En esa época estaba tomando un curso de terrorismo por correspondencia, hasta que me dieron una beca para estudiar en la Unión Soviética. El hecho es que la CIA me había fichado como terrorista por mi participación en la insurrección de abril de 1965 y por ser militante del Partido Comunista Dominicano y decidí seguir la profesión, la vocación que me había asignado la CIA. Mi primo Antonio estaba fichado como terrorista, mi primo Narcisín estaba fichado como terrorista, mi primo Alfonso estaba fichado como publicista y todos mis hermanos y muchos de mis amigos estaban fichados como terroristas. Estaba de moda ser terrorista y decidí seguir la corriente. Terrorista o publicista. Pensé que tendría un gran futuro como terrorista.
El mejor sitio para estudiar era la Escuela de las Américas, que se encontraba en el Canal de Panamá. Era una escuela de torturadores, solo para asesinos y torturadores, donde te enseñaban a sacar ojos y a descoyuntar prisioneros y violar a las presidiarias como hacían en Chile y Argentina en esa época.
Pensé que me recibirían con agrado y quizás lo hubieran hecho en otras circunstancias, pero no me aceptaron a pesar de la carta de recomendación de varios generales de la policía. Una carta que de seguro tenía intenciones aviesas.
Para ingresar en la Escuela de las Américas había que tener experiencia y yo era en realidad un neófito, solamente tenía el título de terrorista que me habían asignado, pero ese mismo título implicaba que yo era un terrorista al servicio del “Kremelín”. Un agente del “Kremelin”como nos había llamado a todos los insurrectos el general Imbert Barreras.
El mejor entrenamiento me lo hubieran dado en la CIA, que es la más grande agencia terrorista del mundo y también en el Mossad, que no se queda atrás.
La CIA y el Mossad y el M16 inglés (la más importante de Europa) se cuentan entre las más grandes y poderosas agencias terroristas del mundo: cometen asesinatos a nivel mundial, se involucran en derrocamientos de gobiernos, espionaje, atentados, tráfico de drogas, blanqueo de capitales, secuestros, torturas, encubrimientos, chantaje, entrenamiento de grupos paramilitares, fabricación de guerras, devastación de países enteros y paro de contar… Se comprenderá que los llamados terroristas son en realidad las víctimas del verdadero terrorismo.
Hubiera sido maravilloso poder ingresar a cualquiera de esas prestigiosas organizaciones, pero el ingreso me estaba vedado por las mismas razones que antes dije.
Ahora bien, lo que realmente deseaba, más que nada en el mundo, era por igual un sueño prohibido. Soñaba todas las noches con pertenecer a la Santa Alianza. Solo Dios sabe, si acaso no se hizo el desentendido, todos los esfuerzos, los recursos que agoté cuando fui a Roma con el pretexto de estudiar humanidades para ser miembro de la Santa Alianza.
Poca gente tiene conocimiento de que a pesar de ser el Vaticano el país más pequeño del mundo los tentáculos de la Santa Alianza se extienden por todo el planeta. Es la más vieja, la más antigua agencia terrorista del mundo y una de las más discretas, poderosas, herméticas. De hecho, oficialmente no existe. El Vaticano no reconoce su existencia, pero fue fundada en el lejano año de 1566. La fundó el papa Pío V para aterrorizar a los protestantes. Su primer objetivo fue la ejecución, el fallido asesinato de Isabel I, reina de Inglaterra, la hija de Enrique VIII, que se había independizado de la iglesia católica y había confiscado sus bienes.
Desde su fundación, la Santa Alianza ha estado envuelta en la intriga y el misterio y es uno de los servicios más opacos y turbios y desconocidos, no cuenta con una tan avanzada tecnología ni con los recursos de otros servicios terroristas, sino que utiliza a los miembros del clero como informantes. De hecho, desde que se instituyó el sacramento de la confesión, bajo supuesto acuerdo de confidencialidad, los príncipes y cabezas coronadas de Europa han estado enviando información a la Santa Alianza durante siglos a través de sus fieles confesores, que actúan como agentes. A estos se suman los millares de discretos y silenciosos religiosos y religiosas que se desplazan continuamente de uno a otro lugar en todo el orbe. Un grupo de trescientos sacerdotes esparcidos por el mundo, los llamados minutantes (los que escriben minutas o extractos), son los encargados oficiales de recopilar los datos obtenidos en conversaciones con políticos, diplomáticos y gobernantes. Un ejército de sombras.
