Inducidos por las oleadas de falsas expectativas de desarrollo turístico de Pedernales activadas por el Gobierno y políticos en campaña durante las últimas tres décadas, inversionistas locales y de otras provincias han desarrollado allí proyectos de pequeños hoteles y otros servicios que ahora están en riesgo de desaparecer por baja demanda de consumidores. Grave. Urge solución.
Sin embargo, las estrategias para detener la hemorragia económica y alargar la vida de sus pequeñas y medianas empresas de capital privado, no serían las más pertinentes porque, más temprano que tarde, se revertirían y provocarían daños fatales.
A las quejas de turistas y otros visitantes acerca de precios exorbitantes en los servicios, sobre todo en habitaciones y gastronomía, la mayoría alega que ha hecho una gran inversión y la única vía para recuperarla es la de los precios en lo ofertado.
Unos dicen que la carestía en la gastronomía a base de pescados y mariscos está relacionada con la escasez de productos del mar porque los pescadores venden la mayor parte a compradores externos. Otros se justifican diciendo que son competitivos respecto de otras regiones. Y punto.
Los argumentos son creíbles hasta que se contextualizan. Pedernales es otra cosa y, aun así, no debería verse al margen del resto del país.
Las percepciones de los turistas son vitales en todo el proceso. Ellos son protagonistas insoslayables porque, si se desencantan, no vuelven y provocan que otros les emulen. Y aquellas empresas económicas se derrumbarían por falta de consumidores.
En el imaginario del turista que llega a Pedernales comienza a instalarse la idea de sobreprecios en los platos. Dicen que no necesitan viajar tan lejos para degustar manjares.
Otros se quejan de falta de higiene y baja calidad de servicio al cliente en algunos alojamientos.
Aun fuesen falsas las observaciones, la respuesta no debería ser nunca la descalificación y, mucho menos, mediante la siempre aviesa argumentación ad hominem.
Ponerse anteojeras para negar parte de la realidad que vibra en nuestros laterales es un error garrafal. La realidad termina imponiéndose, a pesar de laberintos y caprichos.
En el pueblo apenas se perciben las falencias señaladas, tal vez por lo absorbente de las emociones exacerbadas, o por la ausencia de buzones de sugerencias. Pero la queja es de cuidado, y hay que atenderla temprano si el objetivo es la permanencia exitosa de los proyectos en cuestión.
En el fenómeno social complejo que llamamos turismo, el sujeto nos visita con el propósito de pasar una experiencia memorable. Y en esa búsqueda invierte su dinero.
La información sobre su percepción respecto de la empresa que le ha servido es un dato vital que jamás debe subestimarse, aunque sea negativo. Servirá para la mejora.
Un huésped realmente bien atendido se convertirá en el primer promotor del destino. Él regresará a repetir la experiencia y animará a otros para que le emulen. Hará lo contrario si, al llegar, verifica que no se corresponde con la realidad el discurso de paraíso en la tierra aireado por los medios de comunicación.
Los pequeños y mediados empresarios turísticos de Pedernales deben cuidar sus inversiones. Aprender de los errores ajenos les haría bien. La reputación es muy importante.
Tienen a la mano el espejo del bajón del primer polo turístico de República Dominicana: Puerto Plata, en la costa norte, distante 208 kilómetros del Distrito. Y el penoso caso de Juan Dolio, en San Pedro de Macorís, a 71 kilómetros al sudeste de la capital.
La debacle les llegó en parte por la arrabalización, los engaños y asedio a los turistas en las calles, los exagerados precios, la promiscuidad, la inseguridad, el descuido en la calidad de los servicios de muchos hoteles (gastronomía, bebidas, habitaciones, playas, piscinas).
El proceso de recuperación ha sido largo, pese al involucramiento del ministerio de Turismo y empresarios locales y extranjeros.
En Pedernales, los empresarios turísticos deben apostar a la construcción de un destino sólido, blindado contra tales vicios.
La calidad de la hotelería y otros servicios nunca debe estar en juego. Los precios deben ser parte de las ventajas competitivas.
La provincia dista a 307 kilómetros al sudoeste de la capital y la carretera no ayuda a la buena percepción. El proyecto de desarrollo turístico anunciado por el gobierno está en fase incipiente. Hay que esperar.
Visitar al pueblo la primera vez, por curiosidad, quizá sea llevadero; regresar, un reto poco motivador.
El desafío de los inversionistas locales es anteponerse a los avatares y lograr el regreso de los turistas y nuevas visitas a base de servicios con calidad garantizada todo el tiempo, a precios realmente competitivos y con cuidado extremo de los atractivos.
Urge que el visitante recupere la percepción de que en Pedernales se comen los mejores pescados y mariscos, a los mejores precios del país.
La recuperación de las inversiones hechas en los emprendimientos será en el mediano y en el largo plazos, no matando “la gallina de los huevos de oro”.
Y ese sacrificio debería asumirse porque, como dice el pueblo, “el que quiere moño bonito, aguanta jalones” y “perdiendo también se gana”.
Por lo pronto, el Ministerio de Turismo debería implementar algún tipo de incentivo hasta que tome cuerpo el anunciado proyecto de desarrollo turístico mediante alianza público-privada.
Y, conjuntamente con el clúster turístico de Pedernales, dar seguimiento sostenido a la calidad de los servicios ofrecidos a los clientes, para reconocer las buenas prácticas y sancionar la transgresión a las normas de calidad establecidas.
La falta de reconocimiento de las debilidades, por testarudez, no es buena consejera. El destino es la quiebra, si no se cambia. Y eso no lo queremos porque, a final de cuentas, ellos se atrevieron y su fracaso sería una derrota para la provincia.