La gestión actual del Gobierno ha presentado hace unos meses la política pública Anillos de Inclusión Social, un filón del Plan de Desarrollo Social y Económico de Pedernales y el resto de la Región Enriquillo (Barahona, Independencia y Baoruco).

Aplatanado, significa que las autoridades nacionales quieren capacitar a personas residentes en las comunidades de esas provincias para que tengan oportunidades de generación de ingresos a través de las ofertas de empleos en las fases de construcción y operación de las empresas del Proyecto de Desarrollo Turístico de Cabo Rojo.

Esa iniciativa merece apoyo porque refleja una mirada que, entiendo, busca solventar debilidades registradas en su nacimiento por los polos turísticos del norte y del este.

Al menos dos de los hoteles están en fase constructiva, igual que las obras hidrosanitarias y el puerto turístico (Port Cabo Rojo), y ya se ven ciertos niveles de aterrizaje vía los cursos cortos gratuitos que facilitan instituciones como el Instituto de Formación Técnico Profesional (Infotep) y las Escuelas Vocacionales de las Fuerzas Armadas y la Policía, en sus locales recién instalados en el municipio Pedernales.

Me preocupa, sin embargo, el componente cultura, fundamental para garantizar la identidad y la calidad de los pueblos de la Región, especialmente la provincia Pedernales, en tanto buque insignia del proyecto turístico y su realidad inevitable de contigüidad con el caótico Haití.

Me preocupa la arrabalización de los municipios y la carencia de iniciativas gubernamentales para modernizarlos hasta convertirlos en reales atractivos para turistas locales y extranjeros.

Pueblos vulnerables como los nuestros serán objeto de un proceso de aculturación o barrido de su cultura con la llegada de los miles de visitantes de países desarrollados atraídos por la publicidad turística, pero muy claros sobre sus objetivos de viaje y con acentuado sentido de pertenencia sobre sus pueblos de origen.

Eso nos asegura para el futuro no muy lejano la conversión en comunidades-zombis que se moverían sólo por inyecciones de don dinero y estupefacientes en un submundo minado de inseguridad pública.

Por lo visto, han sido relegados a un plano insignificante:   los bailes, la gastronomía, los cánticos, las fiestas y juegos populares, la música, los rituales, los rezos, las juntas, los convites, el teatro, poesía, el ballet, tradiciones religiosas, los cuentos callejeros, actividades patrióticas… la gente.

Igual ha pasado con la promoción de valores como respeto a los otros, solidaridad, responsabilidad, puntualidad, honestidad, integridad, honradez.

En Pedernales, entretanto, hay iniciativas, como el ballet folclórico y la misma banda de música, que existen más por la vocación de su directora Isabel Matos y su director Ramón Méndez que por voluntad oficial.

Matos dice que carece de apoyo, pese a que –entiende- cada muchacha que  integra al ballet, es una muchacha que le quita a la tentación de los vicios. Sobre la banda de música, el grupo de chat Serie 69 y otros pedernalenses no residentes han tenido que hacer colectas de instrumentos porque el Estado no responde.

La Constitución, en su artículo 10, relativo al Régimen Fronterizo, no deja dudas: “Se declara de supremo y permanente interés nacional la seguridad, el desarrollo económico, social y turístico de la Zona Fronteriza, su integración vial, comunicacional y productiva, así como la difusión de los valores patrios y culturales del pueblo dominicano”.

En el mismo artículo manda a los poderes públicos a trabajar en esa dirección para lograr los objetivos.

El Ministerio de Cultura debió estar “metido de cabeza” desde la concepción del proyecto, desarrollando iniciativas culturales que contribuyan a fortalecer la identidad y la cultura locales.

El municipio cabecera de esta provincia creada a mediados de diciembre de 1957 ni siquiera cuenta con un centro cultural ni con un anfiteatro. Tampoco con un plan de renovación de sus oficinas públicas, ni un proyecto de una ciudad modelo con viviendas dignas. Mucho menos le han construido el frente marino.

La explotación de su riqueza minera sólo ha servido para beneficiar a otros y engordar al erario.

A esos pueblos hay que ponerlos en capacidad de dialogar con los turistas y alimentarse con su cultura sin abandonar la suya. Una inversión necesaria e impostergable. Nuestro destino turístico debe ser diferente.

Si no sucediera así, preparémonos para la “catástrofe”.