Interesante y oportuno el proyecto anunciado a mediados de este julio por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación (Fao) y el Ministerio de Turismo (Mitur), el cual tiene como objetivo la transformación social de esas tres provincias emergentes a través de la creación de microempresas rurales insertadas en la cadena de valor turístico.
La iniciativa conlleva una autocrítica a la visión reduccionista que se circunscribe a relievar brillantes cifras sobre visitas de turistas, generación de empleos y divisas frescas aportadas a la economía.
Más vale tarde que nunca.
Rodrigo Castañeda, representante del organismo internacional, no dejó dudas el día de la presentación: “Hoy el país tiene el desafío de reconstruir el turismo mejor que antes; hacerlo más sostenible, más justo, que promueva destinos rurales no tradicionales, y cree medios de vida más resilientes para las comunidades rurales.”.
Justo es lo que hemos sostenido sobre el rumbo que debe mantener el Proyecto de Desarrollo Turístico de Pedernales, iniciado por la actual gestión de Gobierno, en Cabo Rojo, como como punta de lanza del “desarrollo integral” de las provincias de la región Enriquillo (Independencia, Barahona, Baoruco y Pedernales).
Los desarrolladores de los polos del norte (Puerto Plata), noreste (Samaná) y el este (La Altagracia, con Bávaro y Punta Cana) han tenido la valentía de aceptar la debilidad de haber nacido a la zaga de la planificación social, y saben cuáles han sido las consecuencias negativas. Plausible.
Imperdonable, por tanto, si en los destinos emergentes priorizados para el proyecto en cuestión no aprendiéramos de esa experiencia.
La conceptualización del turismo como simple “industria sin chimenea” que produce dólares y euros ha sido el paradigma dominante.
Y ésta –como bien ha planteado Luis Ledhesma en su texto Periodismo Turístico- deja afuera las variables antropológicas, comunicativas, históricas, empresariales, filosóficas, profesionales, psicológicas, culturales.
En pocas palabras, el modelo implantado soslaya olímpicamente el enfoque del turismo como proceso o fenómeno social que pone al ser humano en el centro. Se sustrae así del contexto en el que se ejecuta. Es el gran pecado.
Esa visión tubular trae consecuencias negativas en las poblaciones dueñas de los recursos: creación de enclaves, marginalidad, proliferación de vicios, caos en el territorio por el pésimo uso de suelo, falta de desarrollo integral.
El proyecto Fao-Mitur pretende ser inclusivo. Refiere a mujeres de la base de la pirámide, agricultura familiar y asociaciones de pequeños agricultores que serían articulados a la cadena de valor del turismo.
Yira Vermenton, directora de Iniciativas Turísticas Presenciales, ha dicho que el mundo vive un momento de transición porque ya no basta con que el turismo sea sostenible. Enfatiza que debe ser regenerativo, “que no es más que crear las condiciones fértiles para que la vida prospere (…)”.
Asumen así un rol responsable. Ella lo ha afirmado.
Pero hay un inconveniente importante que debe ser subsanado, mientras más temprano, mejor.
Aunque la ONU y Turismo admiten las fallas de origen en el modelo viejo, el anuncio del nuevo proyecto reproduce parte de la matriz del patrón criticado.
Fue presentado en la capital, solo con el liderazgo oficial, del empresariado turístico y del organismo internacional. No hubo representación de las provincias donde se ejecutaría. Y éstas desconocen hasta ahora la importante información.
El 12 de julio formaron el Comité Técnico del Proyecto (CTP) para guiar su implementación y proveer retroalimentación y validación de los productos generados. Quedó integrado por los ministerios de Turismo, Planificación y Desarrollo, Industria y Comercio y de la Juventud, además del programa de asistencia social Supérate. Bien, la parte formal.
La participación de las comunidades destinatarias, sin embargo, está ausente en la fase inicial, pese a que en aquellos pueblos nuestros hay buenos técnicos y sabios hechos cincelados por las vivencias cotidianas.
Uno de los problemas importados hace décadas a la República Dominicana es la concentración y la centralización de todo el accionar del Estado en el Distrito Nacional. El diseño de políticas y la planificación se estructura fuera de los contextos donde se ejecutan los planes, programas y proyectos.
Y el resultado histórico ha sido un montón de documentos estériles hechos por gente “inteligente” que piensa por los otros; o sea, por los receptores “acríticos”, pasivos e inocentes, en el entendido de que deben ejecutar ciegamente el mandato de los expertos.
Muchos de los fracasos de los proyectos, en el terreno, vienen por la carencia de participación real de las comunidades. Hace mucho que el difusionismo funcionalista perdió sus fuerzas en América por la esterilidad de los resultados esperados.
Son memorables los fracasos de programas de innovación tecnológica de los años 70 del siglo pasado con el traslado de tecnologías desde países ricos hacia los empobrecidos porque entendían que con ello solo ya se extrapolaba el desarrollo a las comunidades receptoras. Resulta que los públicos no son tan pasivos y manipulables como aparentan.
Los montecristeños (noroeste), samanenses (noreste) y pedernalenses (sudoeste extremo) deben apoyar la iniciativa gubernamental con apoyo técnico y financiero de la ONU. Y ser actores en todo el proceso, constructores de su bienestar.
Repitámoslo hasta que cuaje completamente: Los municipios deben desarrollarse a la par con los grandes complejos hoteleros.