LIUBLIANA – Una vez le dije a mi hijo más pequeño: «¿puedes pasarme la sal?». Me respondió: «¡claro que puedo!». Le repetí el pedido y me soltó: «me preguntaste si podía hacerlo, y yo te respondí. No me dijiste que debía hacerlo».

¿Quién fue más libre en esta situación: mi hijo o yo? Si entendemos que libertad quiere decir libertad de elegir, fue más libre mi hijo, porque tuvo una opción más en relación con cómo interpretar mi pregunta. Pudo hacerlo en sentido literal, o en el sentido habitual (como un pedido que se formula como pregunta por razones de cortesía). En cambio, yo renuncié a tener alternativas y di por sentado automáticamente el sentido convencional.

Ahora imaginemos un mundo en el que mucha gente actuara en la vida cotidiana como lo hizo mi hijo por burlarse de mí. Nunca estaríamos seguros de lo que quieren decir nuestros interlocutores, y perderíamos un montón de tiempo con interpretaciones vanas. ¿No es esta una buena descripción de lo que ha sido la vida política de la última década? Donald Trump y otros populistas de la «derecha alternativa» han aprovechado el hecho de que la política democrática depende de ciertas reglas y costumbres tácitas, y las violaron cada vez que les convino, pero evitando rendir cuentas, porque no siempre incumplieron la ley en forma explícita.

En Estados Unidos, los lacayos de Trump en el Partido Republicano están usando una estrategia similar de cara a la próxima elección presidencial. Según una teoría jurídica marginal que han adoptado, la legislación electoral federal contiene un vacío legal que permitiría a las legislaturas de los estados designar a sus representantes en el colegio electoral, si la secretaría del estado en cuestión decide no validar el resultado de la elección presidencial. Los negacionistas electorales republicanos ahora están tratando de obtener los cargos que necesitarán para anular en 2024 la voluntad de los votantes. Es así que el Partido Republicano está tratando de destruir una de las condiciones básicas de la democracia: que todos los actores políticos hablen el mismo idioma y sigan las mismas reglas. Lo contrario implica dejar un país al borde de una guerra civil (resultado que casi la mitad de los estadounidenses considera probable).

Las mismas condiciones se aplican a la política mundial. Para que las relaciones internacionales funcionen, lo mínimo es que todas las partes hablen el mismo idioma al referirse a conceptos como «libertad» y «ocupación». Es evidente que Rusia atenta contra esta condición al describir su guerra de agresión en Ucrania como una «operación especial» para «liberar» al país. Pero el gobierno de Ucrania también cayó en la trampa. En un discurso ante la Knéset israelí, pronunciado el 20 de marzo de 2022, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski afirmó: «Estamos en países diferentes y en condiciones totalmente distintas. Pero la amenaza es la misma, para ustedes y para nosotros: la destrucción total del pueblo, del estado, de la cultura. E incluso de los nombres: Ucrania, Israel».

El politólogo palestino Asad Ghanem describió el discurso de Zelenski como «una desgracia para la lucha mundial por la libertad y la liberación, en particular la del pueblo palestino». Zelenski «invirtió los papeles de ocupante y ocupado». Estoy de acuerdo. Y también coincido con Ghanem en que «hay que dar todo el apoyo posible a los ucranianos en su resistencia a la bárbara agresión [de Rusia]». Sin apoyo militar de Occidente, hoy la mayor parte de Ucrania estaría bajo ocupación rusa, con lo que se destruiría un pilar de la paz y el orden internacional: la integridad territorial.

Por desgracia, el discurso de Zelenski ante la Knéset no fue un hecho aislado. Ucrania ha apoyado muchas veces la ocupación israelí. En 2020, abandonó el Comité de Naciones Unidas para el Ejercicio de los Derechos Inalienables del Pueblo Palestino; y el mes pasado, su embajador ante Israel, Yevgueni Korniychuk, declaró: «Como un ucraniano cuyo país está bajo un ataque brutal de su vecino, comparto los sentimientos de la población israelí».

Este paralelo entre Israel y Ucrania es totalmente errado. En cualquier caso, la situación de los ucranianos se acerca más a la de los palestinos de Cisjordania. Es verdad que israelíes y palestinos al menos reconocen la otredad de su adversario, mientras que Rusia asegura que los ucranianos son en realidad rusos. Pero además del hecho de que Israel niega la existencia de una nación palestina (como Rusia hace con Ucrania), a los palestinos también se les ha negado un lugar en el mundo árabe (como a los ucranianos de cara a Europa antes de la guerra). Además, igual que Rusia, Israel es una superpotencia militar con armas nucleares que en la práctica coloniza una entidad más pequeña y mucho más débil. Y lo mismo que Rusia en las partes ocupadas de Ucrania, Israel lleva adelante una política de apartheid.

La dirigencia israelí apreció el apoyo de Ucrania, pero no le devolvió el favor, sino que ha estado  entre ambos contendientes, porque Israel necesita que el Kremlin siga tolerando los ataques militares israelíes contra blancos en Siria. Pero el pleno apoyo de Ucrania a Israel se debe sobre todo al interés ideológico de la dirigencia ucraniana en presentar su lucha como una defensa de Europa y de la civilización europea contra un Oriente bárbaro y totalitario.

Esta presentación es insostenible, porque demanda olvidar el historial de Europa en materia de esclavitud, colonialismo, fascismo, etcétera. Es crucial que la causa de Ucrania se defienda en términos universales, en torno de conceptos compartidos y de una interpretación compartida de palabras como «ocupación» y «libertad». Reducir la guerra en Ucrania a una lucha por Europa es usar el mismo marco que Aleksandr Duguin, el «filósofo de la corte» del presidente ruso Vladímir Putin, con la distinción que traza entre «verdad rusa» y «verdad europea». Confinar el conflicto a Europa refuerza la propaganda global de Rusia, que presenta la invasión de Ucrania como un acto de descolonización, parte de la lucha contra el dominio neoliberal de Occidente y paso necesario hacia un mundo multipolar.

Al tratar la colonización israelí de Cisjordania como una lucha defensiva por la libertad, Ucrania valida un acto de agresión de otra potencia y al hacerlo pone en riesgo su propia lucha por la libertad, que es totalmente justificada. Tarde o temprano, tendrá que elegir. ¿Será un país realmente europeo que participe en el proyecto emancipatorio universal que define a Europa? ¿O se convertirá en parte de la ola populista de la nueva derecha?

Cuando Ucrania preguntó a Occidente si podía proveerle obuses, Occidente no tuvo el cinismo de responder «¡claro que podemos!» y después no hacer nada. Los países occidentales dieron una respuesta razonable y enviaron armas para combatir a los ocupantes. Pero cuando los palestinos piden apoyo, del tipo que sea, lo único que reciben es declaraciones vacías, que suelen ir acompañadas de muestras de solidaridad hacia quien los oprime. Ellos piden la sal, pero el que la recibe es su oponente.

Traducción: Esteban Flamini

Fuente: https://www.project-syndicate.org/commentary/ukraine-like-palestine-not-israel-by-slavoj-zizek-2022-09/spanish