Si por lo menos le conocieran estoy seguro de que no le importunarían con tanto exceso y manifestación de afecto. Y es que Dios es un tipo de lo más sencillo y transparente, como el viento que sopla entre los arboles. Él no necesita que continuamente le estén profesando una fe fanatizada, aferrándose a una devoción que no es, en el fondo, nada salvo inseguridad disfrazada de supuesto amor.
Dios, insisto, es un tipo afable que se sienta contigo en el patio de tu casa y conversa a tu lado toda una mañana cuando tu no encuentras salida a determinada situación. A ese dios no le gusta que publiques sus visitas, ni que salgas con un altoparlante a decirle al mundo que tu eres el mas fervoroso de sus hijos. Por el contrario es alguien tan especial que le gusta la discreción y observar que realizas un acto de amor sin campaña publicitaria. Les aseguro que no es precisamente vanidoso, ni busca jamás una primera plana. Y más bien es -como esos obreros de las calderas de los trenes- un ser sin la menor estridencia. No precisa, desde luego, que presumas ni restriegues en la cara de los otros tu fe ni tu proximidad con él.
Algunas veces, cuando las cosas no me están saliendo bien, quedamos para vernos en el Jardín Botánico. Se acerca natural, sin poses ni alardes y no usa escolta ni flanqueadores. Soy consciente de su llegada al lugar porque siento una brisa ligera, suave y todo el ambiente se torna más claro. Busco entonces una porción de grama y la ocupo muy tranquilo esperando a que él haga lo mismo. Y así, cuando estamos ya los dos en perfecta comunión, me habla y me trata de tú; me cuenta algunos chistes y anécdotas de absurdas peticiones de la gente antes de entrar en materia y abordar mis problemas. Como él todo lo ve, sabe muy bien de aquel cuyas palabras y actos andan por caminos distintos.
Pero lo que más me gusta de ese tipo al que algunos llaman Dios es que no le agobia a uno pidiéndole una lealtad esclavizada. Todo lo contrario. Él necesita que tus actos vengan precedidos de la libre voluntad, que el primer compromiso que establezcas sea contigo mismo y que evites imponer a los otros tus creencias. Lo que más suele entristecerle, y así me lo ha confesado, es cuando uno cualquiera de sus hijos -como si de una carrera por llegar a él se tratara- demeritan a quienes tienen su forma particular de aproximarse, como yo mismo hago en este instante.