Para entender de cerca el origen del conflicto entre Rusia y Ucrania es importante contextualizarlo en los procesos históricos antes de abordar el aspecto geopolítico de la realidad actual. El origen histórico de los rusos y ucranianos se encuentra entrelazado con la creación del estado la Rus de Kiev. Este Estado se conformó por la unión de diversas tribus bálticas, finesas y eslavas. Y, posteriormente en el reinado del príncipe Oleg, la capital de dicho Estado se trasladó de Nóvgorod a Kiev en el año 882 y luego de ahí fundarían la ciudad de Moscú.

Como podemos apreciar cultural y antropológicamente, el pueblo ucraniano ha sido parte de Rusia. Es tanto así, que gran parte del territorio ucraniano desde Chernóbil, Crimea y la región de Odesa, entre otros, fueron incorporados al pequeño territorio que era Ucrania por disposiciones de distintos zares y gobernantes de la era soviética. En pocas palabras, Ucrania nunca fue un Estado independiente, sino que fue un territorio ruso hasta alcanzar su independencia por la disolución de la Unión Soviética el 26 de diciembre de 1991.

El génesis geopolítico de este conflicto subyace en una herramienta geopolítica utilizada en la Guerra fría: la OTAN. La creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se hizo bajo el amparo de la doctrina Truman, como una especie de muro de contención al avance soviético. Cuando la OTAN fue fundada en 1949 contaba con solo 12 miembros, y hoy en día cuenta con 30. Sin embargo, tras la caída de la extinta Unión Soviética en 1991, la OTAN ha seguido expandiéndose desde ese mismo instante. En la década de los 90, la OTAN siguió expandiéndose a ex repúblicas soviéticas y del Acuerdo de Varsovia. En 1999, la OTAN recibió como miembros a: Polonia, Hungría y a la República Checa, que formaron parte del Acuerdo de Varsovia. Y, más adelante entraron a formar parte ex repúblicas soviéticas que hacen frontera con Rusia como lo son: Estonia, Latvia y Lituania.

En el contexto geopolítico de ese momento era innecesaria la expansión de la OTAN, ya que Rusia no representaba una amenaza militar porque estaba haciendo una transición dolorosa del comunismo al capitalismo. En otras palabras, era un país que en ese momento necesitaba más asistencia que asedio. Estados Unidos se erigió como la potencia unipolar. Por tal razón, no era necesario cercar a Rusia a través de la OTAN. Esa amenaza constante a la seguridad nacional de Rusia fue lo que llevó a despertar a aquel león dormido, que es la Rusia de Vladimir Putin, en clara alusión a la expresión que una vez Napoleón Bonaparte hizo sobre China.

Si nos abocamos a realizar un análisis contrafactual de la historia, nos atreveríamos a asegurar de que si los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN hubieran desistido de expandir la Alianza a Europa Central y del Este, hoy Rusia no sería un rival geopolítico enconado, hostil a los intereses de Occidente. En el manual de geoestrategias de Vladimir Putin esboza que el plan final de la OTAN es aniquilar a Rusia eventualmente. Dicha tesis toma más fuerza cuando Ucrania decide formar parte de dicha Alianza, ya que esto representaría una amenaza directa a la seguridad nacional de Rusia.

Con el reconocimiento por parte de Rusia de los territorios separatistas de Donetsk y Luhansk, pertenecientes a la región de Donbás al este de Ucrania, región que representa un tercio del territorio actual de Ucrania, que es el motor industrial del país y una de las regiones más ricas en minerales del planeta. Con la incursión militar rusa en dicha región en franca violación a los Acuerdos de Minsk, suscritos en septiembre de 2014 en la capital bielorrusa, donde Ucrania se comprometía a darle cierta autonomía a estos territorios y Rusia se comprometía a no intervenir ni apoyar la separación. Pero dada la intención de Ucrania de ingresar a la OTAN, Putin jugó una ficha importante de su ajedrez geopolítico para salvaguardar sus intereses.

Con la presencia en la región de Donbás, el Kremlin buscará incentivar la desintegración del territorio ucraniano incentivando a grupos prorrusos, los cuales son la gran mayoría de la composición étnica de dicho país, lo que sería un presagio de lo que le sucedió a la extinta República de Yugoslavia, tras el fallecimiento del mariscal Tito Broz, que las divisiones internas afloraron, y eventualmente se convirtieron en distintas republicas: Croacia, Eslovenia, Macedonia y Bosnia & Herzegovina.

Dado este escenario, es importante despojarse de los sesgos ideológicos que se puedan tener y entender de manera objetiva el contexto geopolítico que vivimos, donde los intereses de ambas partes juegan un rol de primacía supremo. Con las sanciones económicas impuestas por los Estados Unidos y sus aliados de la Unión Europea a Rusia, están incentivando aún más la alianza geoestratégica entre Moscú y Beijing, que podrían hacer una sinergia económico-militar para salvaguardar los intereses de ambas potencias. Algo que incentivaría a Beijing a llevar a cabo una acción similar en Taiwán, que contaría con el respaldo diplomático y militar irrestricto de Moscú.

De igual manera, si los Estados Unidos y la OTAN insisten en escalar el conflicto ofreciendo ayuda militar a Ucrania la situación podría salirse de control, lo que podría desencadenar en un conflicto bélico a escala planetaria. Por otra parte, si la estrategia de la OTAN es utilizar de cabeza de playa a otros países de la región como Georgia, incentivando su ingreso inmediato a la OTAN, podría seguir alimentando el apetito expansionista de Putin de reestablecer un imperio neosoviético. Una situación que podría finalmente sentenciar una Guerra mundial.

Sin dudas, el camino a seguir por la comunidad internacional es seguir empujando por el diálogo con reglas claras entre ambas partes que incluya: una desmilitarización inmediata por parte de Rusia de esa región y que la OTAN se comprometa de manera clara y contundente de asegurar de que no habrá más expansión hacia las fronteras rusas. En última instancia, lo que está en juego es la supervivencia de la raza humana. ¡Oremos!