Sorprendente, de muchas maneras, es la forma en que irrumpe en el escenario intercontinental la literatura de los Estados Unidos, con la misma inusitada fuerza explosiva con que surge y pasa todo en ese país.

Es el engañoso país que Francis Scott Key definió en 1814 como “tierra del libre y hogar de los valientes”, el país que presumía de su inocencia (la cacareada “inocencia americana” de la que tanto habla Henry James) y de haber sido fundado sobre un sueño que en realidad es una pesadilla: el exterminio de los indígenas y la esclavitud de los negros africanos.

Habitación en los palacios de La Alhambra, en Granada, utilizada por Washington Irving para escribir uno de sus libros

En mayor medida, desde el punto de vista de la clase dirigente, es mucho más el país del mismo Francis Scott Key, el autor de la letra del himno nacional de los Estados Unidos, el hombre que decía que los negros son “una raza distinta e inferior de personas, de las que toda experiencia demuestra que son el mayor mal que aflige a una comunidad”. Es, pues, el país del valiente, del libre y del racista. El país de la esclavitud durante dos siglos y medio.

De hecho, son muchos países dentro de un solo país, un mosaico cultural, étnico y geográfico, un mosaico ideológico en el que coexisten el blanco, el negro y el indio, el asiático, los opresores y los oprimidos, los soñadores e idealistas y los sicorrígidos puritanos, un manantial en el que abreva una original producción social de sentido artístico y literario en el que están representadas múltiples facetas de una realidad siempre cambiante. El imaginario selectivo.

En el proceso de formación de esa literatura se escribieron obras anodinas y sin mayor trascendencia, hasta que algunos autores con conciencia de oficio fueron encontrando el camino y se fueron encontrando a sí mismos, dieron con una voz, una escritura que los identificaba, los distinguía, formaba parte de un colectivo. Empezó a perfilarse una literatura y un arte distintivos, propios del país o de la suma de países que lo componen, una literatura nacional, una literatura diferenciada, fragmentada, con multitud de representaciones que recogen la experiencia histórica de sus pobladores. Una literatura que surgió con una decisiva vocación cosmopolita.

Washington Irving y Fenimore Cooper, un cuentista y un novelista, fueron los dos primeros hombres de letras que rompieron las fronteras, los primeros dos escritores estadunidenses que lograron un gran reconocimiento dentro y fuera del país. (aunque también, en cierta manera, Charles Brockden Brown). Pero además Washington Irving fue tan exitoso que se convirtió en el primer escritor estadounidense que llegó a vivir de lo que producían sus escritos.

Irving era un autor travieso, que escribió historias folclóricas y fantásticas y fue el primer humorista de las letras usamericanas, en cierta manera un precursor de Mark Twain, un caricaturista literario que ridiculizó y se burló del ambiente cultural de Nueva York, a la que bautizó como Gotham City (ciudad de las cabras), el nombre de una ciudad inglesa cuyos habitantes tienen fama de brutos y locos. La futura Ciudad Gótica de Batman.

Washington Irving nació en Manhattan en 1783 y murió en 1859, a los setenta y seis años, en su amada casa de Tarrytown, un poblado a orillas de río Hudson, cerca de los lugares en que transcurren algunas de sus más famosas narraciones. Incluso el nombre del cementerio donde lo enterraron alude al nombre de una de ellas: Sleepy Holow.unnamed-9-728x437

Pero Washington Irving fue un ciudadano del mundo, un viajero impetuoso, un típico representante de un cierto romanticismo, polifacético, inquieto, un enamorado de España y de Inglaterra. Y de Cristóbal Colón.

No todos los juicios sobre su persona y su obra son unánimes y elogiosos, por supuesto. Hay quien lo define como el patriarca de la literatura de su país y muchos lo consideran como el mejor escritor de habla inglesa de su época. Otros, como Haskell Springer, lo celebraron como el “mejor escritor británico que había producido América”. Carlo Izzo asegura que Washington Irving “no tuvo de americano casi nada más que el lugar de su nacimiento y algunos temas de sus escritos”. Unos cuantos lo acusan de plagio o de ser un escritor muy poco original. Edgar Allan Poe, con su espíritu crítico y analítico, lo reconocía por su condición de innovador y pionero, pero sostenía: “Ningún hombre en la República de las Letras ha estado más sobrevalorado que Washington Irving”. Sin embargo, se reconoce en deuda con él, no niega su filiación.

Puerta de entrada a la habitación en La Alhambra utilizada por Washington Irving

De cualquier manera, lo cierto es que Washington Irving ha calado muy a fondo en la querencia y preferencia de sus compatriotas, por no hablar de sus lectores en todo el mundo y en las más variadas lenguas… Pocos escritores tan vigentes y venerados como él. Un escritor de culto.

No es, desde luego, para menos. La obra de este escritor, cuentista, biógrafo, historiador y diplomático, es vasta y polifacética y muy apreciada e incluye, entre otros, los siguientes títulos:

El libro de bosquejos de Geoffrey Crayon, (1919), Historia de la vida y viajes de Cristóbal Colón (1828), Crónica de la conquista de Granada (1829), Cuentos de la Alhambra (1832), Cuentos del antiguo Nueva York (1835), Crónicas moriscas: Leyendas de la conquista de España (1835), Viaje por las praderas (1835), Los buscadores de tesoros (1847), Oliver Goldsmith (1849), Mahoma y sus sucesores (1850), Vida de Washington (1855-1859).

Nada, sin embargo, contribuyó tanto a su fama como sus relatos fantásticos y folclóricos, en especial dos de ellos: Rip Van Winkle y La leyenda de Sleepy Hollow.

Lo que representó para la literatura estadounidense la publicación de Rip Van Winkle y La leyenda de Sleepy Hollow (incluidos en El libro de bosquejos de Geoffrey Crayon), fue todo un acontecimiento, una alteración de orden público literario, el fin y el inicio de algo. Rip Van Winkle, es considerado el primer cuento de la literatura usamericana, un primer gran cuento. Un texto fundacional.

En esa época nadie en el extranjero conocía o leía un libro de algún escritor estadounidense, pero tras el éxito arrollador de Rip Van Winkle se abrirían todas las puertas. Pronto, junto a Washington Irving, saltaría a la fama un tropel de extraordinarios escritores y poetas que asombrarían al mundo. Entre ellos Fenimore Cooper, Charles Brockden Brown, Nathaniel Hawthorne, Edgar Allan Poe, Walt Whitman, Henry Wadsworth Longfellow, Herman Melville, Emily Dickinson, Mark Twain, Henry James…