómez, Hipólito Mejía, Miguel Vargas y Luis Abinader. En términos físicos se puede expresar como la aceleración de un cuerpo en caída libre.

El ejercicio del PRM constituye la gestión pública en la cual se denota con mayor diafanidad en la historia moderna dominicana el dominio del empresariado rentista y la oligarquía. Es, por así decirlo, el destape mostrando partes impúdicas del velado control que han tenido siempre esos sectores sobre el Estado dominicano.

Como suerte de colofón gris a este apretado recorrido me permito reconocer que la mayoría de las organizaciones de izquierda durante estas últimas décadas no han tenido vocación de independencia. Las que han presentado sus propias boletas lo han hecho desde expresiones de debilidad extrema, con candidaturas muy mal trabajadas y sin ningún respeto por el abc del rigor de una campaña, tanto en lo discursivo, propagandístico y de la logística electoral.

En el próximo artículo presentaré un abordaje que nos permitirá ver el futuro cercano con menos bruces. Dibujaré un lienzo en el cual se señalen las razones que nos convocan a habilitar la esperanza.

*Especialista en Estudios del Desarrollo, dirigente político de Opción Democrática