Los estilos de vida que se difunden a través de las redes sociales y la publicidad nos quieren hacer creer que todo se puede y que casi todo se vale. Con pocas excepciones, pretenden fijar nuestra atención en la banalidad, en la gloria personal y en la fascinante vida de los que se ponen a sí mismos en el centro. Sin embargo, las historias recientes de personas y familias afectadas en San Cristóbal el pasado 14 de agosto o como resultado de las lluvias torrenciales ocasionadas por una tormenta tropical, vuelven a poner en nuestra mente la poca novedosa idea de la fragilidad de la vida.

Después de las tragedias que nos tocan de cerca —ya sea porque conocemos a las víctimas, porque acontecieron en lugares conocidos, o sencillamente porque las imágenes saturan todas nuestras pantallas— lo razonable sería que pusiéramos en duda ese modo de vivir en la superficialidad con el que somos inundados y nos preguntemos en qué se nos está yendo la vida; cómo, con qué y junto a quiénes la vamos desperdiciando o llenando de sentido.

Las desgracias, especialmente las que hubiesen podido prevenirse, nos hacen cuestionar incluso lo que no tendría que ser cuestionado, como la compasión, por ejemplo. Cuando se trata de políticas públicas, de justicia o de injusticias sociales, de bien común y de derechos humanos, la compasión puede volverse “una virtud bajo sospecha”, como ya lo han dicho otros, porque pasados los días se queda en sensiblería si no se traduce en un compromiso efectivo con la sociedad, con los demás, un compromiso de esos que en verdad tienen la capacidad de dotar la vida con hondura y norte.

Por las debilidades de nuestra estructura social, cualquier tormenta o vaguada, nos recuerda que, en cualquier circunstancia, la compasión tiene que hacernos mirar las cosas desde la perspectiva de las víctimas, a quienes, por supuesto, hay que tratar con respeto, cuidando su dignidad como se haría con los padres, un hermano o una amiga. Ser compasivos implica cuidar de las personas, sus historias, la manera en la que hablamos de ellas o las mostramos ante los demás.

Lo que llena de sentido la vida nos quita protagonismo. La atención no tiene que estar puesta en nosotros y en nuestro mundo; tiene que hacernos dialogar con las diferencias culturales, espirituales y hasta morales. Incluso aquellos a quienes no consideramos merecedores de nuestra piedad lo son, por el solo hecho de ser humanos.

El voluntariado es uno de los caminos posibles para ejercer la compasión porque dota de sentido cada uno de nuestros días. Es una ruta que ofrece “un cable a tierra” y con eso, sensatez y profundidad de vida.  Estar pendientes solo a nuestra propia existencia y a la de nuestro núcleo más cercano, nos sitúa en la comodidad y la autocomplacencia que nos distancian de la hondura y la fraternidad a las que somos llamados, las que en verdad nos dan la fuerza interior que necesitamos para navegar los desafíos de cada día.

La mitología griega nos relata una historia fascinante que deberíamos hacer propia. Anteo, hijo de Poseidón, dios de los mares, y de Gea, la diosa tierra, poseía un extraordinario poder que recibía de tocar la tierra y que disfrutaba mostrar desafiando a todo aquel con quien se cruzaba. En una ocasión, se enfrentó a Heracles, el semidios griego. El enfrentamiento fue terrible. Heracles usaba todas sus habilidades y poderes, pero no conseguía derrotarlo porque cada vez que lo derribaba, Anteo se aferraba al suelo y cuando se levantaba volvía con las fuerzas renovadas que le daba su madre Gea. Finalmente, venció la astucia de Heracles: separó a Anteo de la tierra y lo mantuvo en el aire, sin contacto con el suelo, hasta que se fue debilitando y murió derrotado.

A nosotros nos podría pasar lo mismo. Seducidos por la superficialidad y lo banal podemos “morir de éxito”, derrotados por Instagram o por el espejo. Si no vivimos con conciencia y hondura, ningún hashtag podrá ayudarnos. Curiosamente, los golpes que como nación hemos sufrido, lamentablemente con demasiada frecuencia, podrían ser ese “cable a tierra” que nos ayude a encontrar respuestas a las preguntas existenciales de la vida.

Si bien es cierto que detrás de cada ayuda hay una concepción del otro, también es cierto que lo que vemos en el prójimo es espejo de la propia vida. Por eso, en el camino del voluntariado y la compasión eficaz hay gente que ha encontrado para sí una nueva vida al acompañar enfermos, gestionar proyectos sociales, apoyar la educación de niños o reclamar el respeto a los derechos humanos y al bien común para que la vida de otros pueda ser mejor. Porque vivir se trata de encontrar un lugar en el mundo y muchas veces lo encontramos a través de la vocación de servicio.