Introducción
Se cumplirá mañana, 19 de noviembre, el 112 aniversario del fatídico magnicidio que cegó la vida del presidente Ramón Cáceres, con apenas 44 años, un luctuoso 19 de noviembre de 1911, en lo que se conocía entonces como la carretera del Oeste.
¿Qué explicaciones plausibles podrían sustentarse como causales de aquel crimen alevoso, cuyo impacto en la vida nacional, aunado, por supuesto, a innegables circunstancias de orden geopolítico, terminó acelerando el advenimiento de un nuevo eclipse de nuestra soberanía tras consumarse cinco años después la primera intervención americana de 1916? ¿ Qué explica el magnicidio de Mon?
¿Las pasiones en las filas del horacismo, acentuadas con el desencuentro entre el presidente Cáceres y Horacio Vásquez, manifiesto en la famosa carta abierta que desde Nueva York el segundo le envía al primero el 1 de enero de 1910; los intereses oscuros de financistas que presionaban a Cáceres para hacer saltar del Ministerio de Hacienda a Federico Velásquez o la sedimentación del rencor resultante de la determinación de Cáceres, siendo entonces vicepresidente de la República, para frustrar los intentos del general Luis Tejera de consumar el magnicidio del presidente Morales Languasco?
¿Todas las anteriores o ninguna de ellas, haciendo que las razones últimas de la muerte de Cáceres hayan quedado sepultadas para siempre en los insondables abismos de lo incógnito?
Amén del tratamiento riguroso que al período de gobierno de “Mon” Cáceres, como cariñosamente se le llamara, han dedicado en sus obras importantes autores como es el caso de Miguel Ángel Monclús, Antonio Hoelpelman, Luis F. Mejía, el Profesor Juan Bosch, Frank Moya Pons, Roberto Cassá y Euclides Gutiérrez Félix, entre otros, digno es de destacar algunas que, desde diversos enfoques metodológicos, se centran en el personaje y el complejo periódico histórico por él encarnado.
Entre estas obras referidas cabe señalar, por ser la primera, la biografía de Ramón Cáceres escritas por Don Pedro Troncoso Sánchez, cuya primera edición vio la luz en noviembre de 1964 y ya con varias ediciones.
Posteriormente, se han publicado estudios de alcance más sistemático, como los realizados por José Novas, destacado historiador dominicano residente en los Estados Unidos, titulado “El Presidente Cáceres. Fábula del progreso, el orden y la paz “; el importante estudio del historiador dominicano José Vásquez, titulado” El modelo anticaudillista y desarrollista del presidente Ramón Cáceres: (1906-1911)”, publicado por el Archivo General de la Nación.
Más recientemente, el destacado economista e intelectual Eduardo García Michel, con los auspicios del Archivo General de la Nación, ha publicado una importante novela histórica titulada “Horacio y Mon: Avatares y glorias”, centrada en la vida y la vinculación histórica de los dos connotados caudillos mocanos.
Bien servida está, pues, la mesa de los historiadores y público en general interesado en profundizar en la vida y obra del victimado presidente mocano.
En la ocasión, por ser menos conocida, nos ha parecido oportuno compartir con los lectores de esta columna e interesados en general en nuestra historia, la reseña que al día siguiente del magnicidio, es decir, el 20 de noviembre de 1911, publicara la importante revista “La Cuna de América”, dirigida por Raúl Abreu.
Dicha reseña reviste alta importancia para conocer más a profundidad los complejos avatares en que transcurrió la vida y se fraguó el perfil político de Ramón Cáceres.
Ramón Cáceres. Datos biográficos
“A la hora en que las esquilas sollozantes de Noviembre dejaban caer sobre las tumbas todo el dolor que los vivos sienten por sus muertos, como si el destino hubiera querido que el coloso cayera entre el llorar de las campanas y entre la púrpura agonizante del moribundo sol; en esa hora en que todo en la sombra, cayó sobre la carretera blanca, víctima de una espantosa tragedia, el Gral. Ramón Cáceres, varón ilustre, fuerte y generoso, que llevaba afincado en sus robustos hombros todo el andamiaje de una situación política que hoy se proyecta inciertamente sobre el oscuro porvenir.
