Con extrañeza, este 8 de marzo no vi ninguna manifestación de las mujeres dominicanas. En Francia, donde las mujeres tienen una cierta participación en los espacios de poder (todavía lejos de ser igualitaria), y también importantes avances en el reconocimiento de sus derechos, como el derecho al aborto, reconocido por décadas y recientemente consagrado en la Constitución de la República, miles de mujeres tomaron las calles en reclamo de la ampliación de sus derechos.
También en Madrid y otras capitales europeas se produjeron importantes manifestaciones. Incluso en Afganistán, donde el régimen de los talibanes tuvo la “genial” idea de remplazar el Ministerio de la Mujer por el Ministerio de la Promoción de la Virtud y de la Prevención del Vicio y toda transgresión de las leyes islámicas puede pagarse con la vida, las mujeres también se manifestaron.
En cambio, en República Dominicana, donde los feminicidios son una epidemia y las mujeres cuentan muy poco para los puestos de relevancia (de 23 ministros del gobierno del “cambio” tan solo dos son mujeres, en las alcaldías representan un ridículo 10 por ciento, y en el Congreso, los puestos de dirección de los partidos políticos y grandes empresas son también una lamentable minoría) no se realizó ni siquiera un micromitin frente al Congreso Nacional, sepulturero de algunos proyectos de leyes en favor de la mujer.
¿Por qué la mujer dominicana no toma las calles? ¿Es que tiene miedo a morir?
No, ella sabe que es en su propia casa (con un macho que se cree su amo) que corre el mayor riesgo de perder la vida. La calle está ciertamente peligrosa, sobre todo para ella, pero allí la posibilidad es menor.
Su ausencia en las calles es el reflejo del anquilosamiento de nuestra izquierda y de una apatía que nos concierne a todos. Pero en medio de esta apatía, es a la izquierda, junto a los demás sectores llamados progresistas, que corresponde concienciar, organizar y movilizar a las mujeres para que tomen las calles en reclamo de sus derechos.
¿Por qué no lo hace? Porque también esta izquierda está contralada por hombres y, sobre todo, no tiene políticas para la mujer, como tampoco las tiene para la juventud, los envejecientes, la gente con condición especial, los que expresan una orientación sexual diferente, en fin, para los grupos que constituyen la base social de los nuevos movimientos sociales, lo que supongo que considera una invención de la sociología burguesa.
Y como no tiene políticas frente a estos grupos, nuestra izquierda está cada vez más disminuida, reducida a grupitos de contertulios que se repiten entre si viejas categorías como la lucha de clase, en un mundo de gente interesada tan solo en aquellos asuntos que confieren a su identidad personal, su condición de mujer, de joven, de envejeciente, de discapacitado, de homosexual…
Mientras tanto, los apologistas de esta “nueva” epidemia que recorre el mundo llamada ultraderecha, ríen, ríen, ríen…