El encuentro de Tom Walker con el diablo fue tan cordial que empezaron a hacerse amigos. Basta decir que el siniestro personaje tuvo la gentileza de acompañarlo hasta su casa y empezó a contarle de unos tesoros que había enterrado el pirata Kidd en un lugar cercano. Unos cuantiosos tesoros que él mismo custodiaba y que podía poner a su disposición a cambio de ciertas condiciones.

Ya podemos darnos cuenta que el diablo que fingía ser su amigo lo estaba tentando, le estaba pidiendo lo que siempre pide el diablo a todos los incautos que se avienen a negociar con él. Mi buen amigo Dinápoles hubiera sabido como aconsejar a Tom Walker si no hubiera estado corrigiendo exámenes, como de costumbre..

«Se cuenta, igualmente, que después hizo Tom el camino de regreso a su casa acompañado por el siniestro personaje, lo que propició una conversación más en profundidad entre ambos. El hombre oscuro le habló de los tesoros enterrados por el pirata Kidd, en aquella colina próxima al pantano; unos tesoros, le dijo, de cuya custodia se encargaba él mismo, y que ponía a su entera disposición, si así lo quería… Dijo el Demonio a Tom Walker, además, que lo hacía por nada, porque le había resultado simpático, aunque, naturalmente, habría de establecer unas condiciones previas para ofrecérselo… No es difícil suponer cuáles eran… Tom Walker, empero, jamás se las dijo a nadie; acaso se trató de condiciones muy exigentes, pues le pidió tiempo para pensárselas antes de darle una respuesta definitiva, y eso que no era un hombre de los que se entretienen en tonterías cuando hay dinero a la vista… Llegaban ya a las lindes del pantano con la tierra habitada, cuando el Demonio se paró en seco, para despedirse.

»—¿Qué garantía me ofreces de que cuanto me has dicho es verdad? —le preguntó entonces Tom Walker.

»—Aquí tienes mi sello —dijo el hombre oscuro tocando con un dedo la frente de Tom.

»De inmediato volvió sobre sus pasos para perderse en lo más espeso de la ciénaga; pareció, según lo narraba el propio Tom Walker, que al irse se hundía poco a poco en el barro, hasta que no pudo ver de él más que los hombros y la cabeza… Nada más llegar a su casa comprobó que el sello del Demonio le había dejado en la frente, en efecto, una especie de quemadura imposible de borrar».

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Tom Walker no estaba dispuesto en principio a acceder a lo que le proponía el maligno, pero cometió el error de contarle el cuento a su mujer, y a la mujer le pareció inmejorable el trato. Como no pudo convencer al marido decidió embarcarse sola en la empresa:

«Apenas hubo aludido al oro enterrado se despertó en ella toda la avaricia de que era capaz; urgió de inmediato al marido, pues, a que aceptara las condiciones puestas por el hombre oscuro, segura de que con aquel tesoro se acabarían de por vida sus miserias. Tom, empero, no estaba muy convencido de un aspecto tan fundamental como lo era el de vender su alma, menos, además, si negándose a ello conseguía molestar a su mujer; así, tan serio asunto no pudo más que provocar una gran bronca entre los esposos, que se insultaron con mayor fiereza que nunca, amenazándose y echándose en cara cosas innumerables e indecibles… Cuanto más hablaban del asunto, más se reafirmaba Tom en su negativa de vender su alma. No es que le importara en exceso condenarse; simplemente, sentía la necesidad perentoria de no concederle semejante placer a su esposa.

»Al final decidió ella tomar las riendas del asunto y negociar directamente; si le salía bien el negocio, se decía, podría quedarse con todo sin tener que compartirlo con Tom«.

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A ella también la hubiera podido aconsejar Dinápoles, si no hubiera estado ocupado corrigiendo exámenes, pero además ciertas mujeres de los relatos de Washington Irving son poco menos o poco más que arpías y no hay forma de hacerlas entrar en razón:

«Era, no se olvide, de un temperamento valiente, muy parecido al de su marido. Así, una tarde de verano puso rumbo en dirección a la ciénaga, con la intención de ir hasta el viejo fuerte indio. Estuvo fuera de casa varias horas. Cuando regresó no contó gran cosa; dijo algo acerca de un hombre muy oscuro, al que apenas había podido vislumbrar en aquella penumbra, que parecía empeñado en tirar árboles a golpes de hacha… Y nada más; mantuvo un absoluto silencio sobre todo aquello; solo dijo que tenía que volver otro día para hacerle una oferta más convincente, sin otros detalles.