El Gral. Cáceres nació en Moca, en el año 1867. Era hijo del Gral. Manuel A. Cáceres, político connotado, de grandes influencias en la región cibaeña, que durante la última administración de Báez, en el periodo histórico denominado los seis años, ejerció la Vice-Presidencia de la República y la Delegación en el Cibao, logrando sustraer a sus comandos, de la anarquía, de las persecuciones y de las luchas sangrientas que se desarrollaron en el País.
Tenía que ser político. Ardía en su sangre el heroísmo, una herencia briosa e impulsiva, capaz de acometer grandes empresas capaz de fecundar a la política.
Nada hizo la educación por contener, por desviar el atavismo.
En su infancia, en su juventud vibraron siempre los clarines de la guerra. Se educó en el templo de Marte, siempre bajo la sombra, como Hamlet, de su padre muerto alevosamente.
Tres influencias decisivas, pues, forjaron la recia armadura del joven paladín: la herencia, la educación y la perspectiva de la sombra ensangrentada de su padre…
En su infancia fue alumno del Colegio San Luis Gonzaga. Ese plantel, como todos los del país, trabajó mejor, con resultados más positivos, en el organismo intelectual de sus alumnos que en los organismos físico, moral y volitivo.
Tal cosa aconteció a Ramón Cáceres, con la circunstancia de que la corta estada en la Capital obstaculizó el desarrollo paralelo de sus organismos integrantes.
Salió del colegio mencionado con una educación intelectual práctica, pero rudimentaria, sin grandes horizontes, circunscrita a lo elemental, a lo indispensable.
Lo que no hizo la escuela lo completó la naturaleza. En los campos de Moca, en plena libertad, en el trabajo agrícola, domando potros salvajes, humillando a fuerza de músculos la altiva cornamenta de los novillos serranos, templó su voluntad de acero, fortaleció su cuerpo y su alma.
La montaña es la libertad eruptada por la fuerza ígnea subterránea; es la rebeldía de la tierra clavándose, como un puñal de granito, en el seno impasible de los cielos; y la montaña fue su educadora, le dio esa energía moral inquebrantable que pasó más tarde sobre tantos obstáculos erizados.
Salvando abismos, escudándose detrás de la tan abundosa malicia campesina, dominando rebeldías comarcanas, libre, así fue educándose, como guiado por el ovillo de Rousseau, el joven Cáceres, impetuoso como los torrentes cibaeños, altivo como las montañas e indescifrable y secreto en sus designios como las selvas oscuras.
También le dio la naturaleza la jovialidad de nuestro fecundo sol, y desarrolló en el corazón del joven los gérmenes de una indiscutible bondad. Así también se educó Páez, el héroe de Macuritas…
Tantas energías concentradas en una voluntad joven, tantas ansias de libertad agitándose en un pecho varonil y denodado, tenían, indudablemente, que precipitarse, en el cauce azaroso de nuestra política. La Política….?
Ah! La política de entonces había convertido en un cementerio a la nación. Reinaba la paz de Varsovia. Veinte años de tiranía, de conculcaciones, de vandalismo. Los cuervos graznaban en las ruinas; los ríos eran de sangre y de lágrimas; en las cárceles se cebaba la muerte; las legiones de Arimán, desbocadas, se precipitaban furiosamente sobre los desvalidos hogares.
Quién le puso cese a un periodo luctuoso? Quién le puso muro contentivo al torrente de sangre? Quien disipó la borrasca e hizo fulgurar el sol de la mañana sobre la desamparada República? Ramón Cáceres…! el joven de la montaña, el adalid generoso, denodado y audaz!
El 26 de julio de 1899 tiene su justificación filosófica. Se mató a un hombre; pero en cambio, se suprimió un largo régimen de luto y de ruina.
Toda la nación(los mismos que gobernaban con Heureaux temblaban amedrentados) proclamó héroe a Ramón Cáceres.
