La belleza del momento no tiene límites, quizás si lo sea esa intrincada manipulación que goza nuestra mente ante los pensamientos. Solemos desviar constantemente la “atención” y distraernos con miles de pendejadas abstractas…

Reconocer el momento que se vive es, posiblemente, el ejercicio menos practicado por todos. Observar a nuestro alrededor y sorprendernos es una cualidad poco explotada.

Somos una especie de cámara filmadora que recoge todos los detalles, los procesa y a la vez va soltando lo que “entiende” es parte de “lo común”. Y es esa “comunidad”, precisamente, donde abunda la magia. ¿No les parece maravilloso todo lo que vemos? ¿Lo que percibimos? ¿Lo que vivimos?

Amanecer cada mañana en una máquina perfecta, nuestro cuerpo, habilitada para caminar, correr, brincar, tomar, agarrar, lanzar, oler, saborear y vente mil “moriquetas” más. Cuando pierde estas cualidades es cuando se da cuenta de lo valiosa y milagrosa que son.

Uno anhela “volver” a dotarse de todo aquello que conforma el cuerpo. Una infinidad de sentidos, órganos, músculos, líquidos y demás componentes colocados en los lugares apropiados.

Estamos diseñados para esta dimensión con todas las herramientas disponibles “en el mercado”. Aun cojos, tuertos, invalidados de atributos, podemos continuar disfrutando de todo lo que ofrece la vida.

La máquina terrestre eventualmente se ha de deteriorar e iremos mermando la energía interna y externa. Incluso la cámara de videos se hará borrosa y el procesador de imágenes se distorsionará ocasionando que los mensajes nos lleguen a medias.

Cuando ese mundo exterior se arrincone en una mecedora, continuaremos procesando imágenes vividas y algo desmemoriadas.

Nos iremos olvidando de todos y hasta de nosotros mismos y ya no tendrán sentido los “atados”. Ni la casa, ni el carro, ni la cuenta, ni el dinero.

La despedida implica desapegos, ¡y es bueno! Porque el dolor solo le quedara a “los otros” y “esos otros” por lo regular aun contaran con sus atributos intactos y prestos a “seguir viviendo” porque todos sabemos que también vamos…

Un día más es un regalo, un tesoro invaluable que no tiene precio. Es la verdadera riqueza de la que todos gozamos y que pocos apreciamos. Quejarse, enojarse, agobiarse, son los dilemas estériles de los malagradecidos.

Un hombre sabio entiende que la vida consta de un sí y un no. De un momento y de un destello. Un sueño que despierta cada mañana engendrando luces y sombras.

Experimentar las energías de los náufragos es inevitable. La gente no sabe vivir y por todas partes andan desparramando esa ignorancia.

Nuestra máquina maravillosa también es receptora de vibraciones y aun emanando las vibraciones más limpias de nuestra parte, seremos contaminados de aquellas otras.

El conocimiento ante esta realidad ineludible permitirá que nuestra consciencia ignore “los atropellos” y se enfoque más en el momento siguiente porque “entiende” que todo forma parte de “la ecuación inexorable” del universo y que “él sabrá lo que hace”…

En consecuencia, “la recepción” será menos efectiva y continuaremos asumiendo “un día más” en mejores condiciones físicas y mentales.

Usted se va a “desguañingar” de todas formas, ya lo sabe, está consciente. Habrá un momento que no tendrá ya el privilegio de “un día más”, y quizás hasta este contento de que así sea, pero intente sacarle el jugo a todos estos días que “le quedan”.

No es cuestión de mandarse a correr o quererlo hacer todo de una, ¡no! Tampoco es para que caiga en pánico y se me agite. El punto es todo lo contrario, siéntese, relájese y observe. Ríase de todo y de todos. ¡Hasta de su mala suerte!

Obsérvese como se va convirtiendo en momia y disfrute de su embalsamiento ¡total! Si llegara, con suerte, a los cien años, no se acordará ni siquiera de su nombre. La vida le estará regalando un tiempo extra, un tiempo preciso para deleitarse de todo lo maravilloso que siempre estuvo a su alrededor y nunca vio.

Tal vez en esos momentos íntimos, donde ya no escuchamos nada y apenas “algo” vemos, una voz interior nos hable, sin mediar palabras, recordándonos que “un día más, es también un día menos” ¡salud! Mínimo Caminero