El Conservatorio Nacional de Música, fundado en 1942 como institución de enseñanza superior de la música y el canto, responde a la importancia y necesidad en la vida de los pueblos de formarse musicalmente. Siempre se ha creído que una buena educación pasa también por el aprendizaje e interpretación de algún instrumento musical.
Nuestro Conservatorio acoge a los egresados de la Escuela Elemental de Música y a aquellos que presentan un examen de admisión – formando destacadas figuras de la música clásica y popular, y ocupando el rol que dejaron las orquestas municipales, contribuyendo a la buena educación integral del individuo.
Mi rol de madre me llevó a pasar algunos años entre la vieja sede del Conservatorio y la Escuela Elemental de Música acompañando a mi hija, que tiene una especial vocación musical, compartiendo con sus profesores y compañeros de estudios los años que cursó en ambas instituciones. Esta experiencia me permitió conocer los sacrificios que hacen algunos alumnos para formarse y el esfuerzo de los profesores y directores en crear condiciones e instituciones apropiadas para enseñar y desarrollar la formación musical en este país.
La observación cotidiana del edificio que ocupa el Conservatorio Nacional de Música me ha motivado a escribir estas líneas sobre el estado que presenta el inmueble, acercándonos hasta allí con la finalidad de saber cuántos alumnos tenían, información que me fue negada, pues "sólo podía darla la directora Jacqueline Huguet" -quien se negó a recibirnos- siendo remitida al Ministerio de Cultura…
Lo cierto es que la sede del Conservatorio, ubicado en lo que se llama hoy día el "Parque Iberoamericano", está en pleno deterioro; si bien es una obra reciente de apenas 30 años, inaugurada en 1993 y diseñada por el Arq. Pedro Haché, quien recomendó desde el principio (2001) que el edificio fuera impermeabilizado, nunca se hizo la impermeabilización. Con el tiempo, se agravaron los problemas de una estructura carente de mantenimiento, como casi todas las obras públicas del país.
¿Por qué no se hace un esfuerzo por mantener viva una institución clave para el desarrollo de nuestra juventud, con tanto talento perdido por la falta de formación adecuada?
El anuncio del deterioro del edificio no es nuevo, hace unos años Marien Aristy escribió en el Periódico Hoy del 16 de septiembre del 2007:
“Con catorce años de construcción, el edificio que aloja al Conservatorio Nacional de Música se encuentra tan deteriorado que ya no se pueden utilizar ni el auditorio ni 8 de sus aulas”
Para entonces, los baños ya no tenían agua, el auditorio no tenía aire acondicionado y las plantas eléctricas estaban fuera de servicio. Hoy, ese deterioro es magistral. La atmósfera no es la de un recinto musical de nivel superior: hay una especie de “arrabalización” interior y exterior de difícil descripción, con una burocracia mal ubicada en una institución de alto nivel académico.
Pero el Conservatorio parece estar amenazado, permanentemente, en su vocación inicial; basta recordar los intentos de socavar su presencia -en ese parque tan maltratado- cuando se le permitió al ex-alcalde Roberto Salcedo la construcción de un anfiteatro al aire libre (un elefante blanco) justo al lado del Conservatorio.
Hoy el estado de la institución es incalificable… Habría que ver cómo se han desprendido los techos, los baños con unas cubetas a veces con agua, puertas y ventanas rotas y los instrumentos musicales, donados por países amigos, deteriorados, con biblioteca y auditorio inservibles, las plantas ornamentales secas junto a la carencia de un personal técnicamente preparado (luthier, afinadores, etc.); por no hablar de los efluvios que salen de las aguas negras que sumergen la estructura hacia la parte trasera del auditorio, apenas iluminado por aquellas suntuosas lámparas libradas a la suciedad y abandono.
El deterioro es palpable para aquellos soñadores, artistas y melómanos en formación. Hemos olvidado que la música nos eleva, nos saca de la mediocridad e impide que caigamos en la violencia, acompañándonos en todos los ciclos de la vida. La buena música, claro está.
Basta con ver las figuras del canto lírico, los músicos dominicanos de la Sinfónica Nacional o aquellos que han partido al exterior a formarse y/o continuar sus carreras artísticas, gente de la talla de Michel Camilo, Guillo Carías, Félix del Rosario, Maridalia Hernández, la hermanas Peña Comas, Juan Luis Guerra, Yasser Tejeda, Ramón Orlando Valoy, José Ant. Molina y muchos otros.
Da vergüenza, mucha vergüenza -por no decir tristeza- que, tras sacar el Conservatorio y la Escuela Elemental de Música de aquella casona destartalada en Gazcue, con sabor a dictadura, no se diera el mantenimiento apropiado a esta sede, reproduciendo el pasado de ruinas que arrastra el conservatorio.
¿Por qué no se hace un esfuerzo por mantener viva una institución clave para el desarrollo de nuestra juventud, con tanto talento perdido por la falta de formación adecuada?
Es sabido que la falta de oportunidad de conocer y formarse musicalmente, lleva a muchos jóvenes a delinquir o, en el mejor de los casos, salir a dar brinquitos mientras se agarran la bragueta o dan unos golpecitos de barriga, sacando el pezón al descuido, moviendo las nalgas, mientras se balbucean ciertas obscenidades, a las cuales llaman lírica o música.
Las autoridades deberían definir el rol que juegan socialmente las instituciones musicales, no solo como entes culturales, sino como apaciguadores del deterioro sociocultural de nuestra sociedad. La formación musical nos hace mejores ciudadanos. Es necesario intervenir el Conservatorio antes de que el edificio les caiga encima a alumnos y profesores, aplastados ya por la indignación, cansados de solicitar ayuda a las autoridades.
A ochenta años de su fundación, esperamos que el Conservatorio recobre el brillo y el rigor de la formación artística que tienen los Conservatorios para que las nuevas generaciones cuenten con un espacio apropiado donde formarse artísticamente.