–Quizás el momento no ha llegado, no te impacientes.
–No lo creo así, sinceramente. Si no ha llegado hasta ahora, tal vez es porque nunca va a llegar. Tal vez no exista nunca ese momento.
–No te pongas dramática, no encajas en el papel.
–¿De qué papel me hablas? A estas alturas de la película todo debería estar claro. A estas alturas yo no debería debatirme en infinitas dudas por no saber a qué atenerme.
–Si tienes dudas, después de tanto tiempo, algo me dice que quizás no sea oportuno seguir adelante. ¿Te has planteado una ruptura? ¿Te la has llegado a plantear alguna vez serio?

En este momento dejé de prestar oídos a la conversación que tenía lugar en la mesa de al lado y que captó mi atención solo por breves instantes. No suelo hacerlo. No suelo reparar en casi nada de cuanto sucede a mi alrededor, esa es la realidad. Y sé que a veces, pocas, me excuso a mí mismo con vanas justificaciones, pero a decir verdad lo que sucede es que me importa una mierda lo que le ocurre al mundo. Soy insensible a cualquier ñoñería y por supuesto a todas esas patrañas y lloriqueos femeninos. Pueden decir lo que quieran que yo soy inmune.

Esas dos chicas que tomaban unas cañas a mi lado y que acaban de dejar su mesa a un par de aburridos sujetos que no se miran, ¿qué me importa a mí ninguno de ellos y lo que sea que les ocurra a sus vidas? Exijo mi perímetro de seguridad. Exijo tomar en paz este excelente café sin contaminación acústica de conversaciones ajenas. No quiero conocer nada de las cuitas personales de una estúpida redomada que se niega a aceptar que su novio no la quiere. No quiero saber de su prepotente amiga que la mira con mal oculto desdén mientras la abraza. Lleva ocultó su puñal bajo la falda. No quiero ni oír respirar a este par de necios que se apresuraron, como aves de rapiña, a tomar los asientos que ellas dejaron para mirar, el uno en el otro, el mortal vacío que inunda sus ojos.

Me dan miedo los idiotas. Me dan miedo, sí. Les temo porque me provocan una intensa irá, una irá que va ascendiendo y que no puedo detener. Yo solo quiero tomar mi café y que alguien calle a ese odioso niño que no para de ofenderme con su infernal ruido. Grita igual que cochino en matadero. Ojalá que su madre menease el culo, le diera una buena azotaina y le cerrará de una vez por todas la boca. Detesto a ese tipo de madres que sientan sus enormes traseros mientras sus horribles vástagos joden el mundo. Detesto a ese hatajo de perezosas que, ensimismadas en diálogos intrascendentes y estúpidos, no hacen nada por evitarlo. ¡Cómo las odio a todas ellas!

Luego dicen de mí que soy huraño. Dicen que soy raro y malencarado con la gente, pero no es culpa mía. Yo amanezco al mundo en armonía cada mañana y éste, no bien pongo pie en el suelo, se me muestra inquietante y esquivo. Y yo no le hago nada. ¿Que culpa puedo tener yo de odiar a doña Remedios? ¿Habrá mujer más necia en todo el barrio? Siempre quejándose a voz en grito de todo y por todo. Siempre regañando al mundo como si fuera la única neurona cuerda que quedara en el planeta. Y es que a ver, que alguien me lo explique ¿Por qué razón he de tener yo paciencia con Gerano? Ese santurrón de tres al cuarto que, tonto tonto, mierda mierda, siempre me hace trampas al dominó para sacarme gratis la consumición. ¡Y luego que me enfado! ¿Cómo no voy a cabrearme con este mundo absurdo? Y mi hija Carmen, airada y marimandona como la que más y ese idiota de marido que pasea a su lado y que parece que nunca ha roto un plato. Yo le he visto pellizcar a la del quinto en el ascensor y a ella reírse por lo bajini, que yo no voy a negar lo que ven mis ojos, pero no he dicho nada por no liarla. ¡Buena puta está hecha la del quinto! Como todas. Como mi difunta Esther que era bruja como ella sola, siempre poniéndome los puntos sobre las íes en público. Y luego que soy malhablado. Si es que las mujeres me ponen en el disparadero. Que a su sí no hay un no, ni réplica posible a su palabra. Son malas. Jodidamente malas todas ellas.

Acabé por hoy mi taza de café. Debo volver ya. No tengo reloj, pero creo que es tarde y mi hija se mosquea. Siempre anda mosqueada mi hija. Pero mira que es tontaina el camarero. ¡Pues no le miró y le hago señas y él en Babia! Mira tú que no me harte, que voy calentito esta mañana y me largo sin pagar y me quedo tan ancho. Si no le cuadran los números, al muy imbécil, que ponga en su cuenta mi café.

Me mosquea todo. Es este puñetero mundo que me tiene siempre en ascuas y me enoja sin que yo le haga nada de nada. Que hombre más prudente que yo no creo que haya. Bueno igual hay alguno, pero la verdad sea dicha yo no le conozco. ¿Habrás tomado hoy las pastillas Ernesto? No sé porqué, pero me noto esta mañana algo alterado. ¿Las habré tomado?