Pedro Francisco Bonó y Mejía.

Dentro de cuatro años- específicamente el 28 de octubre del 2028- se conmemorará el bicentenario del nacimiento de uno de los más encumbrados próceres civiles de la República Dominicana: nos referimos a Pedro Francisco Bonó y Mejía (1828-1906).

Ante tan singular efeméride, no deberían escatimarse los esfuerzos de ninguna índole- tanto estatales como privados- para que  las nuevas generaciones conozcan y aquilaten en su justa y elevada dimensión la estatura  cívica de este dominicano ejemplar, que siempre y sobre todo, quiso servir a su patria, no desde la magistratura del poder sino desde el ejercicio ciudadano responsable; desde el magisterio intelectual y cívico que  procuró ejercer sin interesadas mediatizaciones ni transitorias ataduras.

Y es que como expresara Frank  Moya Pons: “Bonó predicó y actuó en todo momento en favor de una sociedad civilizada donde las injusticias, las desigualdades y los vicios dieran paso al orden, al progreso y la cultura”.

En el período comprendido entre 1879 y 1886, momento en que destacaron por sus gestiones liberales los gobiernos azules,  en ningún dominicano como en Pedro Francisco Bonó  estuvo puesta la mirada de sus conciudadanos bien intencionados para ocupar la presidencia de la República.

En un ambiente inficionado de rencillas y resquemores; donde tantos ambicionaban el poder por el poder, no era acaso extraño que un hombre de su estirpe, desde su austero y sereno mirador de San Francisco de Macorís, sólo aspirara a ejercer de ciudadano y  de luchar por el bien de sus semejantes sin buscar canonjías ni procurar reconocimientos?

Él sabía que tal conducta no podía pasar desapercibida y por eso le escribe a su amigo, el Padre Cristinace, párroco de Puerto Plata, en los siguientes términos: “acúseme de no querer ser Presidente de la República”.

Incluso en gran cantor del Yaque Juan Antonio Alix (Papá Tonó), que no dejaba escapar ocasión para dar cuenta, con su estro repentista, de las más palpitantes incidencias del quehacer político nacional, se refirió en una de sus décimas a la inusual actitud de Bonó, contraponiéndola a la de Ulises Heureaux,  su preferido de entonces, para exaltarlo, por supuesto hasta que cayó abatido, calificándole de inmediato  como engendro del averno.

En la ocasión, cantaría Alix:

Y hasta más dice la gente:

dice que el de Macorís

no le hacen salir de allí

ni a fuerza de agua caliente.

Que él sabe perfectamente

Que él no es gallo espuelero;

que si con pluma y tintero

no se puede defender,

si en apuros se ha de ver

prefiere su gallinero.

Una de las cartas más notables de Bonó, a nuestro modesto entender imprescindible para calibrar sus más recónditas convicciones; su verdadera concepción del poder y por qué no sentía pasión por mandar sino por ser luz intelectual y ejemplo cívico para sus ciudadanos; para apreciar  la hondura de su sensibilidad social, es la que dirige desde San Francisco de Macorís al general Gregorio Luperón el 5 de febrero de 1884, declinando el ofrecimiento de postularle para la presidencia de la República.

No haremos ahora exégesis de la misma. La misiva se basta a sí misma y sólo conviene leerla con espíritu atento e inteligencia despierta, como lección política y cívica de significación perdurable. He aquí su texto íntegro.

Distinguido amigo: Sus buenas cartas del mes pasado han llegado oportunamente a mis manos ¡y difícil me es expresar a Ud. con palabras el agradecimiento en que le estoy por la franca y gratuita amistad que he logrado merecer de Ud. Ella data de lejos, y en todo su curso sólo se notan cambios recíprocos de buena voluntad, campeando empero de parte de Ud. el empeño de colmarme de honores y beneficios, que nunca he aceptado, es verdad, pero que siempre solícito e incansable de nuevo me ofrece Ud.

Hace tiempo me viene Ud. considerando como el candidato más a propósito para la Presidencia de la República, y hace tiempo me viene Ud. ofreciendo su valioso apoyo para presentar mi candidatura al pueblo dominicano, declarándome que sólo yo, por el momento, reunía las cualidades necesarias para organizar un tanto el país y hacerlo entrar en la vida regular de la nación independiente.

