La provincia PedernalesRD es la matriz del proyecto de desarrollo turístico sostenible que -ha dicho el Gobierno- deviene único porque entraña la ventaja de comenzar de cero; por tanto, prevendría las inobservancias de origen en los primeros polos e impactará positivamente las cuatro provincias de la empobrecida región Enriquillo (Independencia, Baoruco, Barahona y Pedernales).

La sola decisión de arrancar con el cumplimiento de un viejo reclamo social tras dos décadas de litigio judicial en pos del rescate de las tierras estatales usurpadas por particulares con el apadrinamiento de funcionarios estatales y su casta de adláteres, hizo ganar aplausos y el espaldarazo de la comunidad del extremo sudoeste, frontera con Haití. Merecidos.

Las inversiones en infraestructuras se evidencian en los avances del complejo hotelero y la terminal de cruceros en Cabo Rojo, distante 23 kilómetros al sureste de la ciudad, pero están  ausentes en los dos municipios de la provincia (Pedernales y Oviedo), aunque promesas ha habido.

Y eso es incompatible con la conceptualización de turismo sostenible, que implica participación y desarrollo bien entendido de las comunidades del destino en tanto dueñas de los atractivos.

La ciudad Pedernales, municipio cabecera, avanza como bólido hacia la arrabalización de su periferia con hileras de ranchetas improvisadas habitadas por familias haitianas y dominicanas con precarios servicios básicos, muy lejos de la vida digna.

La cárcel y el cuartel de la Policía funcionan en el centro del pueblo en las ruinas que dejaron los huracanes Katie (16-10-1955) e Inés (29-9-1966) de la fortaleza de la 16 Compañía del Ejército Nacional, construida en 1934 por el gobierno de Trujillo.

Ese antro es una agresión a la dignidad de policías y privados de libertad en un viejo trozo de fortificación que, por demás, es impertinente porque ha quedado en el centro de la comarca en vista del desparramamiento urbanístico incontrolado.

Y el mercadito municipal (1950), en la Genaro Pérez Rocha, parece ir de camino a replicar el desastre que simboliza el “Mercado Nuevo” en la Duarte del Distrito Nacional. El reguero que arman venduteros haitianos en su explanada y parte del vecindario hace pensar en lo peor.

Ante los nubarrones en el ambiente, urge que el Gobierno extienda hasta los municipios de Pedernales su plan de viviendas de bajo costo, activo en la provincia Santo Domingo y Santiago, con el objetivo de erradicar las favelas que se expanden a velocidad de rayo ante las expectativas de desarrollo turístico.

El momento demanda, además, un nuevo mercado, más amplio y moderno. El local actual podría ser convertido en una plaza de exhibición y venta de artesanías.

Y ya es impostergable la construcción de una cárcel y un cuartel policial en otro sitio. La imagen patética de las instalaciones actuales constituye una afrenta que debería avergonzar a cada pedernalense. Detrás de ella bulle lo inhumano, el desprecio por la vida.

El terreno céntrico donde están ubicadas esas ruinas podría servir para edificar un centro cultural, un anfiteatro, un proyecto de apartamentos y hasta un parque infantil.

Casi llegamos al año 2025 y nada del frente marino ni de los hoteles frente a la playa Pedernales anunciados, aunque a esta fecha debieron estos listos para el disfrute pleno de la comunidad y turistas visitantes.

Nada de comenzar la carretera de 40 kilómetros hacia Duvergé, desde Aceitillar (perímetro del hoyo de Pelempito, Sierra de Baoruco), que nos evitaría gastos mayores e incertidumbre, además de conectarnos con nuestros orígenes. Fue anunciada desde los primeros meses de la toma de posesión del presidente Luis Abinader para su primer cuatrienio (2020-2024).

Por la explotación del turismo, Pedernales comienza a ver la multiplicación desmesurada de migrantes haitianos (hace rato alta), pero también de inmigrantes (de otras provincias). Llegan en busca de trabajo, que no es malo. Lo malo es la falta de planificación (Políticas, programas y proyectos) que lleva al desorden territorial, al caos, creación de cinturones de miseria, falta de servicios básicos, aumento de enfermedades, inseguridad, y siniestros viales.

El impacto de tales problemas a corto plazo será bestial, a menos que las autoridades vayan por soluciones de fondo.

Las repatriaciones indiscriminadas solo contribuirán a encarecer el sucio negocio del trasiego de indocumentados desde Haití y otras naciones. Y cuando no se pueda más a causa de los altos costos de la tarea de interdicción y quizás por el cansancio, caeremos en lo mismo, o peor. Los antecedentes son mortales.

La condición de veedores debe primar en quienes, solos, apoyamos el proyecto de desarrollo turístico sostenible desde los días en que apenas estaba como diseño y la mofa de incrédulos más la indiferencia de otros brotaban a borbotones como respuesta a los esfuerzos de visibilización mediática sobre avances del proceso.

Los elogios desmedidos al margen de la crítica social constituyen el peor daño que se le pudiera hacer desde ahora al destino turístico en construcción y a la provincia. La viveza criolla merodea de espaldas a los intereses colectivos.

La verdad, aunque duela; “a más claridad, más amistad”. Y el presidente Luis Abinader ha demostrado que no es un tonto como le suponían hace cinco años.