La violenta muerte de Orlando Jorge Mera no sólo representa una tragedia familiar y nacional. Marca un punto de inflexión de las carencias institucionales que afectan a nuestra sociedad y sistema político. Que fallezca un ministro por resistir presiones irregulares constituye un evento absolutamente intolerable, reprochable en todos los sentidos, alarmante.
Conocí a Orlando en los inicios de mi carrera como abogado, de la mano de Olivo Rodríguez Huertas. En el 2012 compartimos la barra de defensa en un litigio contencioso-administrativo. Me impresionó su humildad, su trato cordial, la familiaridad de una persona que hacía sentir al prójimo como un hermano, un compañero, un igual, más cerca que lejos.
En medio de esta tragedia, Orlando se eleva como un mártir de la lucha por la institucionalidad, no sólo por el medio ambiente. Un paradigma del buen trato, de la decencia y la humildad más genuina, al provenir de quien no discriminaba ni se enaltecía por ínfulas de poder. Orlando, la gente “nunca olvidará como los hiciste sentir” (Angelou).
Más allá de la ignominiosa y premeditada conducta exhibida por el imputado, y del proceso penal que determinará su suerte, esta sociedad -y sus organizaciones civiles y políticas- debe cuestionarse hasta cuándo continuará solventando prácticas que corroen la función esencial del Estado y su obligación de servir con objetividad el interés general.
Es tiempo de trabajar por “instituciones inclusivas –no extractivas- que corrijan el presente y ordenen el manejo del poder”, particularmente “en las instituciones políticas” (Ferrán). Necesitamos un “nuevo contrato social” (Shafik) que atienda de manera proactiva las prioridades nacionales, garantizando mejores niveles de salud mental, educación y seguridad.