Siempre ha agregado Ud. que se prometía que los hombres de más influjo y poder no dejarían de ayudarme eficazmente; unos con su espada, otros con su patriotismo, otros con su saber y el pueblo con su obediencia, y que con tantos elementos reunidos no dejaría yo de hacer mucho por la Patria.

Ello puede ser cierto, General, y si no lo fuere, su patriotismo se lo presenta como una verdad, de manera que a todas luces queda Ud. justificado en su pretensión.

Pero yo que tan pocas cosas creo, ¿cómo me justificaría aceptando? En primer lugar, no amo el Poder, y el Poder para ser bien ejercido es preciso amarlo. Después de este punto, esencialísimo y principal, vienen un sinnúmero de accesorios también muy importantes.

Hace cuatro años que he vuelto a escribir en los periódicos del país (antes no podía hacerlo porque hubiera ido derecho a la cárcel), y he escrito contra un tropel de errores que se han enseñoreado de la dirección de mi Patria. Nadie o muy pocos veían estos errores, pero apenas los indiqué, todo el mundo los vió. ¿De dónde nace eso? ¿Sabré yo más que mis demás compatriotas?- En ninguna manera. No sé más, tal vez sepa menos que ellos, pero estoy colocado en un medio tan excelente para observar, que no lo cambiaré por todo el oro del mundo, porque creo él sólo es quien me inspira.

Libre de amor, libre de celo, de odio, de esperanza, de recelo! él sólo me permitirá observar bien y decir a mis compatriotas mis observaciones, siéndoles por tanto más útil que en el solio.

¿Ahí qué me espera?

Por dos años: mucho dinero, lisonjas, la primera posición social de la República, cañonazos, repiques de campanas y festejos oficiales. Y esto ¿qué es?

Hago caso omiso de la espada de Damocles, cuyo hilo es más delgado en mi país que en Siracusa para tiranos y no tiranos; pero de seguro, tanto a los más antiguos como a los más recientes de nuestros Presidentes pueden recitárseles desde hoy los versos de Manrique:

¿Qué se hizo el Rey Don Juan?

Los infantes de Aragón,

¿Qué se hicieron?

 Esto sin contar con que  muchos de ellos envueltos en grandes desastres públicos dejaron una reputación hasta entonces inmaculada.

 No discutamos por ahora si esto último también a mí me sucederá, y vengamos a éste mi rincón, el cual, a la verdad, es otra cosa, General; cierto será que en él nadie me recitará versos ni discursos, pero en cambio, ¿cuántos bienes alcanzados que perderé y perderá el país si  lo abandonó? Gracias a Ud., a Meriño y a Heureaux, la prensa hace cuatro años es libre, y cada vez que hallo oportunidad, sin ofender a ninguno lanzo por ella una prédica que desvanece muchos errores y los hace estudiar nuestros males.

 Como en toda predicación sobre el fondo de las cosas, los efectos de las mías son lentos, pero seguros, o a lo menos más seguros que las órdenes de autoridad con que desearía Ud. verme investido.

 Vea la historia de la humanidad y quedará convencido de lo que digo, o mejor, vea lo que he predicado y se está palpando. En Evangelio y las Epístolas de San Pedro cambiaron la faz del mundo.

 No tengo pretensiones ridículas, y por tanto no elevo ni relativamente a tal altura lo por mí hecho; pero con mi pobre talento, con mis pocas fuerzas y caridad, he hecho ver, ciencia a la vista, las malas doctrinas reinantes en el Cibao y la demolición de su propiedad y su agricultura. He hecho ver la transformación del Este; a traslación a título casi gratuito de su propiedad a manos de nuevos ocupantes encubiertos  bajo el disfraz del Progreso.

 Progreso sería puesto que se trata del progreso de los dominicanos, si los viejos labriegos de la vieja común de Santo Domingo que a costa de su sangre rescataron la tierra a cuyo predio estaban adjuntas, tierra que bañaron y siguen bañando con su sudor, fueran en parte los amos de fincas y centrales; si ya ilustrados y ricos como hacendados, en compañía de los que nos han hecho el inapreciable favor de venir a nosotros, trayéndonos su dinero, sus conocimientos, sus personas, sus trabajos, mandaran sus productos directamente a Nueva York.