La Santa Alianza representa la continuación de la inquisición por otros medios, una forma de terrorismo más sofisticada, pero igualmente tenebrosa. Defiende los intereses de la llamada Santa Sede, que tiene acciones privilegiadas en la industria de armas, vínculos estrechísimos con la mafia y un banco que blanquea los capitales provenientes de operaciones non sanctas. Algunos papas han pagado con la vida su interferencia en ciertos asuntos concernientes a ese banco.
Entre sus competidores se la considera una de las organizaciones más respetadas, la mejor del mundo, según algunos y la mejor informada en opinión de un ex director de la CIA. También se dice de la Santa Alianza que sus agentes son “exponencialmente superiores” en cuanto a inteligencia y que las hazañas que ha cometido al servicio de una organización tan criminosa como el Vaticano son incontables.
Comprenderán por qué trate de ingresar, inútilmente, por casi todos los medios. Era mi sueño. Moví cielo y tierra, me arrastré literalmente en el despacho del único cardenal que se dignó recibirme. En una ocasión estuve a punto de acceder a una entrevista con el papa, pero todo fue en vano. Estaba fichado como agente terrorista al servicio del “kremelín” y nada ni nadie borraría esa mancha indeleble.
Fue entonces cuando empecé a tomar un curso de terrorismo por correspondencia, hasta que me dieron una beca para estudiar en la Unión Soviética.
Mi llegada a la Unión Soviética fue gratísima. El mejor hotel del mundo lo conocí en Moscú. Le llamaban Hotel Spasibo. Un hotel para invitados. Se dormía y se comía muy bien y no se pagaba nada, solo se decía spasibo, es decir, gracias, todo era gratis, spasibo, todo costaba un gracias o muchas gracias. Spasibo, spasibo. Tenía en realidad un nombre raro, pero todos le decían Hotel Spasibo. El agraciado hotel gracias.
Además, en Moscú estaba la sede de la KGB, que tenía fama entre las mejores o mejor dicho peores organizaciones terroristas. La KGB era descendiente de las varias organizaciones fundadas para combatir en principio la disidencia zarista, que durante la época de Stalin se convirtieron en un arma de doble filo. Sirvieron para exterminar a enemigos de la revolución y a los amigos, a infinitos revolucionarios y hasta a gente común por el delito de estornudar en muchos casos. Las purgas fueron tan efectivas que al final no quedó un solo dirigente histórico bolchevique y apenas un diez por ciento de los generales del ejército rojo. Cundió el terror en todas las esferas, dentro y fuera de la URSS.
En fin que, de alguna manera, pensé ingenuamente que me aceptarían en la KGB, que me quedaría en Moscú y recibiría clases como los estudiantes de la Lumumba o de la prestigiosa Lomonosov.
Pero muy pronto recibiría un desengaño. Pretendían mandarme a Siberia y me negué rotundamente. Salí como pude de ese enredo. Me vi obligado entonces a continuar en Roma los estudios de humanidades contra mi voluntad y mis deseos y mi más auténtica vocación.
Volví al país después de cinco años con un título de Doctor en Letras, frustrado y sin esperanzas, desencantado y sin saber bien qué hacer. Como no encontraba empleo decidí engancharme a publicista. Hablé con el primo Alfonso y el primo Alfonso me consiguió trabajo en una agencia llamada Publicitaria InterAmérica. Después de unos años conseguiría trabajo en la universidad, pero se me quedaron muy adentro los deseos de ser terrorista. Todavía sueño con explosiones, con un barril de Semtex en el congreso. Cosas así. Locuras de senectud.