Está en curso un proceso de venta de la simbólica zona agrícola Los Olivares, tres kilómetros al este del municipio Pedernales, camino a Cabo Rojo, centro del lanzamiento del proyecto de desarrollo turístico. Construirán hoteles, villas, restaurantes y quién sabe qué más, conforme el reporte del corresponsal de Hoy, Nacional y Telemicro, Julio Gómez.
Muy grave, aunque las emociones desbordadas y la misma ignorancia predominantes en el pueblo impiden percibirlo de esa manera. Yo había advertido sobre esas señales ominosas en un artículo que escribí en mi columna del 8 de noviembre de 2022.
Tales acciones no sólo tienen implicaciones hondas en la producción agrícola en el llano del municipio cabecera de la provincia del extremo sudoeste del territorio dominicano. Es lo único de tierra fértil bajo riego que sobrevive allí a la “modernidad”. En la ubérrima ladera sur de sierra Baoruco, los agricultores producen en secano.
Las viejas rigolas que servían para llevar agua a conucos y potreros de las partes alta y baja del sudoeste de la ciudad desfallecieron tras la inauguración el 30 de noviembre de 1979 del dique derivador de las aguas internacionales del río Pedernales, por el presidente Antonio Guzmán y su par Jean Claude Duvalier. Aquellas áreas, antes productivas, ahora están plagadas de viviendas y negocios que levantaron al margen de la planeación urbana.
Los Olivares también representan un espacio cultural a la vera del pueblo donde nuestros ancestros renovaban la solidaridad a través del diálogo cotidiano y los cánticos en los convites en tiempos de siembra y cosecha.
Pimpón, Marín, Fabio el Feo, Mario Guguga, Moreno Loisa, Bonito Víctor, Ángel, Cervantes, Bao, Vírgenes o Vigeni, Reyes, Firín, Turco, Atila y mi papá Curú recibieron aquellas tierras del Gobierno a mediados de los años 50 de siglo XX, y las trabajaron hasta que no pudieron más.
Poseían 50 tareas cada uno en parcelas muy cercanas una de otra. Solían llamarse compadres y se protegían de intrusos. Trabajaban para garantizar la alimentación y la educación formal de sus familias.
Ellos, de los pilares del pueblo, fueron referentes de honestidad, trabajo, solidaridad y honradez; por tanto, merecen, al menos, la conservación de sus predios.
En vista de la imponente pasión febril por el dinero sin importar procedencia, dirán que es romanticón traer a cuento este filón cultural. Y menos cuando estamos en modo turismo.
Pero, ¿puede vivir en paz un pueblo de espaldas a su cultura y sin producción? ¿Puede concretar su aspiración de turismo sostenible sin antes naufragar en el mar pestilente de la delincuencia, la promiscuidad, la pedofilia, la corrupción, la depredación de sus riquezas naturales, el caos generalizado? Negativo.
Habrá aplausos, seguro, para aupar ese alocado crecimiento urbanístico que sepulta los terrenos productivos. Y hallarán eco en la sociedad, incluso entre los mismos pequeños parceleros ya agobiados por la negligencia del Gobierno ante sus proyectos de mangos, limones y otros rubros.
La justificación parecería válida, pero a la larga insostenible.
Están arruinados. Cierto. El suministro de agua para riego de los sembradíos, la falta de asesoría técnica y subsidios; el seguimiento para la prevención de plagas y la imposibilidad de comercialización de los productos martillan permanentemente sus sienes. Cualquiera cae en la tentación de las ofertas para salir de aquel tormento.
Esas, sin embargo, no son ni serán razones suficientes para permitir la sepultara de tal legado. Son subsanables si hubiera voluntad. Lo no subsanable es la siembra de cemento en camino, pese a las barreras legales vigentes.
El Instituto Agrario Dominicano (IAD) debe hablar claro y urgente, en tanto se trata de parcelas intransferibles, según la Ley 5879 del 27 de abril de 1962, sobre Reforma Agraria. Hace casi cuatro años que las autoridades anunciaron que los complejos hoteleros serían abastecidos con la producción agrícola local.
Mientras tanto, el drama actual brinda en bandeja de oro la oportunidad para comenzar a aplicar el sonoro Plan Municipal y Turístico de Ordenamiento Territorial-Zona Urbana (Pott), anunciado por Turismo como “único en el país”, durante un nutrido acto celebrado 23 de junio de 2021 en El Maleconcito, al pie de la avenida Duarte, frente a la playa local, con la presencia del presidente Luis Abinader.
En ordenamiento territorial, Pedernales va muy mal. Estamos quemados.
Comencemos a pagar deuda por concepto del desorden permitido y repitamos el curso para que, más temprano que tarde, no vayamos al “muro de los lamentos”.