El seis de enero de 2021 el mundo vio con estupor el asalto que una turba trumpista perpetró en las instalaciones del Capitolio en Washington. Aquel acto fue el colofón a una serie de maniobras encabezadas por Donald Trump encaminadas a desconocer el triunfo de Joe Biden en las elecciones celebradas en noviembre de 2020.

Aquellos acontecimientos sin precedentes en la historia de los Estados Unidos vinieron a confirmar lo que muchos sabían: Donald Trump es un hombre que no siente el más mínimo respeto por las instituciones de la democracia.

En el año 2018 es electo presidente de Brasil Jair Bolsonaro, una figura esperpéntica, con un pasado oscuro en muchos ámbitos y sobre todo un hombre autoritario y bocón. Fue electo de manera democrática y asumió sin ningún obstáculo la presidencia de Brasil después de ganarle la segunda vuelta al candidato contrincante Fernando Haddad. Nadie, durante su mandato, pidió un golpe de estado en su contra.

Bolsonaro gobernó con el mismo estilo de Trump: promoviendo la polarización, hablando muchas mentiras y tratando de destruir las instituciones de la democracia. En su gobierno nacieron grupos radicales de ultraderecha que actuaban y siguieron actuando por encima de la ley tras la derrota electoral. Y Bolsonaro, al igual Trump, los alentaba en sus desmanes, por omisión y a veces con hechos. En un video reciente, Bolsonaro dijo que Lula no ganó las elecciones, sino que había sido favorecido por el Tribunal Supremo Electoral. Estas declaraciones no son más que un aliciente para sus seguidores radicalizados.

El peligro que entraña este tipo acciones violentas contra un sistema democrático es que con las redes sociales es muy fácil propagar los mensajes cargados de propaganda antidemocrática. Los gobernantes enemigos de la democracia se parecen y tienen el mismo modo de operar e incluso cuentan con la asesoría de individuos de la calaña de Steve Bannon, quien fuera asesor de Trump, quien se ha estado movilizando por todo el mudo vendiendo su cruzada ultraderechista; en el caso de Brasil, se sabe que ha estado asesorando e incluso financiando a los bolsonaristas que reclaman un golpe militar contra Lula.

En los días previo al asalto a las instituciones de la democracia brasileña circuló en las redes el #brazilianSpring, primavera brasileña, consigna creada por Bannon.

En los días previo al asalto a las instituciones de la democracia brasileña circuló en las redes el #brazilianSpring, primavera brasileña, consigna creada por Bannon. Recordemos que hace unos años se puso en boga el movimiento Primavera Árabe, que dio al traste con muchos gobiernos dictatoriales del mundo árabe. Las manifestaciones en contra de estos regímenes se hicieron posible gracias a las redes sociales, especialmente a Facebook.

En el caso de Brasil, Lula tiene muchos seguidores y detractores en todo el mundo. Gobernó a Brasil sin contratiempos, y durante sus gestiones gubernamentales hubo luces y sombras: impulsó a muchos pobres hacia la clase media, y protegió las selvas amazónicas con mucho empeño, algo muy relevante para todo el planeta. Pero los niveles de corrupción en sus gobiernos fueron altísimos, al punto de que muchos de sus ministros fueron condenados por corrupción en los años subsiguientes. Pero Lula no fue un líder que promoviera el odio entre los brasileños; no persiguió ni estigmatizó a los homosexuales ni impulsó políticas misóginas como sí lo hizo Bolsonaro. Lula despertaba los celos normales dentro de una sociedad muy desigual y conservadora que en principio luchó contra Lula por el temor que el discurso de la izquierda radical ha provocado en toda Latinoamérica. Pero cuando arriba al poder, Lula se convierte en un equilibrista, con un discurso de doble vía: ante los obreros ataca a los grandes empresarios y banqueros, pero al terminar su discurso ante la masa popular se iba a cenar y a fumar puros en los clubes de los grandes ricos brasileños o se iba de gira en uno de sus aviones privados.

La reacción mundial contra el intento de golpe en Brasil no ha sido en favor de Lula, sino en contra de la caverna política antidemocrática que no quiere aceptar las reglas de juego de la democracia. La condena del presidente de Estados Unidos al ataque al Congreso, la Presidencia de la República y a la Corte Suprema en Brasil es un mensaje claro al mundo: Donald Trump ya no gobierna en Estados Unidos, aunque su influencia siga siendo decisiva en la política doméstica estadounidense.

Si Trump hubiese sido el presidente, lo más probable hubiese sido que guardara silencio ante los hechos y por detrás los hubiese aplaudido.