La creciente presencia de China en Centroamérica combina intereses económicos y geopolíticos. Su proximidad a Estados Unidos la convierte en un punto estratégico para Beijing que, mediante inversiones en infraestructura y energía, promueve cooperación que beneficia principalmente a sus exportaciones, dejando balances comerciales desfavorables para la región.
China aprovecha gobiernos autoritarios o pragmáticos para fortalecer vínculos, aspirando desplazar la histórica dependencia comercial, económica y política con los Estados Unidos. Sin embargo, los proyectos chinos suelen implicar condiciones opacas y riesgos ambientales, subordinando recursos locales a intereses extranjeros bajo un modelo de “cooperación” que prioriza beneficios geopolíticos chinos. Estas “promesas de desarrollo” trae muchos riesgos dentro de sí, tanto por la dictadura como gestora, como por “nuevo amigo” y sus estilos de “cooperación”.
¿Cuáles podrían ser los efectos de los nuevos acuerdos firmados entre Daniel Ortega y China en la economía y política de Nicaragua? ¿Qué razones podrían motivar a Daniel Ortega a retomar la idea del Canal Interoceánico, tras el fracaso del proyecto en el pasado que lo empujó junto al empresario Wang Jing?
Los acuerdos entre Nicaragua y China refuerzan su alianza en comercio e infraestructura, pero el historial de proyectos inconclusos de Ortega-Murillo, como el canal interoceánico con Wang, genera escepticismo. Si se concretan estas inversiones, como el puerto de Bluefields o el suministro de medicamentos, podrían monopolizar sectores clave, beneficiando a capitales chinos y cercanos al régimen, en detrimento de importadores y comerciantes locales. Esto abonaría a un mayor endeudamiento con China, al desplazamiento de actores económicos independientes y fortaleciendo estructuras clientelares. Así, el comercio nacional terminará subordinado a intereses extranjeros y de una élite vinculada al gobierno, profundizando desigualdades económicas.
El interés de Ortega en retomar el proyecto del Canal Interoceánico puede interpretarse desde varias perspectivas. En el plano económico, el proyecto parece ser un intento por revitalizar una economía debilitada, clave para sostener una dictadura que depende tanto de la represión como de la narrativa de progreso. En un contexto donde los puentes con la comunidad internacional están prácticamente quemados y las dinámicas económicas internas sobreviven, pero no crecen, la construcción de un canal promete atraer inversiones y generar empleo.
Aunque, claro, conociendo los antecedentes del régimen, podría ser más un ejercicio de propaganda que un plan realista. ¿Un salvavidas económico o solo otro espejismo político? Quizás ambos, pero con Ortega siempre queda la duda: ¿es esto realmente un canal o solo un desagüe de credibilidad?
Ortega parece aferrarse al sueño del Canal Interoceánico como su obra magna, la llave para inmortalizarse como el líder que “transformó” la economía de Nicaragua. Sin embargo, la historia sugiere lo contrario: este proyecto tiene más probabilidades de quedar como una quimera que como un legado tangible. A pesar de la grandilocuencia con la que se presenta, la falta de viabilidad ambiental y económica, las inconsistencias técnicas y la resistencia social lo condenan a ser otro capítulo en el libro de sueños incumplidos del régimen.
Ortega y Murillo, fieles a su estilo, parecen más interesados en construir una narrativa que abone a la sucesión, ya sea para Murillo o para alguno de sus hijos, como Laureano Ortega Murillo, quien ha sido el encargado de mostrarse como artífice del acercamiento con China.
En cuanto al vínculo con China, esto le ofrece a Ortega un respaldo político y financiero alternativo a los países occidentales e Instituciones Financieras Internacionales. Sin embargo, los préstamos que han venido realizando con la potencia asiática, además de que incrementa los intereses y el efecto de endeudamiento de la economía nacional, no necesariamente responde a las amplias demandas de Ortega para llenar los vacíos de inversiones extranjeras y de préstamos.
La imagen que Ortega ha estimulado en sus relaciones con China y Rusia gira en torno a presentarlos como los “primos mayores” en el escenario geopolítico, capaces de ofrecerle respaldo frente a las presiones de Estados Unidos. Estos aliados son proyectados como potenciales salvadores que podrían evitarle una “paliza” tanto política como económica. Sin embargo, hasta ahora, esta narrativa se queda más en el plano simbólico que en hechos concretos.
El “nuevo” proyecto del canal enfrenta serios cuestionamientos en términos de viabilidad económica. La primera versión los tuvo y está aún más, porque otra vez se presenta sin tener en cuenta el impacto socioambiental y los derechos de las comunidades locales. La proyección del nuevo canal, en teoría, implicaría arrasar con comunidades indígenas y afrodescendientes, violando sus derechos y partiendo el país en dos.
Este enfoque no solo es una agresión territorial, sino también un golpe directo a las estructuras internas de estas comunidades, ya afectadas por la ausencia de consultas previas. La Corte Interamericana de Derechos Humanos ya ha emitido un veredicto que señala cómo la falta de consulta para proyectos similares ha quebrantado la organización interna y los derechos de las comunidades originarias, subrayando la gravedad de estas violaciones.
Por otro lado, la influencia de China y el papel de los BRICS son elementos clave en este escenario. Como líder del bloque, China busca expandir su influencia global mediante inversiones y proyectos de infraestructura en diversas regiones. La reactivación del proyecto del canal pretende alinearse con estos intereses, evidenciando cómo Ortega intenta capitalizar la ubicación geográfica y estratégica de Nicaragua para atraer la atención y el apoyo de Beijing.
No obstante, la exclusión de Nicaragua y Venezuela de los BRICS refleja tensiones y diferencias internas dentro del grupo. Brasil, responsable del veto, ha adoptado una postura más cautelosa respecto a ciertos países, buscando equilibrar sus relaciones internacionales. Esto evidencia que, aunque Ortega busca fortalecer lazos con China y otros miembros del bloque, como Rusia, enfrenta limitaciones que le impiden cruzar el umbral hacia una integración que le asegure un respaldo significativo de grandes potencias, quedando en un terreno incierto.
El megaproyecto del Canal Interoceánico simboliza más las urgencias de Ortega por sostener una economía enfocada en la represión y la sucesión que una estrategia realista de desarrollo. Este anuncio parece ser otro capítulo del historial de incumplimientos, además de carecer de viabilidad e incentivos ambientales y económicos claros para atraer apoyo. El aislamiento internacional y la falta de confianza en el régimen limitan seriamente las posibilidades de que este “sueño” se traduzca en algo más que otro espejismo político-financiero.