Escribo esta nota desde el año 2100 en el umbral del siglo XXII.  He regresado al futuro para ver las secuelas del cambio climático y lo que ha ocurrido con la ciudad de Santo Domingo y con diversas zonas de la República Dominicana.  Ya estuve aquí. Viajé en el pasado al futuro concretamente en el año 2018 y del futuro he regresado al 2022 con la esperanza de que algo se hubiese aprendido.  El año 2022 es del mayor interés porque ese fue sin dudas un punto de inflexión importante. En 2018 en el reporte sobre el Clima Futuro de la República Dominicana, realizado por el INTEC en alianza con el City College de la ciudad de New York,  se alertó sobre los efectos del cambio climático en la República Dominicana y se proyectaron diversos escenarios de sequía y aumento de las inundaciones con el potencial de reconfigurar el territorio.  Lo que he visto en 2100 confirmó los pronósticos y se resume en la imagen que sigue.

Figura 1. Escenario climático al año 2100

Fuente: Informe Clima Futuro 2018.

La península de Samaná es prácticamente una isla por el efecto combinado del aumento del nivel del mar y por los cambios en los patrones de temperatura y precipitación. La gran llanura del Este en donde se asienta el Distrito Nacional, la provincia de Santo Domingo y otros centros urbanos, que en el pasado representaba poco más del 40% del total de la población del país, es en el 2100 una zona inundada formada por islas urbanas que subsisten en medio del conflicto permanente, con serios problemas de sustentabilidad social, económica y ambiental.  El carácter déltico de la ciudad capital nunca fue tomado en cuenta en la planificación y ordenamiento del territorio. Es decir, el Distrito Nacional o lo que era antes de la inundación, fue siempre una isla dentro de la isla, una ciudad que descansaba sobre una plataforma delimitada al norte y al este por el sistema de cuencas Isabela-Ozama, al Oeste por la cuenca del río Haina y al Sur por el mar Caribe. Tal parece que sus habitantes nunca se percataron que la ciudad estaba unida por puentes con el resto del territorio al Norte, al Oeste y al Este.  Ante la falta de planificación y previsión territorial, así como por la deriva causada por los problemas acumulados a lo largo de décadas de una infraestructura sanitaria y de drenaje deficientes, pero sobre todo por un crecimiento descontrolado y sin tomar en cuenta las necesidades de infraestructura, de espacio púbico y áreas verdes, ya para el 2050 los márgenes del río Ozama e Isabela se habían desbordado y transformado los ya desaparecidos barrios de Los Guandules, La Ciénega, Güaley, la Atarazana entre otros,  en un gran humedal, con decenas de miles de desplazados climáticos que se vieron obligados a ocupar otras regiones del territorio y en muchos casos a la emigración ilegal a otros países.

Figura 2. Escenarios de inundaciones para distintos períodos y zonas afectadas en los márgenes del rio Ozama.

Fuente: Informe Clima Futuro 2018.

En 2022 ocurrieron acontecimientos que pasaron desapercibidos pero que actuaron como piedra de toque que le dio forma a una nueva realidad climática.  Esos acontecimientos se convirtieron en un punto de inflexión de naturaleza probabilística como respuesta no lineal de un sistema altamente complejo asociado con la variabilidad climática.  Un verano prolongado en el hemisferio norte que rompió récords de temperaturas y produjo incendios en el sur de Europa y en California, así como temperaturas inusuales en lugares más septentrionales como como el Reino Unido o el deslave en los Alpes Italianos (Punta Rocca), con decenas de desaparecidos a finales de junio del 2022, forman parte de ese escenario global y regional altamente estocástico, bayesiano y conectado que mueve los hilos del clima, cual efecto mariposa que anticipa un desastre en los lugares más insospechados.   La cumbre del clima realizada en noviembre de ese año en Egipto pocos días después del 4 de noviembre, la número 27, si bien avanzó en las declaraciones políticas, no logró mucho más que las anteriores en movilizar los compromisos políticos de las grandes economías en favor de la mitigación y adaptación de los efectos del cambio climático. Los resultados de estos esfuerzos se verían más adelante, aunque un poco tarde.  No obstante, los datos y las mejores proyecciones como la realizada en 2018 ya señalaban cuán plausibles eran tales cambios y efectos acumulativos en el territorio dominicano. “Guerra avisada no mata soldados”, era un viejo proverbio que escuché siempre de mis abuelos.

 

El 4 de noviembre de 2022 en la ciudad de Santo Domingo, al atardecer y en unas pocas horas y como efecto directo de condiciones meteorológicas específicas en el Caribe conectadas regional y globalmente, un vendaval de lluvia convectiva cayó sobre la ciudad de Santo Domingo, logrando que en poco tiempo sobre la ciudad se precipitaran poco más de 70 milímetros de lluvia, es decir la mitad de toda la precipitación esperada para el mes de noviembre de acuerdo con las series históricas.  Un frente de mal tiempo tropical se combinó con un típico efecto de convección, es decir, cuando el aire caliente asciende y genera una masa inestable que permite el desarrollo de nubes verticales que por la diferencia de presión atmosférica pueden dar lugar a precipitaciones intensas y muy localizadas.  Estos fenómenos convectivos pueden ocurrir con mayor probabilidad debido al efecto de isla de calor que se genera en ciudades con una muy baja densidad de espacio público y áreas verdes, en las que predomina el asfalto y el cemento.  El 4 de noviembre de 2022 ocurrió un punto de inflexión: la combinación estocástica en un momento y lugar específicos de factores climáticos complejos locales y regionales que, conectados con la vulnerabilidad del territorio, resultaron en una tragedia rápida e intensa como un estallido inesperado, brusco y mortal.  Se pasó por alto el valor de los servicios ecosistémicos que provén el arbolado urbano y las áreas verdes en las ciudades.

