Siempre debe temerse a la crueldad humana, en particular en tiempos de guerra. Las imágenes que hemos estado viendo en los medios, demasiado crueles por sí, no bastan para reflejar la real magnitud del sufrimiento que pueden padecer las mujeres y las niñas.

Los cuerpos de las mujeres son utilizados para castigar al enemigo, reforzando la convicción de ser propiedad. Sencillamente, violar una mujer es visto cual un perjuicio al honor del hombre y no como lo que es, la destrucción de la dignidad de una persona.

La violencia sexual es considerada un “daño colateral”. No se le ha dado la misma visibilidad que a otras serias violaciones de derechos humanos, como la tortura o las desapariciones forzadas.

Ejemplos hay de sobra: las dictaduras militares, la guerrilla colombiana, Sepur Zarco, o la yihad sexual. El caso de Sepur Zarco es paradigmático, a cuyas víctimas les tomó más de 30 años obtener justicia. Bajo el mandato (y coraje) de Claudia Paz y Paz, la Fiscalía jugó un rol extraordinario en las investigaciones, exhumando cada uno de los cuerpos de los maridos asesinados. Hasta ese momento, la esclavitud sexual no se había juzgado en ningún tribunal local del mundo, mucho menos en un contexto de conflicto civil.

Ultrajar a las mujeres de los vencidos constituye el castigo predilecto de los vencedores, sin importar las consecuencias.

El Derecho Internacional Humanitario tampoco dio una respuesta oportuna. La Cuarta Convención de Ginebra no contempló la violación como un crimen de guerra grave. Los Tribunales Militares Internacionales de Nuremberg y Tokio, a su vez, no la reconocieron. Fue después de los Balcanes y Ruanda, en 1998, que se definieron estos crímenes, incorporando la prostitución y embarazo forzados. Para 2008, el Consejo de Seguridad de la ONU afirma por vez primera que la violencia sexual es un crimen de guerra, de genocidio y de lesa humanidad.

No es otra cosa que un eufemismo que el Tratado Mundial de Comercio de Armas (TCA), ratificado ya por 113 países, establezca la obligación de que los Estados evalúen el riesgo de que las armas exportadas vayan a ser utilizadas para cometer o facilitar actos graves de violencia basada en género, cuando sabemos que es lo que siempre sucede.

Ultrajar a las mujeres de los vencidos constituye el castigo predilecto de los vencedores, sin importar las consecuencias. En la mayor parte de la Historia, hemos sido eso: un botín de guerra.

Las imágenes dicen: esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizá se ofrezcan a hacer, con entusiasmo, convencidos de que están en lo justo”.

Susan Sontag, Ante el dolor de los demás.