En muchas ocasiones la extrema vulnerabilidad no permite que nuestra población pueda aprovechar las manos extendidas o el hilo con el cual pudieran pescar. Agobiadas por la dura realidad del diario vivir, muchas familias y muchas mujeres jefes de familia solo tienen a su alcance el desarrollo de estrategias de sobrevivencia.

Sus patrones de comportamiento, escasa educación y las situaciones tan difíciles de revertir en que viven hacen de ellas un eslabón más de la cadena de reproducción de la pobreza y/o de la violencia.

Si bien una educación de calidad sería el primer paso para salir dignamente de la pobreza, la realidad es diferente. El bajo nivel de las escuelas públicas, la violencia imperante en los barrios y las limitaciones de todo tipo que acompañan la extrema vulnerabilidad son frenos a la salida de este engranaje.

A veces, por buenas que puedan ser las intenciones de una madre jefa de hogar sus limitaciones, carencias y visión a corto plazo, así como la reproducción de una cultura machista en el seno de la familia obstaculizan el sano desarrollo de sus hijos e hijas.

En Villas Agrícolas murió recientemente una mujer valiente y valiosa con un corazón de oro. Tenía cuatro hijos y acogió un gran número de niños del vecindario que crió. Hoy todos la lloran. Se separó del padre de sus hijos -“adicto a los vicios”-  que la remataba a golpes y se quedó, además de sus cuatro retoños, con una hija que el hombre tuvo con otra mujer.

A pesar de su fiera voluntad no  tenía las herramientas para sortear los golpes de la vida. Uno de sus hijos sufrió abuso sexual dentro del seno familiar cuando era menor, situación que interfirió con su desarrollo emocional y su escolaridad. Este tema tabú se quedó en el seno de la familia haciendo que la pequeña víctima cargara con este peso.

Su hija  mayor nació sorda y muda; hizo parte de su escolaridad en la escuela Santa Rosa;  sin embargo, cuando acabó el currículo de la escuela su madre, entrampada en su lucha por el sustento de la familia no buscó alternativas y trancó la niña dentro del hogar, “para que no la embarace un tigre”.

La niña, hoy una mujer, ha pasado su vida encerrada en un aposento compartido y oscuro frente a una pequeña pantalla de televisor con una depresión profunda, confundiendo el día y la noche hasta que un buen día agredió e hirió a su madre, en medio de una crisis de desesperación y violencia. Salió del hospital con una medicación pero la familia no siempre tiene los recursos para comprarlos.

Tampoco tuvo suerte con la hija de su marido: se casó adolescente con un delincuente que estaba metido en el microtráfico y que mataron en su casa frente a su hijo de tres años. La madre del pequeño se fue, delinque en el extranjero y lo dejó, como era de esperar, con su madre de crianza.

A pesar del terrible trauma que sufrió este niño no ha podido recibir asistencia psicológica para sanar los muchos problemas inherentes a su corta vida. Dejó la escuela y decidió emprender el camino de su padre. Tiene una pinta de tigre, formó una pequeña banda de adolescentes, hace pequeños mandados para los peces más gordos del sector.

En cuanto a una de sus nueras, una chica de 16 años, con dos hijos, un cuerpo y una mentalidad de niña no se prepara ni se planifica, porque “espera volar con un viejo”…

A pesar de los pesares, esta valiente mujer era el cemento que, tanto mal que bien, unía esta familia. Su casa era el centro donde se juntaban y mezclaban las generaciones, los nietos, los nietos de crianza, los vecinos, el gato, la paloma herida, el perro.

Para levantar su familia a su manera ella desplegó todos los esfuerzos humanamente posibles. Además de un trabajo fijo de limpieza donde ponía todo su corazón y empeño, abrió una fritanga de noche en una esquina de Villas Agrícolas. Luego vendía heladitos de funditas y mabí. En la pandemia era la persona del sector que más salía a la calle… la vida y las obligaciones no se detenían para ella; tenía que vender su mabí hubiese Covid o no.

 

Cuando quiso comprar un pequeño solar por Villa Mella tomó un préstamo pero la engañaron: el solar no tenia título. Sin embargo, siempre resurgía de las cenizas como el ave fénix.

 

Esta verdadera Madre Coraje se mudó muchas veces para evitar demasiado tigueraje alrededor de su familia. Sin embargo, hoy en día es difícil escapar a la delincuencia. Su última casa estaba situada en un callejón donde los olores cloacales se hacen  insoportables varias horas del día y donde la delincuencia tampoco está ausente.

 

Hace como diez años tuvo “un problema con la tiroides”… Nunca le explicó a nadie  que tenía  un cáncer. Quizás no entendió lo que le estaba pasando.  Después que le dieron de alta, jamás volvió a hacerse un chequeo. No le dijo nada a nadie, ni siquiera a sus hijos.

 

Los resultados de sus análisis siempre los tenía en un bollo porque no sabía leerlos y sus familiares siempre estuvieron en la negación de su enfermedad y entregándose a la voluntad de Dios.

 

Hace dos años se enfermó de nuevo y le detectaron un cáncer con metástasis en el estómago.  Allí inició el vía crucis que la llevó a su última morada. Le hicieron quimios,  la operaron, le hicieron radiaciones, luego otras quimios que no soportaba, ya moribunda le hicieron un inútil pet scan. Estaba en el inhumano descenso hacia el infierno que significa morir de cáncer en el hacinamiento.

Llegó el momento que ni podía tragar las pastillas de la Clínica del Dolor. En sus últimos días era ya una pluma que cargaban sobre las espaldas como un paquete para sacarla de su callejón y llevarla al Oncológico de emergencia para medicarla o pasarle un suero antes de devolverla a su casa en un agotamiento total.

Prefería estar en el suelo que en la cama, por el fuego interno que la quemaba, decía ella, minúscula, en el hueso, encorvada, sufrida, pero siempre consciente.

Hasta el último momento se aferró al escaso aliento de vida que le quedaba. Hasta la última semana estuvo preocupada por el futuro de sus retoños. No lo quería dejar a su suerte y se apagó como una velita en el medio de una casa llena de nietos, de vecinitos frente a sus pantallas o peleando entre sí y totalmente ajenos a la tragedia que pasaba en el cuarto de al lado y a la gran pérdida que se acercaba.