 Pero en lugar de eso, antes aunque pobres y  rudos eran propietarios, y hoy más pobres y embrutecidos han venido a parar en proletarios. ¿Qué progreso acusa eso? Mejor entraña una injusticia hoy y un desastre mañana. Pero lo he dicho y lo repito a tiempo, para poner en ejercicio los talentos y amor al bien de mis conciudadanos de la capital, espero mucho más de ellos y de seguro ya alertados trabajarán en el sentido de dejar incólume la justicia y la riqueza que le va llegando. Tanto la una como la otra se necesitan en la sociedad.

 Habrá dos años, el Cibao, triste, melancólico, desesperado, no creía alcanzar con su honesto trabajo la remuneración debida, Ud. estaba en Europa y tal vez no sabe que prediqué e hice cobrar bríos a la sociedad. Sí señor, hice ver que todo trabajo del hombre sólo es recompensado por el cambio libre, en lo que vale. La cosa no era nueva, pero estaban tan turbados por estar todo el mundo interesado en el negocio, que no la veían, y yo como estaba colocado fuera de toda especulación, no era Presidente ni cosa parecida, pude verla.

Todo el mundo se puso a comprobar lo que había dicho, vieron que era una verdad y maniobrando en consecuencia, ya de mi predicación el país comienza a recoger óptimos frutos.

Nada se me dé por ello, ni por mis servicios pasados ni presentes, ni dinero ni puestos; déjeseme pobre y luchando con mi trabajo para probarme a mí mismo. Esa ha sido mi vida  y así conozco mejor el mecanismo del trabajo del hombre, sobre todo el del hombre pobre. Además, que si me pagan en esta u otra moneda, nadie me creerá y que se me crea cuando busco el bien de mis hermanos, es la sola recompensa que apetezco.

 Y sólo podré tener autoridad legítima entre los buenos, siendo lo que soy, es decir, pobre, marchando en el camino de mis padres que fue el del trabajo asiduo y honrado, y en su caridad, siendo en fin un cristiano que ama a su prójimo dominicano, ama a su prójimo extranjero como hermano pero no como idiota y siervo, que lo quiere ver nuestro igual, pero no nuestro superior ni nuestro inferior.

 Usted ve la vagancia de nuestras ciudades y cree que como Presidente podré crear talleres. No, amigo, no lo crea. Con mis indicaciones tengo probabilidades de conseguir mejores resultados que con actos de mi autoridad. Estas indicaciones abren los ojos al Gobierno y a los particulares los harán trabajar en el bien, pero será si no le soy sospechoso abandonando el trabajo y acogiéndome al presupuesto. Si esto sucede, ya soy embustero, mientras que como estoy, soy verídico y a la verdad nadie se niega.

 Salgo también de los Partidos. Yo no quiero ser partidario, quiero ser ciudadano dominicano. Perdono los desmanes que la ignorancia o las angustias hacen cometer a los Partidos (puedo hablar así  porque como es notorio, he sido perseguido por muchos y desconocido por todos, desde Santana hasta octubre de 1879), y sigo amando a todos los azules, rojos, verdes, etc., que son ilustrados y buenos. A estos busco como compañeros y a éstos me acojo con toda emergencia, porque sé que en todos los partidos hay hombres excelentes y hombres abominables; estos últimos son regularmente incorregibles pero la buena doctrina generalizada los hará inofensivos.

 Para concluir, cúmpleme decir a Ud. General, que con toda la gratitud que en un corazón honrado imprime la benevolencia de sus semejantes, doy a Ud. y a todos aquellos que en mi piensen para ocupar la Presidencia de la República en el próximo período constitucional, las más expresivas y sentidas gracias.

Recíbalas Usted. Y sírvase transmitirlas a mis favorecedores con todo el encarecimiento posible, pues por mucho que en ello se afinque nunca podrán las palabras alcanzar lo profundo del verdadero sentimiento que me hace dárselas.

 Su verdadero amigo,

 Pedro Francisco Bonó