El enfoque economicista sobre el turismo, el estilo cherchero y cercano del dominicano, la globalización con sus desplazamientos humanos por el mundo y la ausencia de una cultura de prevención local, en nada favorecen la contención de la ya aceptada pandemia de COVID-19 (CO, de corona; VI, de virus; D, del inglés Disease, que significa enfermedad). Somos altamente vulnerables. Mejor si esperamos una epidemia, aunque no suceda.

El predominio del paradigma basado en el turismo como actividad económica (no como fenómeno social contemporáneo), motiva el endiosamiento del visitante extranjero, sin que importe si su salud y su comportamiento arriesgan a los colectivos. Y trata de manera marginal a los servidores de los hoteles y a las comunidades dueñas de los destinos.

Aquí es ley que al turista no se le debe tocar ni con el pétalo de una rosa porque es una fuente de dólares. Los controles sanitarios, cuando los hay, no aplican para él. Y ello le convierte en una vía expedita para la importación de virus y bacterias. Sucedió así con el primer caso importado de la enfermedad de coronavirus por parte de un ciudadano que había desembarcado el 22 de febrero de 2020, procedente de su país, Italia, azotado por una epidemia. Entró y se instaló, pese a que debieron enviarlo a cuarentena. Y como él, otros.

En el portal del Ministerio de Turismo ha sido colgada, el 17 de abril de 2019, una historia representativa de la verticalidad de tal matriz. Importa mucho más que el sujeto, el aumento de los ingresos por concepto de “la actividad turística”. Se destaca en el inicio: 

La República Dominicana registra un incremento en los ingresos generados por la actividad turística en el primer trimestre del 2019, en comparación con los ingresos registrado entre enero – marzo del 2018. En ese sentido indica que el país ha registrado el ingreso de US$2,100 millones, lo que representa un aumento de 1.4% con respecto al 2018. Recordamos que el año pasado, el país rebasó por primera ocasión la barrera de los dos mil millones de dólares en los tres meses del año, ya que en el 2017 la cifra registrada fue de US$1,976.9, lo que indica que República Dominicana mantiene un ritmo de crecimiento si se toma en cuenta además, los ingresos percibidos en el 2016, lo cuales fueron US$1,800.8”. http://mitur.gob.do/republica-dominicana-incrementa-los-ingresos-por-turismo-en-el-primer-trimestre-del-2019/.

Sin embargo, nomás este martes 10 de marzo de 2020 el candidato a alcalde de Higüey por el Partido Revolucionario Moderno, Rafael Barón Dulúc (Cholitín), contaba al matutino radiofónico “El Zol de la Mañana” que este municipio, capital de la provincia turística La Altagracia (la de Punta Cana, Bávaro y otros), se cae a pedazos, la inseguridad se impone, “no se ve un turista por sus calles”, pese a que llegan miles a los resorts. 

Quitándole carga propagandística a su discurso, en el fondo queda la misma realidad de todos los polos turísticos activos: escaso progreso y ningún desarrollo de las comunidades, diferente a las zonas de los hoteles. El mismo sesgo se evidencia en la publicidad local e internacional. No es La Altagracia, es Punta Cana; no es La Romana, es Romana; no es Puerto Plata, sino Cabarete, Sosúa; no es la calidez y el trabajo de la gente, sino la belleza de las playas y las mujeres.

BESUQUERO, CAMPECHANO Y BROMISTA   

El dominicano es sabroso por naturaleza, tiene el humor en la punta de la lengua, suele sacarle filo hasta las situaciones trágicas. Por cultura, da la mano, abraza y besa en un lado de la cara; es en extremo condescendiente con el extranjero.

Quien ha salido del país por cualquiera de los aeropuertos sabe del ambiente de confianza extrema, distendido en exceso, que goza un turista extranjero al pasar los controles de Migración y Aduanas, áreas que, sin embargo, en otras naciones son súper vigiladas, tenebrosas y rígidas. Ejemplo: Puerto Rico, Cuba y en Miami, de EE.UU.

Ahora, ante la patogenicidad y virulencia del COVID-19 y la no apropiación de una cultura de prevención en la población, tales características colocan al dominicano en la línea de alto riesgo. Y son muchos los escollos para sacarlo de tal encrucijada.

¿Cómo cambiar de la noche a la mañana si en su conciencia no ha sido instalada una cultura de prevención?

No basta con que él sepa que un virus o una bacteria podrían terminar con su vida. Todos los hombres del mundo conocen, tal vez, que el uso del condón ayuda a prevenir enfermedades de transmisión sexual, pero, ¿todos lo usan? No, porque falta la actitud, y, para construirla, se necesita ajustes en valores y creencias que permitan alcanzarla.

Así que el lavarse las manos cada vez que sea necesario, o no llevárselas a la boca; no estrujarse los ojos, ni escupir ni toser al aire; no fumar o dejar de hacerlo, ir a chequeos médicos rutinarios, manejar adecuadamente los alimentos, comer sano… Nada de eso se logra en un santiamén. Para alcanzar ese estadio, se requiere de inversión sostenida durante mucho tiempo en promoción de la salud por parte del Estado hasta edificar una cultura de prevención que lleve a la a responder con naturalidad. Y de eso carecemos.

De ahí las alarmas y el pánico en la gente, y los operativos oficiales para tapar boquetes cuando “la casa se nos viene encima”. Y de ahí la aparente displicencia y la incredulidad de la población frente a la real propagación mundial del COVID-19. Nos falta re-aprender.