Muchas naciones parecen haber entrado en un proceso de enfrentamiento interno muy peligroso, se encuentran divididas y expresan estas diferencias de manera violenta, en medio de un despertar del racismo y el fundamentalismo religioso, de uno y otro lado se escuchan amenazas y se perpetran hechos violentos que preocupan a los ciudadanos más sensatos.

En medio de este ambiente beligerante, algunos líderes políticos con su incendiaria retórica contribuyen a exaltar los ánimos de sus seguidores, produciéndose una polarización que no augura nada bueno.

Esta situación toma tintes de tragedia por la absurda guerra entre Rusia y Ucrania, la cual se prolonga sin visos de terminación en corto plazo. El líder ruso Vladimir Putin más de una vez ha amenazado con la utilización de su arsenal nuclear, que de llegar esto a convertirse en realidad sería el principio del fin de esta civilización.

Pese a los enormes avances tecnológicos y de toda índole que hemos logrado, el ser humano continúa reaccionando de manera primitiva, toda la educación y el barniz de civilización que tienen desaparecen, dando paso a los instintos más violentos y destructivos.

Aunque estamos hace unos años transitando en el siglo 21, luce que hemos retrocedido a la Edad Media, la que estuvo marcada por múltiples acontecimientos negativos tales como guerras, enfermedades y epidemias, hambrunas, enfrentamientos religiosos y millones de muertos como consecuencia de la peste negra y los largos conflictos bélicos; aunque en otra dimensión y con características diferentes, todo esto se está repitiendo en esta época.

La mayoría de los líderes políticos que se escuchan parece que solo están interesados en llegar o mantenerse en el poder, sin medir las consecuencias de sus agresivos y extremistas pronunciamientos, ni tomar en consideración el futuro que le espera a las naciones que dirigen o esperan conducir.

Los Estados Unidos, que en tiempos no muy lejanos, para muchos era el ejemplo a seguir, se ha convertido en un país de ciudadanos violentos y está dividido por un racismo y una discriminación que asustan. La vida de los seres humanos allí no tiene valor, pues se cuentan por centenares las muertes violentas y los tiroteos en donde sin motivos aparentes pierden la vida hombres, mujeres y niños. Mientras esto ocurre, el liderazgo político propicia la violencia y los enfrentamientos.

En Brasil, el país más grande y con mayor cantidad de recursos naturales de América Latina,  acaban de celebrar unas elecciones caracterizadas por la gran polarización existente y los duros enfrentamientos entre los dos candidatos que fueron a la segunda vuelta. La incertidumbre sobre la aceptación de los resultados de las elecciones por parte del presidente de la República, uno de los contendientes, mantuvo en vilo al país por varios días, con bloqueos de carreteras por parte de los seguidores de Bolsonaro, un candidato con clara tendencias extremistas, quien utilizó la religión como recurso político. Estos son solo dos ejemplos de lo que ocurre en esos dos enormes países, pero la tónica de la división y los enfrentamientos se esparce como la verdolaga.

En este nuestro pequeño país, en donde la pobreza y la desigualdad son serios problemas que deben resolverse, al igual que el incremento de la delincuencia y la criminalidad, aún no se ha hecho presente el peligroso discurso del odio y el extremismo: sí escuchamos pronunciamientos oportunistas y desafortunados, pero que están muy alejados de la retórica del caos y los enfrentamientos. Los niveles de confrontación entre las diferentes fuerzas políticas se mantienen dentro de parámetros civilizados y sin llegar a los extremos que hoy se sufren en otros lugares.

Esperamos que no aparezca un loco mesiánico contagiado con ese virus de la insensatez y de las ambiciones sin límites que trate de llevar a la República Dominicana por caminos que no le convienen al país ni a sus habitantes.