Hubo un tiempo, lejano ya, que hasta regalaban boletos para ir de excursión al Moulin Rouge. A quién no le emociona ver de cerca a las mujeres que Toulouse Lautrec pintó a fines del siglo XIX.

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Ahora bien, tendría que alejarme de toda perogrullada, pero me acuerdo que las bailarinas eran, además de atractivas, ágiles. Ya se sabe que el truco del cancán consiste en levantar las piernas bastante alto sin perder la gracia, ni el equilibrio. Tienen que moverse con cadencia y fuerza, como si fueran unas amistosas karatecas que, sonrientes, sujetan las puntas de los vestidos de holanes.

Según los entendidos, la música del cancán proviene de una ópera, (Orfeo en los infiernos, revisé el dato antes de escribirlo, cortesía de google), pero de tan presente ya forma parte del imaginario popular. Referencias hay muchas, como la del vaquero que irrumpe en la taberna y con su pistola paraliza a las mujeres que entretienen a los parroquianos.

Incluso recuerdo que, de niños, a la hora del recreo cantábamos un estribillo con este ritmo: «Batman sale disparado, por el excusado a pedir papel…», ¿Por qué el superhéroe de la noche, si tenía su baticueva, su batimansión, un mayordomo diligente y todo el dinero del mundo tenía problemas con el papel higiénico?, ¿imitábamos a los niños más grandes por el puro gusto o simplemente nos reíamos de los apuros escatológicos del hombre murciélago? Pero, por qué sigo recordando esto con más nitidez que la noche cuando caminé por el barrio de Pigalle en busca del cabaret, ¿Importa acaso?

Es más, ¿tiene caso explorar los laberintos de la memoria? Así hubieran seguido borrosos, olvidados, de no haber sido por la noticia de que un jueves de abril los vecinos de Montmartre vieron que, desde muy temprano, había unos fierros rojos y retorcidos en el suelo. Tardaron en deducir que se trataban de las aspas del molino famoso, las cuales se habían desprendido durante la noche.

De acuerdo con la información, también se vinieron abajo las primeras letras de la palabra Moulin, pero nada de víctimas salvo la nostalgia, dijeron los Bomberos de París, luego de que revisaron la estructura del edificio y diagnosticaron que, pese a los más de 130 años de funcionar, seguía siendo seguro (y divertido) pues abre todos los días del año, aunque sea el día de la Bastilla o la víspera del año nuevo, festividades por demás intrascendentes para el viajero de hoy en día, que busca la selfie con las piernas danzantes o el videito junto a la botella de Moët…

Asimismo, leo algo sobre la historia del cabaret. Fue el primer edificio en usar luz eléctrica, por eso su fachada iluminaba todo el barrio, como un gigante rojo en medio del bulevar de Clichy, si me disculpan la metáfora barata. Muy diferente, supongo, a los que el hijo rebelde de Cervantes atacaba para no aburrirse en los caminos de La Mancha. También mencionan un incendio fatal ocurrido en 1915, pues durante seis años, no hubo bailes, ni conciertos ni relajo.

Por lo menos deberíamos agradecer a los dioses de la noche que en esta ocasión el accidente solo afectó el paisaje, ahora vemos un molino que ni siquiera lo parece, pero abierto. Las más de sesenta bailarinas, los visitantes y noctámbulos varios ya se habían ido con la música a otro templo cuando los brazos de la estructura flaquearon. Gracias a lo cual, los seiscientos mil espectadores que recibe al año no tendrán que consolarse viendo a Nicole Kidman en esa película de Baz Luhrmann, donde repetían otro coro, digamos más picoso o sugerente: «Voulez-vous coucher avec moi, ce soir».

De esta película no me quedan recuerdos, nunca quise ir a verla. Ya lo sé, la australiana con su nariz, sus rizos, su porte de mujer fatal, emocionaba hasta al más casto de la manada… ¿Me habrá espantado mi pedante alergia a los musicales o el subtítulo espantoso que agregaron, Amor en rojo?

En fin, ya no vivo en París, ya Nicole Kidman sucumbió a los engaños del botox. Por lo menos la imaginación queda, alimentada por los récords del libro Guinness que cuenta otra proeza de sus bailarinas: levantaron las piernas 29 veces en 30 segundos, ¡vaya manera de celebrar los primeros 125 años del molino!