A raíz de la publicación de la Carta Pastoral de los obispos dominicanos, fueron cada vez más frecuentes no solo los ataques hirientes a la iglesia, por parte de la poderosa propaganda del régimen, especialmente a través de Radio Caribe, sino también las medidas adoptadas por el tirano para presionarla a fines de incidir en un cambio de postura por parte de la misma.
Tomó fuerza entonces, con proporciones inusitadas, la campaña propagandística del régimen destinada a que se concediera a Trujillo el anhelado título de “Benefactor de la Iglesia”.
En su enfermiza egolatría, para Trujillo era inconcebible que persona o institución alguna se negase a cumplimentar, en servil actitud de complacencia, sus demandas y caprichos, y es por ello que le había causado bastante desazón una carta que por aquellos días le dirigiera monseñor Reilly, prelado de San Juan de la Maguana, expresándole, entre otras cosas, como un motivo de preocupación “el plebiscito popular que se ha iniciado para que se me otorgue el título de “Benefactor de la Iglesia en la República Dominicana”.
El 15 de enero de 1960, monseñor Beras, entonces obispo coadjutor de Santo Domingo con derecho a sucesión, le había dirigido una carta al tirano, dada la difícil situación económica en que se encontraba el Seminario Santo Tomás de Aquino debido a que durante varios meses el régimen le había retenido la subvención acordada para su sostenimiento.
La referida carta de petición de monseñor Beras al tirano, como puede advertirse, fue enviada cuando faltaban apenas 16 días para que en todos los templos del país fuera leída la famosa Carta Pastoral, la cual marcaría un punto de inflexión en las tensiones entre la Iglesia y el régimen, ya en fase declinante.
La carta de respuesta de Trujillo a monseñor Beras, con calculada habilidad, fue respondida pasados dos meses, en fecha 31 de marzo de 1960 y en ella se advierte el sutil reclamo del tirano ante el impacto de la Carta Pastoral, pero al propio tiempo, astutamente, se vale de la misma para recabar la actitud del remitente ante su pedimento del título acariciado.
La referida misiva se transcribe a continuación:
Ciudad Trujillo, D.N
31 de marzo de 1960.
Su Excelencia
Monseñor Octavio A. Beras
Arzobispo Titular de Eucita,
Coadjutor, con Derecho de Sucesión
Del Arzobispado de Santo Domingo,
Administrador Apostólico “Sede Plena”
Ciudad.
El Señor Secretario de Estado de Interior y Cultos me ha enterado acerca de la petición formulada por Vuestra Excelencia en carta de fecha 15 del mes de enero del año en curso, dirigida al entonces titular de ese departamento, para solicitar la intervención del Superior Gobierno con el fin de que se conjure el déficit del Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino, que asciende actualmente a la
suma de $33,879.36.
Aunque el informe técnico de esa Secretaría es adverso a la petición de Vuestra Excelencia por razones burocráticas, muy dignas de atención a causa de los efectos que la Pastoral del 31 de enero ha tenido sobre las recaudaciones fiscales, no he vacilado en recomendar que se asigne al Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino la suma solicitada para que esa institución, a la cual le dado todo el apoyo desde su fundación, pueda proseguir su obra que reviste importancia capital por lo vinculada que se haya a la formación del sacerdocio y a la conveniencia de que la Iglesia Católica cuente en nuestro país con suficiente personal netamente dominicano.
Considero el Seminario como una de las instituciones más dignas de apoyo oficial por la trascendencia de su misión y por la circunstancia de que una de las necesidades más imperiosas de la Iglesia Católica en nuestro país es la de dotarla de sacerdotes que hayan nacido y se hayan formado en nuestro propio medio y que conozcan a fondo la verdadera idiosincrasia del pueblo dominicano.
Un escrúpulo, sin embargo, me ha hecho considerar que tal vez no sea oportuna mi intervención cerca de los organismos oficiales competentes para que la solicitud hecha por Vuestra Excelencia en favor del Seminario Pontificio Santo Tomás de Aquino sea definitivamente aprobada.
El Señor Obispo de San Juan de la Maguana, Su Excelencia Monseñor Tomás F. Reilly, en carta que me dirigió… considera como un motivo de preocupación el plebiscito popular que se ha iniciado para que se me otorgue el título de “Benefactor de la Iglesia en la República Dominicana”.
