Cada mañana cuando salgo rumbo al trabajo, llevo puestos mis airpods mientras realizo la intrépida travesía del metro y el corredor de La Núñez. En mi playlist siempre el número uno en reproducirse es mi cantante favorita, la inigualable Celine Dione. Debo decir que me considero con buen gusto musical y se lo debo a mi familia. The Beatles, Queen, Air Suplay, Phill Colins, de algún modo eran las canciones de cuna que mi papá reproducía para mí en una grabadora de casette al ritmo de sus aplausos y mímicas. De adolescente mi tía Mayda reproducía los discos de Celine Dione, además de contarme historias sobre la vida de la cantante, que leía en las revistas de los años 90 y guardaba con cariño. De algún modo siento que comencé a gustar de su música, y fue en el 2006 cuando vi por primera vez la película de Titanic y My Hearth Will go on me cautivó el oído y terminé siendo su fanática.
El pasado 26 de julio se inauguraron los Juegos Olímpicos de París 2024. Varios esperábamos con ansias más que el paso de la antorcha, la reaparición de Celine en los escenarios. Y que espectacular fue su interpretación al deleitarnos con el Himno al amor de Edith Piaf, cantado desde la mismísima torre Eiffel. Su interpretación llegó a los corazones de los presentes y los que a través de una pantalla también la disfrutábamos, y se hizo imposible no emocionarse en semejante momento, con tan excelso tema y actuación. A tan solo un mes, el pasado 25 de junio se estrenó por la plataforma de Prime Video el documental: I´m Celine Dione (Yo Soy, Celine Dione), en el cual conocimos la enfermedad que padece y enfrenta desde hace ya varios años, llamada síndrome de la persona rígida. Un padecimiento bien extraño del sistema nervioso, para la cual la cantante se encuentra haciendo tratamientos. Resultó impresionante y muy conmovedor las escenas finales del documental en la que se observa un episodio de ataque a su cuerpo producto a la enfermedad, y como ella termina diciendo: “si no puedo correr, camino, si no puedo caminar, me arrastro, pero no me voy a dar por vencida”. Su pasión y lo que la hace sentirse viva, es cantar, su voz es de algún modo el instrumento con que su alma toca los corazones de quienes la escuchan, así como la pasión que siente cada vez que da una nota extremadamente alta.
En la inauguración de los Juegos Olímpicos vimos una estrella brillar en lo alto de la Torre Eiffel. Una mujer enferma que es capaz de sobreponerse a las dificultades de la vida y dar lo mejor de sí. A sus 56 años de edad, su voz continúa siendo la melodía más hermosa que sus fans podemos deleitar. Su regreso es motivo de regocijo y de agradecimiento a Dios por haberle concedido volver a los escenarios. Creo que cada vez que observemos la Torre Eiffel recordaremos a una estrella cantar para todo el mundo.