La empatía, entendida como capacidad de comprender y compartir las emociones de los demás, es un componente esencial para la convivencia humana y el fortalecimiento de los lazos sociales.

Cuentan que su origen data del griego antiguo “empatheia”, término compuesto por “en” (dentro) y “pathos” (sentimiento, experiencia). En su sentido original, la empatía se refiere a la capacidad de experimentar y comprender los sentimientos y experiencias de los demás desde dentro de uno mismo.

Con el paso del tiempo, el significado de la palabra empatía ha evolucionado. En la actualidad, la empatía se refiere a la capacidad de ponerse en el lugar del otro, comprender sus sentimientos y perspectivas, y responder de manera compasiva y comprensiva.

Sin embargo, si revisamos bien, en los últimos tiempos, especialmente en las últimas dos décadas, podremos identificar cambios profundos en la forma en que nos relacionamos y comunicamos. Ahora, cuando disponemos de tantas vías para comunicarnos y para facilitar las conexiones, paradójicamente, ciertas dinámicas parecen estar erosionando nuestra capacidad de empatizar.

¿Qué estamos haciendo mal? Probablemente no se trate de “hacer mal”; lo más seguro el tema sea la facilidad que representan ciertas herramientas al momento de interactuar. Veamos. Hay sentimientos difíciles de medir. Todavía podremos recordar con gracia a una pequeña criaturita extendiendo sus brazos para expresar lo mucho que quiere a alguien o intentando explicar a quién quiere más.

Pero las herramientas tecnológicas parecen “resolvernos” ese problema. Por eso mucha gente, al usar signos de admiración en un mensaje de texto, asume que poner muchos signos repetidos está expresando gran admiración. Incluso, mucha gente confunde lágrimas de alegría y lágrimas de tristeza. En suma, por más herramientas de que dispongamos es muy difícil encontrar símbolos que representen con exactitud lo que sentimos. Pero el facilismo, apoyado en el “dale pa’llá”, ha provocado la sustitución de gran parte de las expresiones que solíamos usar para manifestar sentimientos.

El uso excesivo de las nuevas tecnologías nos ha llevado a intentar la digitalización de las relaciones interpersonales. Plataformas como las redes sociales, los servicios de mensajería instantánea y las videollamadas han reemplazado, en muchos casos, las interacciones cara a cara. Esto ha reducido nuestra exposición a señales no verbales, como el tono de voz, la expresión facial y el lenguaje corporal, que son fundamentales para interpretar y responder adecuadamente a las emociones de los demás. Sin estas señales, las interacciones se vuelven más impersonales, dificultando la práctica de la empatía.

Y algo más, la cultura de inmediatez que fomentan estas plataformas ha transformado la manera en que procesamos información. Ahora solemos consumir contenido de forma rápida y superficial, lo que dificulta la reflexión profunda sobre los sentimientos y perspectivas ajenas. Por eso en redes sociales, los debates suelen reducirse a comentarios breves o “me gusta”, lo que limita el entendimiento genuino de las emociones de otras personas.

Otro aspecto relevante es el impacto de los algoritmos. Estas herramientas “organizan” el contenido que consumimos, exponiéndonos principalmente a información que refuerza nuestras creencias y valores. Esto no solo reduce la exposición a perspectivas diversas, sino que también fomenta un fenómeno conocido como burbuja de filtro. Dentro de estas burbujas, la empatía hacia personas con opiniones o estilos de vida diferentes disminuye, ya que nos han acostumbrado a interactuar únicamente con ideas similares a las propias.

A eso se suma el anonimato que ofrecen las plataformas digitales, lo que puede facilitar comportamientos disfrazados. En ausencia de consecuencias inmediatas, algunas personas adoptan actitudes despectivas o incluso de acoso, lo que refleja una falta de conexión emocional con quienes están del otro lado de la pantalla. Este fenómeno, conocido como trolling o ciberacoso, evidencia cómo las tecnologías pueden ser usadas para deshumanizar las interacciones.

Como se nota, se ha vuelto más que urgente emprender una cruzada por la empatía. Cualquiera de las siguientes acciones sirve para mantenernos humanos y lograr entendernos: promover la comunicación cara a cara, fomentar el tiempo sin pantallas, practicar la escucha activa, exponerse a diversidad de perspectivas, modelar comportamientos empáticos, entrenar con programas educativos sobre empatía y hacer uso consciente de las redes sociales.