Ese sentimiento, respaldado por algunas figuras destacadas del clero nacional, se inspira evidentemente, según las manifestaciones de las personas que lo han apoyado sin reservas, en el hecho de que he sido yo, entre todos los gobernantes dominicanos, el único que ha secundado sin vacilaciones la obra de la Iglesia Católica, que la ha rodeado de las facilidades materiales necesarias para el ejercicio de su misión espiritual y que ha llevado esa protección hasta el extremo de suscribir un convenio que somete a un régimen concordatario las relaciones entre la Santa Sede y el Estado.
Ante esa actitud del Excelentísimo Señor Obispo Monseñor Tomás F. Reilly, lo lógico parece ser que en lo sucesivo me abstenga de intervenir, como lo he venido haciendo desde hace largos años, en favor de cuantas solicitudes puedan favorecer las actividades de la Iglesia Católica y contribuir a la realización de su obra de bien
Social y espiritual en la República Dominicana.
De esa manera desaparecería naturalmente todo motivo para manifestaciones como la que ahora sustenta una inmensa mayoría del pueblo dominicano, que constituye una expresión absolutamente espontánea del espíritu público a la cual he querido permanecer ajeno no obstante la legítima satisfacción que me produce como refrendación pública de cuanto he hecho en favor de una de las causas más nobles en que puede interesarse un gobernante en nuestro país: la del auge del culto católico que tan íntimamente se halla unido al nacimiento de nuestra nación y la reafirmación de nuestros atributos más preciosos como país soberano.
Mucho me complacería conocer la opinión de Vuestra Excelencia acerca de los escrúpulos que me inspira esta carta y que se justifican por la significación que tienen en lo que respecta a la conducta que me competa observar en lo adelante cuantas veces se solicite mi intervención en asuntos que atañen a la Iglesia Católica en la República Dominicana.
Saluda a Su Señoría Ilustrísima muy respetuosamente y besa su anillo pastoral,
Rafael L. Trujillo.
Cinco días después, Monseñor Beras, con el tacto propio del lenguaje eclesiástico, responde la misiva de Trujillo con una denegación implícita, en los siguientes términos:
Ciudad Trujillo,
4 de abril de 1960
Excelentísimo Señor
Generalísimo Dr. Rafal L. Trujillo Molina
Benefactor de la Patria y Padre de la Patria Nueva,
SU DESPACHO.
Tengo el honor de referirme a la atenta carta que tuvo a bien dirigirme el 31 de marzo próximo pasado, en relación con la actitud futura de su Excelencia en cuanto a vuestra intervención en obras de la Iglesia.
Abrigo el convencimiento de que Vuestra Excelencia, como católico, continuará prestando toda colaboración a la Iglesia. Es doctrina de esta que todos sus hijos tienen el derecho ineludible de colaborar en sus obras, obligación que aumenta, en proporción de las posibilidades y la autoridad con que la Divina Providencia inviste a cada uno. Además, quien favorece a la Iglesia, beneficia siempre al pueblo.
Si la Iglesia ha recibido y recibe ayuda de un gobernante católico, Vuestra Excelencia tiene sobradas pruebas de que Ella ha rendido servicios en todos los aspectos de la vida de la Nación, y estoy seguro de que su Apostolado en nuestra Patria representa para Vuestra Excelencia verdadera satisfacción.
Por lo demás, el Señor, inmensamente justo, recompensa aún en este mundo dando el “ciento por uno”, conforme al espíritu del Evangelio: “pues el que os diere un vaso de agua en razón de ser discípulo de Cristo, os digo en verdad que no perderá su recompensa” (S. Marcos 9, 41).
Refiriéndome al título de “Benefactor de la Iglesia”, he de informarle con toda sinceridad que los Excelentísimos Señores Obispos, de acuerdo con el procedimiento en vigor actualmente en la Iglesia, no pueden menos de reconocer que títulos de tal índole sólo pueden emanar de la Autoridad competente, que es, en este caso, la Sede Apostólica.
Según el principio jurídico “ubi maior minor cessat” los Obispos son incompetentes para otorgar este título; tanto más, cuanto que la Santa Sede ha reconocido los relevantes méritos de Vuestra Excelencia con altas distinciones pontificias que no fueron concedidas a ningún otro gobernante en nuestra República, antes de Vuestra gestión pública.
Por otra parte, la Iglesia reconoce oficialmente estos méritos de Vuestra Excelencia al hacer públicas plegarias establecidas oportunamente en el Concordato.
Agradezco la amabilidad de Vuestra Excelencia por haber querido oír mi opinión en asunto de tan grande importancia. Saluda muy atentamente a Vuestra Excelencia con los mejores votos en el Señor,
OCTAVIO A. BERAS
Arzobispo Titular de Ucita
Administrador Apostólico “Sede Plena”
de Santo Domingo.