El pasado Día de los Padres, mientras regresaba de compartir con mi familia, presencié tres accidentes fatales en las dos horas que me tomó llegar desde Santiago a Santo Domingo. El título de este artículo, que pudiese parecer de una película de ciencia ficción, hace referencia a una angustiante realidad dominicana: año tras año fallecen cerca de 2,000 personas en nuestras carreteras. Eso significa que, en promedio, mueren accidentadas 167 personas cada mes, 39 cada semana, 6 cada día y 1 persona cada cuatro horas. En caso de que estas cifras –así frías– no impresionen, propongo repasar un puñado de los siniestros viales ocurridos en lo que va de año.
En enero, en la víspera del Día de la Altagracia, fallecieron por lo menos cinco personas en distintos accidentes de tránsito, entre ellas un policía y un bombero. El primer domingo de febrero murieron tres turistas estadounidenses al chocar con un autobús en Puerto Plata. El penúltimo domingo de marzo –en un lapso de 24 horas– murieron accidentadas por lo menos once personas, entre estas, dos haitianos, una girl scout de 16 años y una abuela y su nieta menor de edad. En Semana Santa, como todos los años, cerca de tres decenas de personas fallecieron en nuestras vías. El último fin de semana de junio fallecieron seis motoristas en accidentes distintos. El primer domingo de este mes de septiembre, en horas de la madrugada, el chofer de un camión embistió a más de 40 personas frente a un colmadón de Azua, de las cuales murieron por lo menos seis. El conductor aparece en los registros del Ministerio Público con 28 infracciones de tránsito previas.
Apenas esta semana, una pareja de jóvenes que iba rumbo a Samaná sufrió un accidente, en el cual intervino una patana. De la pareja, él murió al instante, y ella, tras unos días de agonía. Tuve la dicha de coincidir unas veces con ella y, aunque no la conocí bien, sí lo suficiente para que la noticia me estremeciera. Siempre la recordaré sonriente, de personalidad ligera y cargada de vida. El momento que atraviesa su familia está más allá de mi comprensión.
Con este trago amargo, se me inunda el pensamiento con personas de relativa cercanía a mí que han perdido la vida en accidentes de tránsito: una amiga de mi padre, la mamá de una persona muy apreciada, un primo querido, el papá de un compañero del colegio, un colega de la carrera, una compañera de maestría, el hijo de unos amigos de la familia… Seguro que, si me esforzara, la lista seguiría aumentando y seguro que, si otros hicieran el mismo ejercicio, sumarían en su cabeza similar o mayor cantidad de partidas.
La inseguridad vial se ha convertido en la principal causa de muerte no natural en República Dominicana. De acuerdo con las estadísticas de la ONE, entre el 2019 y el 2023 murieron 9,454 personas a causa de accidentes de tránsito, mientras que por homicidios intencionales murieron 5,773 personas. Es decir, en los últimos cinco años, los accidentes viales han arrebatado casi el doble de vidas que las quitadas, en su conjunto, por los robos, atracos, secuestros, sicariatos, agresiones sexuales, riñas, disputas, conflictos intrafamiliares, conflictos de género, conflictos del narcotráfico y los infames intercambios de disparos.
Si nos comparamos con otros países, las estadísticas son todavía más desalentadoras. De acuerdo con la OPS, actualmente tenemos la tasa de fallecimientos por accidentes de tránsito más alta del mundo entero y desde el año 2000 siempre hemos ocupado por lo menos uno de los cinco peores puestos. Montarse en un carro en República Dominicana se ha convertido en un riesgo desproporcionado. A veces ni siquiera hay que andar en un vehículo, pues en los últimos cinco años más de 1,300 transeúntes murieron atropellados.
Creo que está de más profundizar sobre las causas de estos accidentes, pues están ahí a plena vista: carreteras precarias, falta de señalización, falta de iluminación, conductores temerarios, exceso de velocidad, falta de educación vial, vehículos sin mantenimiento y un largo etcétera de infracciones de tránsito. Lo cierto es que solo una ínfima parte de los eventos viales de nuestro país pueden catalogarse como verdaderos accidentes.
Esta es una realidad abrumadora, difícil de encarar con optimismo. Una solución definitiva necesariamente debe involucrar a las autoridades, la aplicación estricta de un régimen de consecuencias y la ayuda de las tecnologías. En lo inmediato, ¿qué nos cuesta andar un poco más despacio, frenar en amarillo, usar el cinturón, responder el celular unos minutos después? Repito, en nuestro país, cada cuatro horas, se pierde una vida a causa de un accidente de tránsito.