Mucho antes de que apareciera la pandemia, los seres humanos habían entrado en un proceso o estado psicosocial, especie de síndrome, que reflejaba una actitud antigregaria. El miedo, la desconfianza, evasión, desesperanza y el temor al otro se han convertido en una poderosa arma contra la asociación e integración social en las comunidades humanas.

Nuestras sociedades en crisis empezaron a moverse por una fuerza silenciosa, que apuntaba hacia el individualismo y la indiferencia social. Esta conducta tenía como máximo exponente un comportamiento marcado por un fuerte desinterés por los problemas sociales de los sujetos y sus respectivas comunidades. En otras palabras, se intenta producir la anulación de la solidaridad humana en nuestras sociedades y localidades.

Esta actitud generalizada, de no participación de las personas en los asuntos políticos, sociales, culturales y comunitarios -e incluso familiares y religiosos- obedece a aspectos ideológicos programados desde los grandes poderes políticos que controlan el mundo.

El objetivo fundamental de esta estrategia es producir un condicionamiento en la mente del sujeto, cuya apatía afecte e impida cualquier proceso de articulación social de los ciudadanos a favor del bien común o colectivo. La familia y los valores tradicionales son las primeras víctimas de este plan.

Es sencillamente la presencia sutil y subliminal de la contrainsurgencia, trabajada estratégicamente desde las investigaciones de la neurociencia, la psicología, la sociología, la antropología, las ciencias políticas y los profundos estudios de los elementos comunicacionales, en los que se incluyen el lenguaje, la lengua y la cultura.

Vistos en conjunto todos estos elementos, la manipulación hoy del sujeto o de las personas, a través de estos elementos, tiene un poder incalculable sobre la conciencia humana, pues produce un estado de casi total indefensión de los ciudadanos frente a los grandes poderes políticos mundiales y locales, aunque estos últimos también son impactados y controlados por los primeros.

En resumen, la pandemia solo ha acelerado y dimensionado un proceso de contrainsurgencia a través de la manipulación del comportamiento humano, que ya sociológicamente se había iniciado, de manera sutil, como mecanismo de control del sujeto social y de los ciudadanos, en sentido general, durante el período prepandémico.