En el fin de semana mientras en Santo Domingo se celebraba la 28º cumbre iberoamericana de jefes y jefa de Estado y de gobierno, en un acto político en Madrid el principal partido de la oposición, en voz de su presidente Alberto Núñez Feijoo, condenaba al presidente del gobierno español de asistir a la cumbre por ser un espacio abierto para dictadores y autócratas, quizás refiriéndose a la invitación de los presidentes de Cuba, Nicaragua y Venezuela (de los cuales solo participó el cubano). Más adelante el partido matizó estas declaraciones.
Al mismo tiempo desde Santo Domingo, algunos de los asistentes se solidarizaban con el presidente ecuatoriano por considerarlo víctima de discursos desestabilizadores y antidemocráticos por parte de personas que “no tiene nada más que hacer que obstaculizar el Estado de derecho”, como llegó a decir el presidente Cháves de Costa Rica.
También este fin de semana y fuera del ámbito iberoamericano, el ex presidente Trump incendiaba los ánimos de sus seguidores en el marco de una posible imputación criminal en su contra, mientras por otra parte, el presidente francés Emmanuel Macron señalaba ,frente a los disturbios en París que en democracia no hay derecho a la violencia.
Como telón de fondo la guerra de Rusia en Ucrania continúa lacerando vidas y repercutiendo en la estabilidad comercial mundial.
Sin dudas en Europa y América asistimos a tiempos de crispación. 40 años después de la transición hacia la democracia participativa, en gran parte de nuestra región iberoamericana, parecería que los hijos de la generación que liberó nuestros continentes del totalitarismo que impusieron las dictaduras militares, se aburrieron o dan por sentado la paz y la libertad que durante estas cuatro décadas ha brindado la democracia, la concordia y la reconciliación.
Parecería que la política de hoy consiste, incluso en Francia y Estados Unidos, en levantar discordia, cerrarse al diálogo, en la utilización de métodos subversivos y violentos para alcanzar objetivos políticos.
Esas etapas se creían superadas; sin embargo, corresponde a la actual generación el deber de aplacar la insurrección injustificada, de educarlas, de limitarlas, abonando así un camino de paz y de, consecuentemente, más prosperidad.
No subestimemos la concordia, la convivencia pacífica, el comedimiento y la responsabilidad al momento de adoptar ciertos discursos.
Estamos llamados a convivir unos con otros en paz, en medio de todas nuestras diferencias. Desde hace 40 años las pasadas generaciones nos mostraron un camino posible: el diálogo democrático. Esto implica transparencia, apertura, inclusión de todas y todos sin que las condiciones personales o sociales puedan ser motivo para que alguien no se pueda sentar en las mesas de toma de decisiones.
La República Dominicana y su gobierno jugaron un rol trascendental en subrayar durante esta 28ª cumbre la importancia de la reconciliación. Aplaudo la actitud respetuosa y conciliadora de las diferencias de nuestro presidente. Una conciliación que no es sólo un discurso al exterior sino también una práctica a lo interno de nuestras fronteras.
Muchas voces, algunas de ellas muy respetadas en nuestro país, aluden que la labor independiente del ministerio público pone en peligro nuestra estabilidad democrática, la convivencia pacífica entre grupos políticos. Pero lo cierto es que la justicia no tiene que ser popular. La labor de la justicia consiste, como señaló Justiniano, en dar a cada uno lo que merece. En otras palabras su labor no es ser popular, es ser justa. Y es eso justamente lo qué exige la sociedad civil, tal como señalara participación ciudadana en un reciente comunicado.
Es irresponsable condenar políticamente al partido de gobierno por la presentación de cargos contra ex funcionarios por parte de un Ministerio Público independiente. La veracidad de las imputaciones, la culpabilidad o la inocencia es tarea de la justicia aunque existan voces contrarias en las redes sociales, en los medios de comunicación o en los colmados de cualquier esquina. La existencia y emisión de juicios contrarios a la labor del Ministerio Público, siempre que sean pacíficos, son también señales de salud democrática.
La sociedad espera que siga imperando el espíritu conciliador sin que ello implique una renuncia a las reivindicaciones de transparencia y ética en la administración pública. Lo contrario es un chantaje a lo cual nadie con reales intenciones de un mejor porvenir puede ceder.
En adición a la adopción de la carta medioambiental iberoamericana y de la declaración de Santo Domingo, la celebración de esta 28ª cumbre iberoamericana de jefes y jefa de Estado y de gobierno, nos hace volver la mirada a la importancia del espíritu conciliador y de la concordia como pilares de la paz social en tiempos realmente retadores, incluso para países de muy larga tradición institucional y democrática en cuyos campos la libertad formal floreció por primera vez