Evidentemente que no se necesita de un ojo quirúrgico para visualizar la diferencia cualitativa que se presenta en este proceso de campaña. La verdad es que los dominicanos están plácidos de observar un comportamiento ausente de violencia y diatribas malolientes contra el adversario. Asistimos a una campaña electoral como nunca se había desarrollado en los espacios sociales de la República Dominicana.
Veamos esas distinciones que llaman la atención a todos los sectores cívicos y políticos. Irrumpen en el escenario postulantes jóvenes y muy jóvenes, como actores que vienen de una sociedad digital y tecnológica con una emergente mentalidad que no anida en su verbo la tradicional oratoria ad populum o calunniadora que no aportaba nada positivo en el debate político. Los debates eran polémicas sin contenidos y lleno de intrigas.
Esos novedosos actores políticos engrandecen el panorama con actitudes decentes, y se manifiestan con un lenguaje que afirma su buena educación hogareña, al tiempo que ofrecen aportes de los temas que están a la orden de la sociedad global: temas económicos, comerciales, geopolíticos, sociales y tecnológicos.
Como contraparte del emergente paradigma de campaña, podemos apreciar en esta transición política (fíjense, denomino transición), la extinción de los representantes de la vieja y añeja política; unos pocos atrevidos quedan con más de 40 o 50 años, pegados su deslucida imagen en la pantalla, haciendo de ridículos sin ser comediantes. Esa cohorte no quiere morir, pero se le acaba el tiempo, tal pasa con los paradigmas que ya cumplieron su tiempo y rol.
En cuanto a la publicidad, la misma se diseña con el arte más refinado, con las palabras precisas, atrayentes y cortas. No pretender desperdiciar tiempo, y no hay espacio a perder en un mundo acelerado y digital. Todo se mueve como una montaña rusa, donde su circulación espera otro en su asiento.
¡Ah, se me olvidaba otra cosa! Parece que desaparecen los bellos discursos, la oratoria florida, no se percibe el ruidoso callejeo y la altisonante bocina ensordecedora, provocadora de stress y por vía de consecuencia, violencia y sordera. A esta maligna tradición, se le opone, imponiéndose, la transparencia de un presidente que no dice una sola frase descompuesta contra adversario y que mide su exteriorización para darle una connotación decente y ética al quehacer político, como ningún mandatario exhibiera en este mundillo tan maleado de corrupción y mentiras. La transparencia ha sido su norte y el pueblo admira su porte con fervor y entusiasmo.