Una larga vejez con lucidez y fortaleza es un regalo de la vida. Merecedor de ese obsequio especial fue un gran trovador cubano que vivió más de nueve décadas y actuó hasta poco antes de abandonar el reino de los vivos. Quienes lo conocimos lo recordamos como Compay Segundo, y algunos nos empeñamos en darle el título de Rey del Chan Chan. Él hizo disfrutar a millones de personas con más de cien canciones de géneros como: el son, bolero, bolero-son, changüí, la guaracha y la guajira.
No tuvimos el privilegio de ser presentados, aunque lo conocí a través de la radio y la televisión, como artista que había adquirido renombre por sus éxitos musicales; sin embargo, pudo haber sucedido en uno de mis viajes a la capital cubana.
Ese día buscaba la dirección de una amiga en Miramar cuando, sabiéndome realmente perdida, escudriñé a mi alrededor y mis ojos tropezaron con él. Estaba sentado en una mecedora, con los ojos cerrados, en un portal cercano. Aparentemente descansaba. Justo cuando dudaba sobre si debía interrumpir su reposo sonó mi bendito teléfono celular. Giré un par de pasos para contestar, hablé con la que resultó ser aquella amiga y, después de colgar, me volví, ya decidida a iniciar la conversación planeada. Para mi frustración ya el hombre no estaba allí. Esa fue una de las razones que me motivó a escribir, después de leer el libro de Betancourt “Compay Segundo” (2000) y revisar una enciclopedia cubana (2016).
Nacido tres días después de la primera quincena de noviembre de 1907, en el poblado de la playa Siboney, en Santiago de Cuba, Máximo Francisco Repilado Muñoz fue un niño bastante feliz. En su vida humilde, a solo cuadra y media del mar, la brisa marina y la fauna de la región, en especial los cangrejos, le sirvieron de compañeros de juego.
A Máximo, como a sus hermanas y hermanos, le atraía la música de forma notable, aunque no se conocía ningún familiar cercano del que hubiesen heredado la inclinación artística. Él aprendió a tocar la guitarra viendo y escuchando a los trovadores de la zona. Más tarde reproducía lo que recordaba, en un rústico instrumento por él confeccionado. Además, acostumbraba a componer la letra de sencillos sones que musicalizaba y le servían para divertirse y animar a familiares y vecinos.
El padre de Repilado, según cuentan, era maquinista de trenes de carga y educó bien a sus ocho hijos. Después de la Primera Guerra Mundial se quedó sin trabajo; para retomarlo, la familia debió mudarse a Santiago de Cuba sin llevar a Máximo. Él permaneció haciéndole compañía a su abuela Regina –de origen africano y esclava liberta–, quien no quiso separarse de su querido nieto hasta morir, con más de 105 años.
Una vez reunida la familia, en Santiago de Cuba, los niños pudieron asistir a la escuela y estudiaron lo necesario para ganarse la vida. Allí Máximo también aprendió música con una compañera, se motivó por el uso del clarinete y, alentado por la misma chica, llegó a ser alumno en la Banda Municipal. Para ello se vio obligado a adquirir, primero, aquel instrumento y el método para tocarlo; como pago trabajó de torcedor de tabacos, que resultó ser su primer oficio y ejerció durante mucho tiempo a lo largo de su vida.
Máximo viajó por primera vez a la capital en 1929, con la Banda Municipal de Santiago de Cuba, para participar en un concurso de música; allí resultaron ganadores. Conoció artistas como los del Trío Matamoros, que actuó con ellos, y hasta al entonces presidente de la isla, quien los invitó a tocar para él en el patio del Palacio Presidencial.
De retorno a Santiago, su vida siguió el ritmo habitual. Se nutrió de las tradicionales serenatas, los sabrosos sones y la trova. Aficionado por el sonido del tres aprendió a usarlo, además de saber sacar ya deliciosos y mágicos acordes a su armónico, guitarra con siete cuerdas, creada por él e innovación con la que revolucionó la música. Integró varias agrupaciones, en las cuales tocó el clarinete, la guitarra, el mencionado tres y comenzó a cantar con su voz redonda y grave, que empezó a ser escuchada en la radio.
