Tradicionalmente hemos creído que nuestra mente se localiza exclusivamente en el cerebro, el órgano de unos 1.3 kg. que albergamos protegido por la bóveda craneal. Suponemos que allí radica toda nuestra consciencia y que el resto del cuerpo sería una especie de estructura independiente de nuestra mente, como “una cosa aparte”.

La idea anterior surge porque podemos ver que cuando colapsa el cerebro, prácticamente nosotros desaparecemos. Seguimos siendo nosotros sin una pierna, un ojo o el apéndice, pero no podemos seguir siendo nosotros sin el cerebro. Sin embargo, a diferencia del zapato, al pie no me lo puedo quitar y poner. Pero no es la única diferencia, mi pie sabe además cómo estoy, pero el zapato no.

Sabemos que los organismos unicelulares son células que piensan pese a no tener cerebros, además existen organismos multicelulares que tampoco tienen cerebro y también piensan, esto sucede porque todas las células tienen conciencia, ya sea que existan independientes (microbios) o en colectivo (organismos pluricelulares). Evidentemente para jugar ajedrez no basta una sola célula, se necesita una organización compleja de células (unas permiten ver a la distancia, unas interpretan la información, otras analizan posibles estrategias, otras se ocupan de que una pieza se mueva, otras nos proporcionan la gratificación o el desagrado por la jugada que hicimos y otras registran en la memoria las experiencias). De una u otra forma, para mover una pieza del ajedrez se necesita el trabajo de todas las células del organismo.

Para un organismo ser pluricelular, sus células requieren estar en una excelente comunicación. Si me clavo una espina en el pie, el pie avisa, el cerebro recibe el informe y lo transmite a mi mano, para que ella extraiga la espina. Ante el hambre, los mecanismos de búsqueda del alimento de la ameba son directos y evidentes, pero el hombre civilizado procura su alimento de forma mucho más compleja.

El cerebro es la central de comunicaciones que permite que las conciencias de todas nuestras células actúen de forma unificada. Gracias a nuestro sistema nervioso, cada célula tiene garantizado que mientras se ocupe de su trabajo, el cuerpo completo marchará bien y ella será recompensada con todo lo que pueda necesitar, esto le permite alcanzar una gran especialización en la tarea que realice.

Cada tipo de célula tiene sus reglas (código genético o ADN) que le dice como debe comportarse, pero cuando comienza a “hacer lo que le da la gana”, surgen las mutaciones produciendo tejidos anormales, si se reproducen más rápido producen tumores y si más lento, ulceraciones (porque constantemente estamos perdiendo y reponiendo nuestras células, de igual forma que reponemos nuestro cabello).

Cuando nuestras células se degeneran, en nuestro cuerpo existe un ejército que se encargará de controlarlas, esa defensa es el sistema inmunológico. Encuentran las células mutantes y las eliminan, pero a veces no hacen bien su trabajo y se puede desarrollar un cáncer. En ocasiones las células de la defensa exageran en su trabajo y aparecen nuestras alergias, y en otros casos, por error atacan a las células normales siendo las enfermedades autoinmunes, las células agredidas obviamente presentarán sus querellas al cerebro. Cuando el sistema inmunológico está descontrolado, es preciso frenarlo, provocando inmunosupresión o inmunodeficiencia, parecido al síndrome provocado por el virus de la inmunodeficiencia adquirida (SIDA). Cuando la defensa está suprimida, hasta un germen poco agresivo puede ser peligroso e incluso desarrollarse células cancerosas. Actualmente sabemos que nuestras actitudes y conductas repercuten directamente sobre nuestra fisiología, es decir, si te portas mal tus órganos también se portarán mal. Un estado de paz, armonía y esperanza normalmente se traduce en un sistema inmunológico efectivo, pero realmente favorece a todo tipo de células.

Como vemos nuestros miles de millones de células se comunican entre ellas de manera interactiva mediante el sistema nervioso, cuya central es el cerebro. Hemos estudiado cómo la mente puede alterar nuestra fisiología y aunque sabemos que podríamos de forma voluntaria mejorar desde nuestra conciencia nuestras funciones internas, dedicamos poco tiempo a conocer nuestra mente y a entrenarnos para desarrollar ese control, lo que podemos realizar mediante la práctica de algún tipo de meditación. Realmente no estamos utilizando todas las facultades que tenemos, estamos demasiado distraídos con el ruido del exterior. Gran parte del sufrimiento e incoherencias que vive la humanidad se deben a presentar un desconocimiento profundo de qué somos realmente. Hemos sacrificado la interocepción (la conciencia del estado interno de nuestro cuerpo) a favor de la exterocepción (la percepción del mundo exterior) y lograr equilibrarlas es la respuesta. Durante la meditación podemos lograr integrar nuestros diferentes campos de consciencia, sin embargo, aunque normalmente se reconoce su valor, se suele decir que no se dispone de tiempo para eso.

En síntesis, nuestras células hablan con nuestro cerebro y nuestra mente se comunica a su vez con dichas células mediante el cerebro; reestablecer el equilibrio mental, permite que nuestras células funcionen correctamente y podamos disfrutar de: salud, estabilidad emocional y buenas relaciones humanas.