El encontronazo de los ministros de Relaciones Exteriores de República Dominicana y Canadá, provocado por los planes de esa nación norteña de instalar una oficina en Santo Domingo desde donde se coordinaría la ayuda internacional en favor de Haití, parece haber quedado resuelto ayer (21-06-23).

Reunidos en la asamblea de la OEA, en Washington, ambos ministros anunciaron que seguirán trabajando juntos para buscar una solución a la crisis haitiana.

El escenario elegido para hacer este anuncio no podía ser más acorde con el cinismo de los nacionalistas criollos, la triste y celebre OEA, la misma OEA que en 1965 aprobó la constitución de las Fuerzas Interamericanas de Paz, siguiendo las directrices norteamericanas, para enviar 42,000 marines a República Dominicana y aplastar su aspiración de restituir a su único presidente libremente electo, dos años antes. La misma OEA que no se manifestó ante la intervención norteamericana en Guatemala, en 1954, ni respecto a la invasión de Playa Girón, en 1961, pero sí aprobó el bloqueo y las sanciones diplomáticas a Cuba.

De toda la palabrería hueca que contiene esa declaración conjunta, cuyo propósito es suavizar asperezas, guardar las formas, y tal vez encubrir un propósito, retengo solo un elemento relevante, y este es, a mi entender, el aspecto ingenioso de dicha declaración. Se trata del anuncio de Canadá de aumentar la presencia diplomática en sus embajadas de Puerto Príncipe y Santo Domingo.

El resto de esta declaración, reconocer que restablecer la seguridad en Haití reducirá la carga que el vecino país representa para República Dominicana; que Canadá y República Dominicana tienen sólidas relaciones y son socios de larga data; que la magnitud de la crisis haitiana requiere una mayor cooperación internacional para el desarrollo…, es pura palabrería, repetición de lo ya dicho.

Retomo lo que considero el elemento ingenioso de la declaración, y aquí cabría preguntar a los señores nacionalistas criollos, siempre alertas para defender la soberanía nacional cuando de Haití se trata, si no sospechan que su gobierno y el de Canadá están tratando de darles gato por libre, si esta decisión del país norteño de aumentar la presencia diplomática en sus embajadas de Santo Domingo y Puerto Príncipe no es una manera de encubrir el personal que se ocupará de gestionar la cooperación internacional en favor de Haití y asistir a la policía haitiana desde el territorio nacional, así como de encubrir en la embajada de Puerto Príncipe la anunciada célula que coordinaría con las autoridades haitianas esta asistencia.

Ojalá que este sea el plan, que el gobierno dominicano se haya decidido a hacer algo concreto en favor de la seguridad del vecino, apoyando, aunque sea de manera encubierta, los esfuerzos de Canadá para fortalecer las capacidades de la policía haitiana para enfrentar las bandas de matones que han hundido a ese país más allá de lo imaginable.

Si este es el caso, ¡bravo! Hace tiempo que debió haberse decidido a implicarse, siquiera mínimamente, en la búsqueda de soluciones a la crisis haitiana y dejado atrás las componendas con estos nacionalistas inconsecuentes, algunos de ellos vinculados a grupúsculos, ciertamente muy estridentes, pero que no representan ni siquiera el uno por ciento del electorado.