En 1934 regresó a La Habana como músico. Cuatro años más tarde viajó a México y tuvo la oportunidad de ser grabado en las películas “Tierra brava” y “México lindo”. Más tarde, ya en Cuba, se unió al Conjunto Matamoros, con el que comenzó a ser grabado en los hoy ya casi extintos discos de vinilo. Luego fue uno de los cantantes del dúo Los Compadres, que tocaba son montuno, y en él, allá por los años cuarenta y ocho, surgió su nombre artístico.
Por su costumbre de utilizar el término “compay”, tradicional en la región de Cuba donde naciera y creciera, y por representar la segunda voz del Dúo Los Compadres, todos comenzaron a reconocer a Máximo Francisco Repilado Muñoz como Compay Segundo. Así entró al mundo de la fama, en el que se destacó también por su elegancia al vestir y sus sombreros.
En 1955 se disolvió el dúo y logró formar su propio conjunto. Este se denominó “Compay Segundo y sus muchachos” e inició como trío. Más tarde se reajustó a cuarteto y luego a grupo, pero mantuvo el fresco estilo y dirección de Máximo; aunque él cumpliese también con su oficio de torcedor de tabaco en la fábrica H. Upman.
Su carisma y popularidad le hicieron merecedor de un premio Grammy a finales de los años noventa. Sus canciones han sido y son interpretadas por personalidades de renombre, entre ellas Charles Aznavour y Lolita. Al igual que a él, en su momento, nos resulta impresionante escuchar a japoneses cantando su famoso “Chan Chan”.
Compay Segundo actuó por toda Cuba y lo mismo en España, Inglaterra, Suiza, Italia, Francia, Estados Unidos, diversas islas caribeñas, Canarias o en el propio Japón. Recibió numerosos estímulos morales y materiales, pero uno de los mayores, por no decir el mejor, fue que su música gustara a casi todas las personas y hasta el papa Juan Pablo II quisiera verlo y oírlo en el Vaticano, en el 2000. Entonces gozaba ya sus noventa y dos años.
Continuó actuando casi tres años más, sin embargo, el desgaste físico se hizo presente, de forma especial, en su sistema urinario. Entonces debió guardar absoluto reposo e intentó alcanzar la edad de su amorosa abuela Regina. Resistió hasta el último día de su vida terrenal: el 14 de julio del 2003.
Una de las facetas menos conocidas de su vida, tal vez por su modestia fue, precisamente, su generosidad humana. Buena parte del fruto monetario de su labor artística se vio repartido entre quienes él sabía lo necesitaban: personas de edad muy avanzada, familiares de niños enfermos, vecinos hospitalizados, compañeros… No aceptaba devoluciones, solo cariño. De igual forma sorprendió a muchos cuando fue capaz de subastar sus queridos sombreros, en 2001 y 2002, durante los Festivales Internacionales del Habano, y donó los más de 37 mil dólares a la salud pública cubana.
Su voz puede oírse en casi cualquier lugar del mundo, pues logró vender más de 10 millones de discos, pero conservó su sencillez, humildad y generosidad. Si usted aún no ha escuchado las canciones escritas e interpretadas por él, realice una búsqueda en la Internet. Encontrará temas que tal vez ya conozca, y otros que le conmoverán, harán bailar y hasta sonreír. Es una figura difícil de olvidar.
Compay resulta el trovador más longevo con mayor fama mundial, como se reconoce en varias fuentes impresas y digitales. Resultó el creador del armónico y podríamos añadir que es uno de los más fecundos con respecto a la cifra de composiciones musicales. No es un simple segundo, sino un número uno de la vida, que debemos admirar y conocer.