 

Por décadas la ciudad perdió una parte importante de su capital natural, debido al aumento de la densidad en altura, la falta de regulación, la codicia inmobiliaria y sobre todo debido al incumplimiento de las normas urbanas, así como por la carencia de un enfoque de generación de áreas verdes y espacios públicos.  Esto sin hablar de los problemas históricos en el manejo de los residuos sólidos, o los relacionados con el drenaje de toda la zona metropolitana de Santo Domingo. Nada nuevo ni desconocido.  Se dejó pasar la oportunidad de mejorar el drenaje de la ciudad aprovechando el know-how creado gracias a la construcción de las antiguas líneas del metro de Santo Domingo, inservibles ya en el 2100. Los puntos críticos ya se conocían, pero el alegato de los altos costos, la corrupción y sobre todo la apatía y la inacción al final resultaron mucho más costosas.   Se ignoró y no se tomó en cuenta para la planeación y la acción política que el cambio climático le costaba anualmente al país 0.6 % de su producto interior bruto (PIB), que, con utilizar una proporción de esos recursos con base en políticas públicas bien articuladas, se hubiese podido evitar el conjunto de tragedias que ya estaban en camino. No aprendieron de la experiencia de la ciudad de New York, otra ciudad déltica como Santo Domingo, que 2012 fue inundada plenamente por efecto del Huracán Sandy. El impacto económico de las inundaciones de Sandy en la Gran Manzana ascendió a los US$19 mil millones y fue una clara señal que la inacción en el mediano y largo plazo costaba mucho más que la planificación y la acción concertada. Se crearon capacidades, alianzas con las universidades de la ciudad, centros de pensamiento como el Center for Urban Science and Progress en la New York University y se fortalecieron espacios como el Centro NOAA-CESSRST del City College, precisamente unos de los espacios con los que colaboró el INTEC para su desconocido informe sobre el Clima Futuro de la República Dominicana y que permitió la creación del Observatorio de Cambio Climático, que subsistió de forma marginal hasta desaparecer pocos años después.

 

En mi viaje al futuro me enteré de que a lo largo de los años la ciudad fue gobernada por los llamados “influencers” de las redes sociales, en algunos casos por artistas y urbanos y que mucho de ellos ocuparon puestos públicos en una sociedad que nunca se tomó en serio el largo plazo y que los temas científicos se tomaban a burla y con poca seriedad. El resultado es lo que hemos visto en el 2100 y cuyo punto de inflexión comenzó en 2022, si bien sus efectos acumulativos y sinérgicos venían de antes, de mucho antes, de décadas de ignorancia y estupidez acumuladas, pero sobre todo de apatía.  Vidas perdidas, daños materiales, dolor e incertidumbre que de un momento a otro alcanzó a miles de personas que de forma inadvertida marchaban a sus hogares o se dirigían a encontrase con sus amigos y parientes a los que nunca llegaron a ver.  Dolor. Mucho dolor y vulnerabilidad, que a las pocas semanas se olvidó, no se entendió que a partir de esa tarde de noviembre las cosas serían distintas de forma gradual pero inexorable.   El cambio climático y la vulnerabilidad asociada con los problemas de planificación del territorio y previsión en un país localizado en el caribe, en una isla sensible a la variabilidad climática pero que vive de espalda a su realidad, forman parte de ese coctel que anticipa resultados probables similares a lo visto el 4 de noviembre, lo que se repitió varias veces en Santo Domingo y en otras ciudades como Santiago. Siempre como una tormenta perfecta de caos y destrucción que como todo fenómeno climático si bien es difícil de predecir, es posible prepararse para enfrentarlo y mitigar su impacto.

 

De regreso al pasado desde 2100 y en 2022, es posible constatar que la ciudad no tiene un plan de mitigación y adaptación climática y que su crecimiento urbano es guiado por la expansión y la codicia inmobiliaria como herramienta de facto de la planificación, lo que en 2022 comenzó literalmente a hacer aguas. Si algo se puede aprender del futuro es que hay que pasar a la planificación, a la acción y la construcción de capacidades, a los planes de mitigación y adaptación que mejoren tanto la infraestructura urbana como la gestión ambiental del territorio.   Esto más que el futuro es algo que se puede hacer en el presente mediante la acción concertada. Al final el costo de la inacción será siempre más alto. Es posible cambiar el futuro y se puede hacer con los esfuerzos del presente.

 

Decargo (disclaimer): Algunos acontecimientos narrados en esta nota son ficticios. Cualquier parecido con la realidad presente o futura es pura coincidencia fruto del azar sincrónico y la probabilidad.