Por otra parte, Lilís fue muerto en duelo personal, de hombre a hombre, pecho a pecho, tiro a tiro…Aunque homicidas las manos de Carlota Corday no dejan de ser manos de santas, pues suprimieron a un monstruo. La historia ha gastado esas manos delicadas a fuerza de besos..
Lilís iba a suprimir a Ramón Cáceres; este se le adelantó, le dio muerte, ya que no podía contener la consabida intención del omnipotente mandatario con la acción de la justicia, pues para nadie había entonces justicia en Santo Domingo.
Un grito de admiración saludó, como un vibrante hosanna, al joven heroico. Cáceres se lanzó con un grupo de amigos al campo, a la manigua, y después de vencer grandes obstáculos, triunfó con la reivindicadora revolución que en poco tiempo se adueñó del País.
Una lluvia de laurel, de flores y de discursos consagró al joven en la calle Separación.
Durante el Gobierno Provisorio del General Horacio Vásquez y en el curso de la administración constitucional de Juan Isidro Jimenes, desempeño el cargo de Gobernador Civil y Militar de la Provincia de Santiago, la más importante en lo político, de nuestras provincias de esa época.
Allí entra en su tercer ciclo educacional. Ya no luchará contra la naturaleza; luchará contra los hombres. La onda social pasará por entre los pliegues, por entre las asperezas de su carácter, y, poco a poco, irá puliéndolas, suavizándolas, en una perenne ascensión hacia la mayor perfección psíquico-volitiva.
Cada hombre lleva en el rostro un libro oscuro, un papiro enigmático; la política es una esfinge: en sus dilatados dominios abundan las sorpresas, las emboscadas, senderos inciertos y falaces.
Por una transición brusca, vertiginosa, Ramón Cáceres pasó de la vida sencilla de nuestros campos a la vida compleja y azarosa de la política.
Había saltado sobre el poder. Se hallaba en la margen de las almas. En la Gobernación de Santiago tuvo que dominarse, que serenar los impulsos arrolladores de su carácter.
Cometió errores, tropezó, en muchas partes dejó la huella de su impericia juvenil; pero rápidamente, aprendió a gobernarse para gobernar, a conocer a los hombres, a penetrar en los oscuros antros de la política, merced a un alto don de perspicacia que iluminaba, como un poderoso foco, por donde caminaba el político novel.
En corto tiempo, logró sujetar las fuerzas sensitivas negativas, y desarrollar extensamente, todas las facultades innatas que lo hicieron un político de primer orden en nuestro medio ambiente.
Los acontecimientos de más bulto que conmovieron a la familia dominicana en el periodo gubernamental de Jiménes, emergieron, salvo uno que otro levantamiento y sin trascendencia del lilisismo, de la fatal de la lucha entre don Juan y Horacio Vásquez.
En ese duelo injustificable entre hermanos, Ramón Cáceres- con el dolor en el alma, al ver que las pasiones convergentes de ambos partidos sacrificaban todo un bello orden de cosas que él preparó- militó con sus compañeros de armas, con los horacistas, y facilitó, gracias al valioso concurso de tropas que le ofreció al general Vásquez, la marcha triunfal del horacismo a la capital.
Entonces, quedó sólo, rodeado de amigos en el Cibao. La reacción jimenista se agigantaba como una ola fabulosa en Puerto Plata.
Iba a perecer…pues sus amigos, sus legiones marchaban sobre Santo Domingo de Guzmán.
Se encrespó el heroísmo en su pecho varonil; el héroe del 26 de julio se precipitó como un huracán de bizarría sobre el desfalleciente ánimo de sus contrarios; como Páez galopó, empujando hombres al Fuerte de San Luis, por las calles de la absorta Santiago de los Caballeros, y, en un momento, preparó la columna que fue clarineando triunfos hasta Puerto Plata.
Durante el segundo Gobierno Provisional del general Horacio Vásquez, también gobernó en Santiago de los Caballeros. Sus enemigos creyeron que su ardorosa juventud fracasaría en medio a tantos obstáculos y pérfidas emboscadas.
(Continuará)