Juan Pablo Duarte es la figura estelar de la historiografía dominicana. La brevedad de sus textos y sus acciones ha permitido que muchos manipulen su figura para convertirlo en símbolo de ideologías y agendas políticas totalmente alejadas de sus intenciones políticas. En la actualidad la extrema derecha dominicana lo ha convertido en un monigote de su agenda xenófoba, racista y autoritaria. Esa es una herencia en gran medida del trujillato que usó a Duarte para destacar la figura del sátrapa como el ejecutor del ideal del llamado Padre de la Patria. Duarte es presentado como el impotente idealista del proyecto de la creación del Estado Dominicano opuesto a la figura de Trujillo que ejecutó -según la versión de sus aláteres- de manera potente y violenta, sobre todo en la matanza del 1937, lo que supuestamente intentaba el patricio.

En mi juventud tuve la oportunidad de leer un libro que marcó mi ruptura con la imagen cuasi clerical y beata de Duarte, me refiero a El Mito de los padres de la patria de Juan Isidro Jimenes Grullón. Contextualizado en la lucha política entre la burguesía urbana de los trinitarios independentista (propiamente pequeña burguesía tal como lo señala Juan Bosch) en oposición a los hateros que habían dominado la sociedad dominicana desde el siglo XVII y que procuraban unirnos a España. Al final se impusieron los sectores más atrasados porque contaban con suficientes hombres armados, muchos de ellos monteros al servicio de sus hatos, y por eso Santana pudo fácilmente dar el golpe de Estado del 16 de julio del 1844 y ocupar el poder. Los trinitarios pasaron a ser perseguidos y exiliados. En la década pasada Pablo Mella publicó un libro titulado Los espejos de Duarte que desmonta la forma en que el siglo XIX la figura de Duarte fue construida hasta que durante el gobierno de Lilís fue armada la triada que hoy conocemos.

En los hechos el accionar político de Duarte está circunscrito entre la fundación de la Trinitaria y su expulsión al exilio por Santana el 10 de septiembre del 1844. Estamos hablando entre 1838 y 1844. Duarte vivió en la República Dominicana escasos 7 meses, salvo su retorno breve durante la guerra restauradora. Los datos sobre su manera de pensar -en gran medida por las notas biográfica de su hermana- nos muestran un pequeño burgués liberal convencido de que se debía construir un Estado soberano democrático bajo el imperio de la ley, tolerante a la diversidad racial e ideológica, con el único propósito de forjar la prosperidad de todos los habitantes de esta parte de la isla. Su visión de la democracia radical lo llevó a considerar el poder municipal como la principal herramienta política de la nueva nación. Supo negociar con los reformista haitianos de Herard para derrocar a Boyer, quien con el tiempo había pasado de ser un gobernante progresista a un déspota que se aferraba al poder a sangre y fuego. Bosch incluso señala que la fundación de la Trinitaria obedeció a factores económicos que afectaron el desarrollo de la pequeña burguesía urbana de Santo Domingo. Esa pequeña burguesía -en ambos lados de la isla- que Boyer ayudó a desarrollar fue la misma que lo derrocó al comprometer su evolución como clase dominante en ascenso.

El triunfo de la revolución pequeño burguesa en el oeste y el este develó rápidamente el proyecto independista de los trinitarios y Herard actuó para deshacerse de sus aliados orientales, pero no pudo impedir que a inicios del 1844 los trinitarios lograran su objetivo. La debilidad de esa pequeña burguesía en el proyecto de un nuevo Estado se evidenció en que no pudieron detener el control de los Hateros de la naciente república.

Es mucho lo que debemos aprender políticamente del nacimiento de la República Dominicana. No bastó la claridad de objetivo de Duarte y sus compañeros, al final quienes tenían la fuerza eran los hateros y se impusieron. La lógica de clases sociales es la cuestión que determinó el predominio de Santana y sus aliados. Los intentos fallidos de retomar la parte oriental por los republicanos de Herard en primer lugar y luego por los monárquicos al mando de Solouque a partir de 1849, fortaleció la dictadura de los hateros, hasta que el retorno de la república con Geffrard en 1859 se detuvieron las incursiones haitianas a territorio dominicano. Incluso dicho presidente fue el gran apoyo de los dominicanos en su guerra contra la anexión a España ejecutada por los hateros al considerar que perdían el poder, no por miedo a una invasión haitiana como falsamente señalan algunos historiadores.

El control hatero desde el 1844 hasta el 1861 explica en gran medida que Duarte se aislara en su exilio en Venezuela, no olvidemos que fue declarado traidor a la patria y hasta amenazado con la excomunión por oponerse a Santana. Una cosa está clara: a Duarte no le interesaba el poder sino la independencia dominicana y únicamente regresa cuando la guerra restauradora ganaba fuerza para cooperar con la derrota de los españoles. Duarte nunca fue antihaitiano, ni racista, ni antiespañol, era un dominicano que se esforzó por crear un Estado soberano al servicio de los dominicanos y dominicanas. Con la salida de las tropas españolas en 1865 los hateros quedaron desplazados del poder y se inició una guerra continua entre las diversas capas de la pequeña burguesía hasta que Trujillo asumió el poder en 1930.