»Al día siguiente por la tarde salió de nuevo hacia la ciénaga llevando en su delantal varios útiles de cocina. Tom la esperó largamente, pero en vano; llegó la medianoche y seguía sin aparecer su esposa; se hizo la mañana siguiente, y nada; pasó la tarde y cayó otra vez la noche, sin que diera señales de vida. Entonces comenzó a preocuparse de verdad, temiendo que le hubiera ocurrido algo grave, aunque se tranquilizó al comprobar que entre las cosas que llevaba en su delantal estaba el juego de té de plata, cucharas, tenedores, y otros utensilios de valor, lo que podría servirle para negociar, acaso, con bien. Pero pasó otra noche entera y su mujer seguía sin regresar a casa… La verdad es que nunca volvió a tener nadie, en toda la comarca, noticia alguna de ella».

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Lo poco que se sabe es que Tom Walker se pasó buscándola un día entero, recorriendo con notoria ansiedad los alrededores y llamándola a gritos sin cesar, hasta que por fin descubrió «…algo que no pudo por menos que asombrarlo, algo que colgaba de la rama de un ciprés; algo, además, a medias envuelto en un delantal como el de su esposa… Un murciélago revoloteaba cerca, como si vigilase lo que tenía por suyo…

Tom Walker, aun en aquellas circunstancias, y no obstante las aprensiones que sentía, experimentó cierta alegría al ver el delantal de su mujer… Mas no por otra cosa que porque supuso que aún contendría en su hatillo aquellos útiles de cocina. «Recuperaré primero lo que es mío, que ya sabré arreglármelas sin mi mujer, en caso de que no aparezca», se dijo.

»Comenzó a trepar por el árbol, y el murciélago, abriendo las alas cuanto le daban de sí, huyó para esconderse en lo más profundo del bosque… Alcanzó Tom Walker el delantal… mas al deshacer el hatillo no encontró otra cosa que un hígado y un corazón.

»Aquello, por cierto, y según lo refieren las más antañonas leyendas del lugar, que son las más fiables, fue cuanto se encontró de la pobre esposa de Tom. Es muy probable, por lo demás, que llegara a hacer un pacto con el hombre oscuro, y que discutiera con él, llegando incluso a gritarle y a insultarlo como hacía habitualmente con su marido, pues si bien una auténtica arpía como ella está de veras capacitada para librar un match con el mismísimo Diablo, acabó llevándose las de perder… Murió, pues, pero vendiendo cara su vida; no en balde encontró Tom Walker huellas numerosas de sus pies, como si se hubieran tratado de plantar firmemente en la tierra y en el barro, cerca y más allá del ciprés, y unos cuantos mechones de pelo negro, largo y reseco, que sin duda pertenecían a la cabellera de ése a quien llamaban el leñador negro… Bien había comprobado en sus carnes Tom, más de una vez, cuán diestra era su mujer para la pelea, y supo que, si bien junto a las huellas de los pies de ella había otras muchas de garras, al hombre oscuro le había costado bastante doblegarla. «¡Por todos los huevos de la serpiente! Hasta el Diablo se habrá llevado más de un mamporro», se dijo».

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Al parecer, por alguna razón desconocida, lo que ocurrió es que el mismo diablo no quiso negociar con la diabla, los ánimos se caldearon y se trenzaron finalmente en una lucha feroz que dejó huellas visibles en el entorno. Aparte de insultarlo, la diabla le había tironeado los moños, lo había zarandeado, le había desgarrado el rabo y le había aruñado sin duda el pecho y la cara, hasta que finalmente sucumbió, como tenía que sucumbir. Nada hubiera podido hacer en este caso mi buen amigo Dinápoles, aunque no hubiera estado ocupado corrigiendo exámenes como de costumbre.